Cuando estudiaba la licenciatura en la Facultad de Derecho de Sevilla, un profesor de Derecho Político nos repetía con frecuencia que, tomando como ejemplo el magnicidio de Dallas (hacia solo diez años de los asesinatos de J.F. Kennedy y cinco de su hermano Bob), él pensaba que Estados Unidos necesitaba contar permanentemente, por lo que pudiera pasar, con al menos dos hombres excepcionales (entonces no se pensaba en que una mujer pudiera alcanzar nunca puestos de relevancia); quizás cuatro: dos en el partido gobernante y dos más en el partido de la oposición para ocupar, eventualmente, los puestos de presidente y vicepresidente de la República. El profesor nunca nos detalló las cualidades que deberían adornar a esos teóricos y excepcionales hombres, pero todos los alumnos pensábamos en liderazgo, confianza, inteligencia, preparación, conocimientos, cultura y sentido común, además de gestión de equipos y ‘mano izquierda’. Si tenía buena imagen, mejor.
Cuento esto pensando en J.D. Vance, cincuenta vicepresidente de Estados Unidos de América, un hombre de no muy fuertes convicciones, creo, porque pasó de senador que criticaba a Trump con dureza a ser su discípulo más fiel y, sorpresivamente, su vicepresidente con 40 años de edad. A un servidor le sorprendió, y mucho, que solo cuatro semanas después de tomar posesión acudiera en nombre de Trump a la Conferencia de Seguridad de Munich, el 14 de febrero de 2025, para recordarnos a los europeos que somos sus vasallos y que ahora hay, se refería a Trump, un nuevo sheriff en la ciudad; que el peligro de Europa está dentro del continente, que no tenemos libertad de expresión, que somos una pandilla de zarrapastrosos y que sin EE.UU no somos nadie, además de valorar positiva y públicamente a la extrema derecha alemana, que concurría a las elecciones dos semanas más tarde.
Curiosa la actitud de este señor vicepresidente de la primera potencia mundial que unos días mas tarde, ejerciendo de vicario de Trump en el Despacho Oval y en clara connivencia con el presidente, acorralaron y humillaron al presidente ucranio Volodímir Zelensky en una incalificable ‘performance’ transmitida en directo por TV que no tiene precedentes en las relaciones entre países que se dicen (o decían) socios y amigos. Una auténtica vergüenza.
Nos queda saber cómo irá -sin haber sido invitado y con el rechazo generalizado y la indignación de sus autoridades y de sus casi 60 mil habitantes- su próxima visita a Groenlandia, como es sabido bajo soberanía del reino de Dinamarca, aunque el propio Vance y Trump no han dejado de manifestar su interés, por las buenas o no, de hacerse con el territorio danés que tiene una extensión de dos millones cien mil kilómetros cuadrados y, al parecer, ingentes cantidades de los minerales que esconden las tierras raras de la isla, además de petróleo y una posición estratégica vital para la seguridad de USA y, según los americanos reinantes, del mundo mundial.
El articulista, además de breve, debe ser honesto, aunque se deje guiar por el deber de los afectos. No tengo ningún afecto, hay que decirlo, ni por Trump ni por Vance; tampoco los odio, pero si me gusta poner negro sobre blanco las cosas que pienso sobre los mandamases que nos gobiernan, también en el mundo; al fin y a la postre, como decía el filósofo escocés Carlyle, todos formamos parte de la propia esencia de la Tierra, y de esa forma, a la postre, todos acabamos convertidos en una minúscula parte de su eternidad. Por esa razón, no menor, quiero contarles un sucedido del señor Vance, que tuvo lugar el jueves 20 de marzo, y que no ha tenido demasiada divulgación:
El vicepresidente acudió el citado día, acompañado de su mujer, a un concierto en el auditorio del Kennedy Center, en Washington. Fueron recibidos con abucheos y gritos de los asistentes que protestaban por el desembarco ‘estilo Trump’ que la Casa Blanca hizo en el Centro. Donald Trump pasó a ser su presidente, despidió al patronato, nombró uno nuevo y leal y a un director con la misión (lo dicen los papeles) de limpiar del virus Woke a la hasta ahora prestigiosa institución. Y el sucesor Vance tan contento porque, al reflexionar sobre su ascenso social, escribió en sus memorias y confesó en una entrevista al The New York Times, “me asombró saber que la gente escuchaba música clásica por placer.” Y eso, queridos amigos, es lo que hay…