Luces a lo lejos

José Luis Villacañas Berlanga

Anuncios de paraíso ahora

¿Hace Moreno Bonilla algo más que agitar la ideología popular con su anuncio de eliminar el impuesto de patrimonio? Creo que no. Sabemos que ese impuesto...

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Foto: EXTRA JAÉN

Juan Manuel Moreno Bonilla.

¿Hace Moreno Bonilla algo más que agitar la ideología popular con su anuncio de eliminar el impuesto de patrimonio? Creo que no. Sabemos que ese impuesto no es relevante en general en España. Tampoco en Andalucía. Por lo demás, sabemos que la recaudación del Estado y de las Autonomías, impulsada por la subida de los precios de los combustibles, la inflación y el aumento del precio de la vivienda, crece alrededor del 17%. Ciertamente, la eliminación de ese impuesto hace un favor a los que no estaban exentos de él, que eran las economías familiares. La clave de que Moreno Bonilla anuncie su retirada no es de naturaleza fiscal. Es de naturaleza política.

      Lamentablemente, estamos acostumbrados a considerar que lo que tiene naturaleza política carece de eficacia real. Es pura batalla ideológica. En este caso, resulta claro que prima ese aspecto sobre cualquier otro. Como siempre, la ideología busca ocultar la realidad, crear el juego de magia para que el espectador mantenga fija la mirada sobre un objeto llamativo, mientras el truco se ejerce en la sombra. Lo que se oculta con este truco es la necesidad de tener una fiscalidad justa. Eso significa en este país, desde los tiempos de Viriato, que las rentas de capital tengan tipos cercanos a los europeos, ya que las rentas de trabajo son semejantes. Con el anuncio de Moreno Bonilla se pretende algo sencillo: desplazar el objetivo ineludible de esa reforma fiscal y llamar la atención sobre parches de toda índole.

El aspecto ideológico de este anuncio se descubre además cuando se hace acompañar de otros elementos ajenos a toda política fiscal pero que, sin embargo, se supone que producirán un efecto sentimental en la audiencia. Ese afecto tiene aquí la función de disminuir la inteligencia del público. Si se dice que con esta retirada del impuesto se infringe un daño adicional a Cataluña, es que se espera que los rescoldos de aquel infausto “A por ellos” prendan de nuevo en los corazones. El beneficio a unos 20.000 grandes propietarios andaluces se hace más tragable si de camino perjudicamos a Cataluña. El aspecto grotesco de esta argumentación apenas merece comentario. Puede llenar de satisfacción a los espíritus más obtusos, pero seguro que la mayoría detectará en quien así hable un alma mezquina y desleal. En todo caso, lo dominante es la estupidez. Si alguien cree que los millonarios catalanes harán cola para traspasar sus patrimonios a Andalucía por el anuncio de Moreno Bonilla es que se cree sus propias mentiras. Hay mil caminos para evadir el poroso sistema fiscal español y ninguno pasa por instalarse en Sevilla.

El retablo de las maravillas se llenó de embelecos cuando acudió a la cita la gran maga Díaz Ayuso, sentenciando de forma autorizada que con este anuncio Andalucía entraba en el Paraíso. Por supuesto, Ayuso oculta así también su verdad, y es que el atractivo de Madrid para muchas inversiones no depende del impuesto de patrimonio, sino de compartir el triste destino de las grandes metrópolis europeas, convertidas en un inmenso negocio inmobiliario. Que haya llegado a ser eso, se debe a la política de los Estados de magnificar sus capitales como ciudades mundiales. La única manera de competir con Madrid es que una gran ciudad se convierta en capital de un Estado propio. A eso aspiró el independentismo catalán porque allí existe Barcelona. Díaz Ayuso sabe que Moreno Bonilla no aspira a eso.

      Por lo tanto, estamos ante un anuncio político, diseñado para atizar esa estéril lucha que el PP mantiene con la inteligencia patria. Pero si hablamos de un anuncio político, entonces tenemos que enmarcarlo en una táctica y en una estrategia. La diferencia entre estas dos cosas suele ser la temporalidad. La estrategia trabaja con el tiempo largo. La táctica con el corto. En ese anuncio hay un poco de las dos cosas, pero hoy solo hablaré de la dimensión estratégica. Esta reside en reducir todo lo posible en cada momento la financiación del Estado. Eso es lo que se proclama con el anuncio. Ni un paso atrás en la firme voluntad de retirar recursos al Estado. Esto tiene un efecto de largo plazo que en Madrid se aprecia de forma clara: dejar morir los servicios públicos, de tal manera que se genere en la ciudadanía la idea, y la necesidad, de que tiene que agenciarse esas atenciones desde servicios privados.

Justo cuando se puede tener un mínimo margen fiscal para atender las inversiones necesarias en la mejora de educación, sanidad, dependencia, investigación, se lanza el mensaje de que hay que reducir la carga impositiva. Esta agenda es de fondo. Por eso, en las épocas de bonanza jamás mejoraron los servicios públicos. Se dejaron igualmente abandonados a una inercia que los mata poco a poco. Ahí el círculo es letal para el estado mental de la ciudadanía: para estos servicios públicos tan deficientes, me busco la vida en el campo privado; pero si me busco la vida allí, ¿para qué voy a pagar impuestos? Así en espiral. La consecuencia es la dualización social: el Estado solo puede ocuparse de la población marginada, la que tiene los servicios públicos que merece su capacidad económica.

       Esta infame planificación, que sólo tiene como finalidad ajustar nuestra sociedad al modelo norteamericano, es la estrategia del PP. Es de largo plazo porque tiene que hacerse gradualmente. Pero cuando pasan 20 años, como se ve en Madrid, se impone un modelo de sociedad. Paraíso lo llama con descaro por Díaz Ayuso. La condición es no ver a los pobres. Como hizo aquel consejero, cuando miraba al suelo. Esa estrategia no ofrecerá duda a los historiadores de esta infausta época. Se pensó con Reagan, pero se la legitimó a finales de los años 90, con el glorioso Clinton. El Tamayazo se dio en 2003. Fue el pistoletazo de salida.