Régimen Abierto

Antonio Avendaño

El Paisaje del Olivar o la Rebelión de los Catetos

La última victoria de la España palurda ha sido tumbar el expediente de declaración por la Unesco del Paisaje del Olivar como Patrimonio Mundial de la Humanidad

 El Paisaje del Olivar o la Rebelión de los Catetos

Foto: RAMÓN GUIRADO

Olivar.

Si la declaración de parque nacional, parque natural o reserva de la biosfera hubiera quedado en manos de los propietarios de las tierras protegidas, hoy no habría en España ni un maldito enclave natural protegido. Los beneficios efectivos de tales declaraciones tienen lugar tan a medio y largo plazo que suele resultar muy difícil, si no imposible, convencer a los más cerriles de que la creación del Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas o del Parque Nacional de Doñana no es una sibilina estrategia de las élites políticas y los señoritos ilustrados de la ciudad para arrebatar lo suyo a los sufridos agricultores y ganaderos. Doñana sería un desierto si la gestión de sus acuíferos de su entorno hubiera quedado en manos de los productores de fresa; de hecho, ya amenaza con convertirse en un secarral porque ni la Junta de Andalucía ni el Estado ni, por supuesto, los ayuntamientos han cumplido como cabía esperar de ellos sus responsabilidades institucionales en materia de policía de aguas. En Doñana y su entorno, la extracción ilegal de agua durante décadas ha sido más la regla que excepción.

La última victoria de la España palurda ha sido tumbar el expediente de declaración por la Unesco del Paisaje del Olivar como Patrimonio Mundial de la Humanidad. El proceso impulsado desde hace casi una década por la Diputación de Jaén, que preside Francisco Reyes, y respaldado por relevantes instituciones territoriales y académicas acaba de embarrancar por el rechazo de 8.500 agricultores de Arjona, Porcuna y Lopera, a quienes la patronal Asaja y los alcaldes del terruño han convencido de que tal declaración equivalía poco menos a confiscarles sus olivos de por vida. Lo decía en uno de los reportajes publicados estos días un oleicutor contrario a estas mariconadas culturetas y medioambientales de los señoritos de la ciudad: "La palabra lo dice: si es de la humanidad, deja de ser nuestro". Con un par. Como diría José Mota: "No digo que me lo mejores, sólo iguálamelo".

Raúl Beltrán ha contado con detalle en estas páginas la sucesión de victorias parciales hasta la derrota final, en un reportaje cuyo título lo dice todo: 'Anatomía de una necedad. El olivar no será patrimonio mundial'. Su crónica recoge, por cierto, la reacción "tan tibia como fría" del presidente andaluz a la retirada de la candidatura tras constatarse el rechazo de los olivareros de La Campiña jiennense: "Tiene que haber –proclamó sin despeinarse Juan Manuel Moreno– un equilibrio entre el desarrollo de la actividad agrícola y la propia candidatura de Paisajes del Olivar". Ya. Con amigos así sobran enemigos. Si el promotor de la candidatura no hubiera sido uno de los pocos socialistas andaluces con poder real que van quedando, ¿se habría involucrado algo más enérgicamente el Gobierno andaluz en el proyecto? Quién sabe: a la derecha, por definición, las cosas del medio ambiente siempre le han entusiasmado lo justo. Lo justo en el mejor de los casos. No es raro, por otra parte, que el presidente se haya puesto de perfil en este asunto. Moreno es un hacha poniéndose de perfil en las cuestiones espinosas.

Mientras, en el no rotundo de los olivareros contrarios a la protección de la Unesco cabe oír un eco lejano del ominoso 'Vivan las cadenas' con que una parte del pueblo llano rechazaba las pretensiones de los liberales de acabar con el absolutismo liderado por el fantoche de Fernando VII. No quiere decirse que el no de los agricultores jiennenses sea un no propiamente político o ideológico; se trata más bien de un no terco, cegato y montaraz, de un no encuadrado en los necios confines del negacionismo, que es una fe que no sabe que lo es, y ya sabemos cómo opera la fe: tal vez no mueva montañas, pero es seguro que mueve patrañas.

Los agricultores contrarios a la protección del paisaje del olivar no son, claro está, más catetos o más palurdos no ya que sus colegas que opinan lo contrario sino ni siquiera que los listos de las ciudades que tienden a creerse más listos que ellos. Catetos son los argumentos de brocha gorda que les han vendido, confiados seguramente en la buena fe de quienes se los vendían. Y no es que estos tuvieran o tengan necesariamente mala fe: de hecho, pocos negacionistas la tienen. Se trata más bien de una cuestión de perspectiva, de distancia: un terraplanista mira hacia el horizonte y no ve que la Tierra sea redonda; un negacionista climático ve las lluvias de marzo y le basta para cargarse de razón. No es una cuestión de fe, sino de brocha; en concreto, del tamaño de la brocha: cuando esta es demasiado gorda resulta imposible pintar con precisión y finura. Inicialmente, los beneficios de la declaración del Paisaje del Olivar como Patrimonio Mundial de la Humanidad son puramente inmateriales: de hecho, nadie ha construido nunca nada grande sin la argamasa invisible pero decisiva de lo inmaterial.

A los olivareros de Jaén les ha costado décadas, y a muchos todavía les sigue costando, comprender cabalmente que la verdadera rentabilidad de los olivos no estaba en vender a granel el aceite de sus almazaras para que otros lo envasaran, etiquetaran, distribuyeran y publicitaran. Puede que a los de Porcuna o Lopera les esté sucediendo algo parecido: como el galardón de Patrimonio de la Humanidad no da rendimientos líquidos, directos y evidentes a corto plazo, piensan que es un lastre, una trampa, un engaño. Una cadena. Ni se les pasa por la cabeza que quizá la cadena sean ellos.