No lo sé, esa es la verdad. Pero tampoco sé lo que nos va a pasar. Heráclito dejó escrito “espera siempre lo inesperado o nunca lo lograrás”; una máxima que nos sirve para reflexionar y, además, nos ayuda como lema o frontispicio para practicar la innovación pero también para cultivar la anticipación, es decir, la prudencia. Hemos entrado, además, en la fase del humano egoísmo, la indiferencia, que se adorna con el envoltorio de la habituación negativa, un modo de aprendizaje muy antiguo, tanto como la propia existencia humana, y que se ha definido como el decremento de la respuesta de una organismo a un estímulo; un proceso muy frecuente por el que dejamos de responder a todo aquello que nos estorba, no nos importa o de lo que ya estamos hartos. Un mecanismo de defensa natural para que podamos desenvolvernos en nuestra vida diaria sin tener que analizar y dar respuesta constantemente a cualquier sensación. Por ejemplo, y en esta hora, casi nos hemos olvidado de los seres humanos que llevan tres años muriendo en la maldita guerra de Ucrania y de los millones de refugiados hambrientos y casi desheredados que siguen huyendo de ese horror/error a la que un malvado sátrapa megalómano llamado Putin puso inicio y no quiere poner fin hasta que la rendición no sea total. Otro sátrapa, Netanyahu se llama, masacra cada día a palestinos, libaneses y a quien se le pone por delante sostenido por oscuras diplomacias que nadie entiende y en cuya solución priman, una vez más, intereses económicos espurios, incluso “turísticos”, en todo caso cobardes, amparados por la política exterior norteamericana que el emperador Trump ordena y manda.
Nos puede acogotar una crisis de los aranceles trumpistas que nadie sabe todavía donde llegará, que tiene visos de convertirse en una guerra comercial mundial y que, muy probablemente, tendrá consecuencias muy negativas para muchos países, incluido Estados Unidos que podría entrar en recesión. La gente se pregunta si es posible construir un mundo mejor dadas las circunstancias, y si vamos a vivir mejor con la Inteligencia Artificial. Hay ausencias de liderazgo y de instituciones internacionales poderosas y creíbles. El filósofo Jesús Conill opina que la razón común se ha resquebrajado, que los saberes se han fragmentado porque, en pleno siglo XXI, detrás de cada saber hay un interés que no es racional pero tiene una profunda carga económica con un nuevo modelo que se aprovecha de los datos (IA) para un ejercicio oscuro del poder. Hacen falta saberes que nos ayuden a avanzar en la comprensión y el entendimiento, y que nos permitan fomentar la libertad de pensamiento. Liderar es educar, lo he repetido mil veces, seguramente más. La Educación, conocimiento más reflexión, es el mejor bálsamo contra casi todos los males. Todos nos debemos a la búsqueda de la Verdad y la moralidad (la Ética) que va unida a la Verdad, los grandes fundamentos, junto a la crítica, del progreso de Occidente. Y, sin libertad de pensamiento, dice Lledó, la libertad de expresión se degrada porque solo sirve para decir tonterías, por ejemplo, sobre la constitucional prevalencia de la presunción de inocencia.
Ahora, lo recordé hace algún tiempo, además de los consabidos ‘influencers’, parece que necesitamos mitos, olvidando, como escribió Emilio Lledó, que el mito alumbra e inspira, pero es siempre un paso previo en el camino del conocimiento que nos sirve para enseñar qué es y cómo se practica la libertad, sin que valgan imposiciones por la fuerza. Hay que mantener el estímulo de las palabras míticas para saber que esas palabras no acaban en sí mismas. Es la educación la que nos puede procurar ser ciudadanos de una polis libre, con una política basada en la verdad y en la siempre imprescindible justicia. En la educación para la ciudadanía hacen falta referentes y personas ejemplares, y no caben ni la indecencia ni los mitos impuestos por los profesionales de la mentira, sean o no gobernantes. Solo hace falta que nuestros dirigentes, incluidos mandamases, nos traten como adultos, que nos cuenten las verdades sin complejos y que la comunicación sea fluida y se base en tres principios fundamentales: compromiso, veracidad y transparencia. Hoy todos brillan por su ausencia. Probablemente, y no hay que dudarlo, tenemos muchos hombres de principios pero, lo dice Mafalda, es lástima que nunca los dejen pasar del principio…