Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

Pobre de mí

Además de más pobres, también somos distintos, ya que hemos cambiado nuestros hábitos de consumo para adaptarnos a esta situación y esto también influye

No, no es 14 de julio ni estoy en la Plaza del Castillo de Pamplona, triste por el fin de los Sanfermines. Pero sí que este título es el cántico perfecto para reflejar lo que siente mucho españolito de a pie cuando tiene que hacer malabares para llegar a fin de mes: "pobre de mí, pobre de mí,… ".

Al mismo tiempo que los titulares se reparten entre nuestros “problemas nacionales” (o entretenimientos nacionales, nunca se sabe), tales como “Koldo, Ábalos, el novio de Ayuso, Monedero, etc.”, y los problemas internacionales, que no son otra cosa que la reconfiguración del orden político y económico internacional, nuestras verdaderas preocupaciones siguen presentes, pero sólo para nuestros ojos. Pobre de mí.



Por cierto, y como añadido, más nos valdría empezar a analizar las decisiones de política internacional como elementos propios de un enfrentamiento económico y comercial por posicionarse en un mundo en el que se han venido abajo las reglas y consensos imperantes en los últimos años de globalización, para poder conseguir así una posición propia que defienda nuestros intereses. Si seguimos con la visión moralista de pensar en “buenos y malos”, quizás no nos demos cuenta de que la Administración Trump no se guía por las excentricidades de un lunático abusón, sino que sigue con paso firme su declarado objetivo de MAGA (Make America Great Again, lo que viene a significar “Que Estados Unidos vuelva a ser grande”). El cambio de posición respecto a Ucrania tiene más que ver con la negociación de la imposición de aranceles, con reducir el déficit comercial, con disminuir la dependencia externa y avanzar en la reindustrialización interna y con asegurar la hegemonía del dólar, que con la “amistad” con Putin o la “manía” con Zelenski.

Y también sobre esos asuntos deberíamos estar discutiendo nosotros. Mientras se tambalean los equilibrios internacionales, los países están compitiendo para enfrentar una nueva época y las relaciones que supondrá, especialmente en lo económico y comercial. Y España, bajo el paraguas de la UE, inicia esta era con una economía débil, basada en el sector servicios, en el turismo y en pymes de bajo valor añadido, y con una gran dependencia externa (materias primas, industria y tecnologías). Mantenemos el estancamiento productivo, el desempleo, la inflación y los bajos salarios como problemas, a pesar de parches que se celebran como conquistas históricas, y no se advierten planes económicos ambiciosos de industria o innovación en el corto plazo. Mientras, nuestras preocupaciones, las que están frustrando a toda una generación, siguen ahí. Pobre de mí.

Pero mejor que hablar en abstracto de lo que vive cada uno de nosotros, lo que siempre es relativo porque ni usted ni yo estamos en las mismas condiciones, vayamos a los fríos datos. El INE viene publicando desde hace 19 años la Encuesta de Presupuestos Familiares, que nos da una idea sobre lo que ocurre en cada hogar español. Los datos van referidos a los gastos medios por español a precios constantes, es decir, no en el valor actual de las cosas sino en valor real de cada producto, ya que se elimina el factor de la evolución de los precios año a año (sin inflación, podríamos decir).

Pues bien, si en 2006 cada español gastaba de media al año 11.128 €, en 2023 gastábamos 10.247€, es decir, gastamos un 7,9% menos. Y, si gastamos menos, tenemos que entender que es porque disponemos de menos dinero, ¿no? Ya no hablamos de salarios, pensiones, SMI o cualquier otro factor de debate entre unos y otros. Gastamos menos porque tenemos menos dinero disponible, porque somos más pobres. Y dos apuntes antes de que empiecen los peros: ni 2006 era el pico más alto de los años de la “burbuja (en 2007 y 2008 el gasto medio fue mayor) ni actualmente seguimos bajo la influencia económica del COVID (manteniendo el crecimiento que llevábamos de 2018-2019, el gasto medio anual en 2023 seguiría por debajo del de 2006). Así que, hechas estas salvedades, podemos decir que sí; las cifras avalan lo que ya sabíamos: somos más pobres que hace 19 años.

Además de más pobres, también somos distintos, ya que hemos cambiado nuestros hábitos de consumo para adaptarnos esta situación y esto también influye en nuestra vida. Ahora gastamos más en bienes de primera necesidad, tales como vivienda, alimentación, transporte, salud o educación. El gasto en estos productos en 2006 era de 4.932€ por español y año, mientras que en 2023 fue de 5.308€, un 7,7% más. Por su parte, en el resto de gasto, podríamos decir que el “no necesario”, gastamos menos, un 20% menos (de 6.195€, hemos pasado a 4.939€ al año)

No todo el gasto en estos bienes más necesarios aumenta o lo hace en la misma proporción. El aumento del gasto en salud puede ser explicado tanto por encontrarnos con una población más envejecida que en 2006 como por un descenso en la inversión y, por tanto, en la calidad de la sanidad pública (y el consiguiente aumento del gasto en sanidad privada). También es lógico, por cambios en los hábitos y costumbres tecnológicos, el aumento del gasto en Telefonía e Internet.

