Mediodía en la provincia de Jaén

Javier López

Yo no sabía nada


Yo no sabía nada.

Ignoraba por completo la belleza de las pedrizas, de los canchales, de los voladeros, de los rincones preciosos de nuestra Sierra.



Desconocía que a las nubes que escalan las laderas las llaman carboneras porque parecen el humo de las lumbre para hacer carbón. No conocía las plantas, las especies endémicas que viven en las grietas más inaccesibles de las calizas milenarias de Mágina.

No tenía idea de la enormidad de esas moles, cuando se estremecen bajo los crujidos de las tormentas en los pasos angostos. No había tomado conciencia del tamaño abrumador de los barrancos por donde nos adentrábamos para acechar a algún enemigo de la sierra.

Me descubriste el milagro virtuoso de las cabras monteses danzando sobre los riscos, esos que a nosotros penosamente caminábamos. O el del vuelo impresionante de nuestra Águila Real sobrevolando las Coronas

Me llevaste al Prado Melgosillo, nos arrastramos por la maleza del Cerrillo Vaquero para sonreír con el chorrillo en la agostada en la fuente de la Marrana. A las peñas de Neblín, a las Fuentezuelas y a ver los pinos abuelos. A los lastonares, a Cagasillas y el Campanario. Y a la Carluca, a ver desde el cielo el barranco del Mosquito y los manantiales del Cuadros

Subí, subimos, a todas las cumbres, a la Peña Grajera, a la Piedra Jaén, a Mágina, a Miramundos. ¡Qué justicia le hace su nombre!.

Y por supuesto a nuestra querida La Lancha, a la Serrezuela y sus barrancos, a La Cuerda. ¡Cuántas flores me descubrías, con tu conocimiento enciclopédico de nuestra Sierra!. ¡Cuánto nos cabreaba el poco respeto a la sierra de los irresponsables arrasando con las sendas!

Tantas cosas que necesitaría días para solo enumerarlas, cuanto más para explicarlas.

Y te me has muerto, querido José María. Tan joven y tan pronto, con tantas rutas por andar, con tantas cosas por hacer y tanto que contarnos en nuestras infinitas caminatas. Y me has dejado un roto, querido José María, un agujero negro en el alma que nadie podrá llenar. Ahora, arriba en nuestra Sierra, ya no soy más que un huérfano, un triste náufrago entre nuestras piedras lunares.

Descansa en paz, amigo.
Querido agente José María Díaz