Habrá sucedido pocas veces en política, y eso que en política ha sucedido casi todo, que un partido de gobierno haya tenido dos secretarios de Organización sucesivos y nombrados por un mismo secretario general que se dedicaran durante años a robar a manos llenas amañando contratos de obras públicas a cambio de suculentas mordidas. Primero fue José Luis Ábalos y después ha sido Santos Cerdán. Aunque habrá que esperar a conocer el dictamen definitivo de la justicia, las investigaciones están aportando indicios abrumadores de que ambos eran unos corruptos de libro. Gracias a las pesquisas realizadas, en tareas de policía judicial, por la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, lo conocido hasta ahora de los dos últimos secretarios de Organización del Partido Socialista sonroja no ya a militantes o simpatizantes del PSOE sino a cualquier ciudadano medianamente decente, que es como más o menos venimos a ser todos.
Visiblemente compungido, el presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez, comparecía ayer no solo para dar explicaciones sino para mostrar públicamente su aflicción, su pesadumbre, su vergüenza, la humillación de haber sido burlado dos veces por los dos hombres en cuyas manos dejó la responsabilidad de llevar las riendas del partido en su nombre. La sede socialista de Ferraz bien podría poner un anuncio por palabras que dijera escuetamente ‘Se busca secretario de Organización del partido que no robe”.
Sarcasmos aparte, con la dimisión ayer de todos sus cargos por parte de Santos Cerdán a raíz de conocerse su conduta indiciariamente corrupta, al Gobierno se le multiplican las dificultades para llegar vivo a 2027, como pretende y así volvió a ratificarlo ayer Pedro Sánchez, que descartó cualquier adelanto electoral. A sus socios de investidura no les convencieron del todo las explicaciones del presidente, y sin duda se mantendrán a la expectativa de cuantas sorpresas la instrucción judicial pueda ir revelando en el futuro. Aunque es muy improbable que le retiren su apoyo a Sánchez, el coste político de seguir manteniéndolo puede ir en aumento y ello bien podría inducirles a incrementar la presión sobre Sánchez y, en consecuencia, acelerar ese final de la legislatura que tanto ansía y tantas veces ha reclamado Alberto Núñez Feijóo. Con el caso Cerdán, el presidente del PP tendría ahora una sólida percha en la que colgar su exigencia de adelanto electoral si no fuera porque lleva pidiéndolo desde el minuto uno de la legislatura. Cuando, en opinión de Feijóo, hasta el más venial de los pecados cometidos por Sánchez merecía el Infierno de la dimisión, al aflorar los pecados verdaderamente mortales, y este de Cerdán lo es, al líder del PP apenas le queda margen para dictar un castigo más severo que el tantas veces exigido por motivos más bien pueriles.
Mientras, nadie en Ferraz puede estar seguro de que Cerdán, Ábalos y el tal Koldo operaran en solitario en las cloacas, ni de que en el seno del Gobierno, y particularmente en el Ministerio de Transportes, no haya otros cargos políticos o funcionarios de las mesas de contratación de obras que pudieran haber participado en la trama de la que los dos secretarios de Organización vendrían a ser los ‘capos’ visibles. Visto lo visto y robado lo robado, quizá el Gobierno debería plantearse algún tipo de auditoría, investigación o chequeo de los ministerios que licitan obra pública para detectar cuáles son los ángulos ciegos en los que campan a sus anchas la codicia y la impunidad de los sinvergüenzas.