Respecto a la vivienda, podemos observar que el alquiler ha subido un 20% y los suministros (luz, agua, gas) un 14,5% desde 2006, aunque el aumento del alquiler no se disparó hasta 2018. Por otro lado, el gasto en conservación y mantenimiento de las viviendas ha disminuido un 34%, pese a que desde 2006 el envejecimiento de la vivienda disponible ha sido evidente. Por tanto, podríamos decir que gastamos más en vivienda, en tenerla, pero menos en mejorarlas, a pesar de que están más viejas. Otro gasto que se ha vuelto “prescindible” con nuestra pobreza.

También gastamos más en educación, a pesar de que los datos del Ministerio de Educación nos digan que el número de estudiantes matriculados es menor: gastamos casi un 20% más en Educación Universitaria, cuando los matriculados son un 2% menos. Hemos de suponer que no sólo se debe al aumento del precio de la Universidad pública, y una peor financiación que provoca una disminución de su calidad y su uso, sino también al aumento del negocio de la privada, que crece a costa del bolsillo del español medio.

Hay dos partidas de gastos de primera necesidad en las que sí que gastamos menos: la alimentación y el transporte público. Este dato tiene ciertos matices, si lo comparamos con el uso de estos bienes.

El gasto en alimentos es menor, sin embargo, ello no conlleva un menor consumo, sino distinto. Por ejemplo, se consume la misma cantidad de carne (pero mientras baja la de vacuno, crece la de ave), baja en un 21% la cantidad de pescado consumido (especialmente el fresco) y baja un 27% la de aceite de oliva. Podría decirse que estamos cambiando productos de mayor valor, o que se han encarecido más, por lo de menor valor.

El gasto en transporte es mucho menor, tanto en el transporte público, que, a pesar de aumentar su uso, disminuye su gasto debido al efecto de las subvenciones, como el transporte propio, que podría deberse a un cambio al transporte público (más sostenible que el privado). Sin embargo, comparándolo con el consumo, encontramos que el gasto medio en coches nuevos ha disminuido un 60% mientras que el de segunda mano sólo un 20%, lo que nos indica que la disminución del gasto en transporte propio no es por un cambio de preferencia de uso sino otra señal de pérdida de poder adquisitivo.

¿Y en qué otras cosas gastamos menos? En aquello no necesario pero que también determina nuestro nivel de vida, sobre todo cuando no lo tenemos: viajes, ocio (restauración, alcohol y tabaco), y bienes de consumo (ropa, muebles y hogar, etc.)

Se trata, en definitiva, de una serie de datos que nos confirman lo que ya sabíamos o intuíamos la mayoría, y sobre lo que nuestros representantes públicos, empresariales y medios de comunicación no suelen hablarnos a menudo. Nos hemos empobrecido. Aunque algunos aspectos resultan bastante evidentes conociendo los precios de los bienes, al compararlos con el consumo encontramos que tenemos menos dinero para gastar y necesitamos gastar más en productos imprescindibles (vivienda y servicios públicos que antes eran de mayor calidad, mejor financiados y más usados, como sanidad y educación, y que cada vez están más privatizados), por lo que tenemos que reducir el gasto, y el consumo, en el resto de bienes, no tan “necesarios” (alimentación, ocio o la posibilidad de tener vehículo nuevo o incluso propio).

Somos más pobres. No sólo ocurre en España, pero eso no es ningún consuelo. Esta evidente pérdida de poder adquisitivo del español medio, la desaparición paulatina de eso que llamaban clase media, no sólo es un problema social de primer orden (además de una injusticia mayúscula y una nueva estafa o robo, porque los beneficios de otros sectores siguen aumentando), sino también la clave de bóveda de los problemas económicos del país (si dejamos de mirar las cifras macro, encontraremos que nuestra economía pende de un hilo, como antes de la crisis de la burbuja en 2008) y el origen de la crisis política que atravesamos (si quieren saber dónde se asienta la crisis de representatividad, la polarización y el auge de los extremismos, dense una vuelta por las encuestas de economía de los hogares).

Sí, somos más pobres que antes y no sabemos cuándo se detendrá esta inercia. Pobre de ti y pobre de mí. Pobres de nosotros.