Aún disfrutando de las vacaciones de verano, tiempo de tregua y obligado descanso y reposo, las cosas de la política patria -atizadas por la masacre de Gaza y la guerra de Ucrania, y por el fuego y la gestión de los incendios forestales en España -están para echarles de comer aparte: sigue la polarización, la poca vergüenza, los despropósitos, las mentiras, la falta de respeto, el “y tú más”, los insultos y “la leche que nos dieron”, frase con la que mi madre, cuando ya no sabía que decir, finalizaba las peroratas para con sus hijos. Bueno, mi madre, cuando la cosa se torcía porque le tomábamos el pelo, utilizaba en casa un misil de destrucción masiva, la zapatilla voladora, que difícilmente acertaba en el objetivo pero que ponía fin a cualquier discrepancia materno-filial. A favor de la madre, naturalmente. Cuento esto porque hablando de políticos, he recordado una anécdota que hace muchos años ocurrió en mi Úbeda, la Ciudad Patrimonio Mundial donde nací y vivo largas temporadas. Con ocasión de juzgarse a un experimentado raterillo local por un delito menor, el juez -al finalizar la vista oral y como es preceptivo- le preguntó al susodicho si quería alegar alguna cosa a la defensa que su abogado defensor había hecho. El acusado, que intuía una condena sin remisión, se puso en pie digna y solemnemente y, dirigiéndose al magistrado, le dijo: “Señoría, si me llevan a juicio otra vez, me gustaría tener un abogado de profesión, no de oficio”.
En estos tiempos de incertidumbre, bajo el imperio de Trump, cuando aparecen decenas de políticos lameculos y dirigentes con currículum falsificados/hinchados para aparentar lo que no se ha conseguido por métodos lícitos y con esfuerzo, la cuestión es si los sufridos ciudadanos tenemos los dirigentes aptos, adecuados o idóneos para solucionar los problemas que nos agobian. La pregunta fundamental es si están suficientemente cualificados y tienen la formación y la experiencia necesarias para desempeñar puestos de responsabilidad. Es decir, si son políticos de oficio o de profesión. Maquiavelo nos enseñó en “El Príncipe” que “si quien gobierna un principado no reconoce los males hasta que los tiene encima, no es realmente sabio; y esta compresión es accesible para pocos”. Creo que a los dirigentes, en general, les falta la capacidad de anticiparse, la capacidad de pensar sobre los riesgos posibles que ciertos acontecimientos conllevan, adecuando nuestra conducta para no recibir o producir perjuicios y daños innecesarios.
Hace más de cien años, Max Weber (“La política como vocación”, 1919) nos enseñó que para dedicarse a la política se necesitan tres cualidades: pasión, como compromiso con un ideal o una causa; sentido de la responsabilidad, pensando en las consecuencias de las decisiones, no en la satisfacción personal, y sensatez, que identificaba con hacer las cosas con proporcionalidad y mesura, sobre todo en momentos de presión y crisis; y aún más, y en síntesis: como oficio, la política es práctica y empírica, y por eso se dice que los políticos pueden formarse sin títulos universitarios, trabajando en la calle; como profesión, es técnica y especializada, de forma tal que el ejercicio del poder atesore un nivel de competencia similar al de otras profesiones, y como vocación es una mezcla de oficio y profesión envueltos en un profundo compromiso ético que trasciende la técnica o la experiencia. Esa era la tesis, que comparto, de Max Weber.
Todo lo anterior es, claro está, teoría. Luego aparece la práctica: Hace unas tres/cuatro semanas, mi nieto menor, Luis, que nació en Pekín hace nueve años y vive en Bruselas, me dijo, sin venir a cuento y con absoluta convicción, que no había derecho a que Donald Trump pudiese recibir el Nobel de la Paz, que no se lo merecía y que él no estaba de acuerdo. Le pregunté por qué y supo articular un discurso simpático que se iniciaba con un interrogante: “¿Que ha hecho Trump?” me dijo, y no supe que contestarle, aunque le conté una historia sobre el presidente de Estados Unidos que corre por internet. Se trata de una antigua fotografía de Donald Trump con su madre con un pie de foto que recoge (yo creo que es un “Fake”) unas supuestas declaraciones de la madre sobre el hijo: “Sí, es un idiota con cero sentido común y sin destrezas sociales, pero es mi hijo. Espero que nunca se meta en política, sería un desastre”. Luis leyó despacio y, con cara de triunfador, sentenció “¡Exactamente!”

Juan José Almagro
Estilo olivarMi nieto Luis
La cuestión es si los sufridos ciudadanos tenemos los dirigentes aptos, adecuados o idóneos para solucionar los problemas que nos agobian