Aunque olvide en sus columnas mencionar los 300.000 euros que le cuesta la fiesta a la televisión autonómica, se emociona hasta la lágrima el articulismo 'andalú-cazi-ná' escribiendo sobre la buena nueva de que Canal Sur recupere con toros con la retransmisión de tres corridas de la Feria de Abril en la Maestranza, a razón de 100.000 por encierro. ¿Y la retransmisión de las corridas de la Feria de San Lucas para cuándo?, clamará desde el más allá nuestro Alfredo Margarito, que durante años compaginó las tareas de gerente del Diario Jaén con las de crítico de toros del periódico.
El regreso de la barbarie taurina a la televisión pública me ha traído a la memoria una lejana sobremesa compartida con Alfredo Margarito y Esteban Ramírez, entonces presidente de Diario Jaén. Debió ser hacia el año 88; por aquel entonces yo ejercía de director en funciones del periódico, aunque lo que tal vez más me enorgullecía no era aquel cargo provisional, sino la generosidad de Esteban alabando con pasión algunos de mis artículos.
Pues bien, en aquella comida surgió la controversia sobre los toros: Alfredo los defendía con una pasión pareja a la que mostraba Esteban denigrándolos. Yo estaba más bien de oyente, aunque quiero recordar que fue entonces cuando empecé a hacerme un poco antitaurino, advirtiendo que en aquella batalla dialéctica las buenas razones de Esteban derrotaban a las encendidas emociones de Alfredo. Margarito defendía la belleza de la fiesta y Esteban replicaba que también había belleza en el estallido de una bomba nuclear. Fue, en todo caso, una controversia cordial de la que, por supuesto, ni Alfredo salió menos taurino de como entró ni Esteban menos convencido de la atrocidad que tantos veneraban como fiesta nacional.
Lo mejor de las polémicas de antaño en torno a los toros es que todavía no estaban, como lo están ahora, envenenadas por la política. O por lo menos no lo estaban tanto. Hoy los toros son parte esencial del programa electoral de Vox y un capítulo significativo en el programa del PP. Sumar y Podemos están en contra, mientras que el PSOE como con la OTAN, unas veces a favor y otras en contra, según sople el viento electoral. Todos los que son favorables al sangriento espectáculo son conscientes de su declive: por eso aplauden tanto que la televisión dé las corridas, porque esperan que esas retransmisiones generen nuevos aficionados. Es poco probable que eso suceda, pero están en ello.
Como a Alfredo Margarito, ningún Esteban Ramírez va a convencerlos de la crueldad que, sin complejos ni remordimientos, es marca de la casa de su afición favorita, pues, más allá de la instrumentalización política por parte de las derechas, los auténticos aficionados a los toros no defienden la fiesta por patriotismo: la defienden por egoísmo. Aunque a algunos de ellos les guste posar de exquisitos que defienden un arte milenario, en realidad lo único que les preocupa es su propia diversión, aunque sea a costa del sufrimiento de un pobre animal inocente.
Los taurinos intentan convencerse a sí mismos de que los toros no sufren cuando los hieren con el hierro y el acero en la cerviz durante media hora; o simulan la impostura de que defienden las corridas porque sin ellas desaparecerían los toros. En realidad, solo son unos egoístas redomados: no defienden a los toros, defienden su ocio. ‘Fiat otium, et pereat mundus’. Hágase mi diversión y perezca el mundo. Son niños grandes que se enfurecen si alguien intenta arrebatarles su sangriento juguete de 500 kilos.
No es que los taurinos sean insensibles al dolor de los toros, serían unos monstruos si lo fueran: sencillamente, prefieren no pensar en ese dolor o simular que no existe. De hecho, tienen razón al afear a los animalistas su despreocupación por el maltrato industrial infligido a los cerdos, las vacas o las gallinas que nos comemos. Pues claro que hay maltrato en ambos casos: solo que en un caso el maltrato obedece al deseo de divertirse y en el otro obedece a la urgencia de alimentarse. ¿Es lo mismo? No lo es, como no lo es que los hombres se maten como soldados en una guerra inevitable a que lo hagan como gladiadores en el ominoso circo, del que ya Séneca comentaba: “He asistido por casualidad a unos juegos del mediodía, esperando algo de distracción. Pero todo en ellos es simple asesinato. Nada hay allí que no sea muerte, todo es pura crueldad...”
¿Se pueden justificar las corridas por los grandes cuadros o los brillantes escritos publicados sobre ellas? Tanto como se puede justificar el sangriento espectáculo de los gladiadores por la majestuosidad arquitectónica del Coliseo. ¿Son las corridas algo bueno porque las hayan defendido grandes artistas? Tanto como podría serlo el antisemitismo porque lo haya defendido Voltaire.
Casi cuarenta años después de aquella grata sobremesa que, muertos mis dos amigos, solo yo puedo rememorar, cuánto me gustaría volver a verlos de nuevo cordialmente enzarzados en su incruenta batalla de razones y emociones. Si hay cielo y funciona como es debido, es seguro que Esteban Ramírez estará en él. También debería estarlo Alfredo Margarito, pero imagino que cuando el insigne crítico taurino del Diario Jaén llegara y viera que en el cielo no había toros, pediría de inmediato un nuevo destino, pues tenía oído de buena fuente que en el infierno sí que había corridas todas las tardes.