Régimen Abierto

Antonio Avendaño

Moreno frena a Vox en Sevilla

Ya quisiera Feijóo mandar lo que manda Moreno. Feijóo no pudo impedir la entrada de Vox en los gobiernos locales; Moreno lo ha hecho en Sevilla sin despeinarse

 Moreno frena a Vox en Sevilla

Foto: JUNTA

Juanma Moreno.

Los niños, los locos y los fachas son más proclives a la sinceridad que los adultos, los cuerdos y los demócratas porque no suelen pararse mucho a evaluar las consecuencias indeseadas de su franqueza. De esa candidez algo paradójica ha echado mano la portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Sevilla, Cristina Peláez, para revelar que el alcalde popular, José Luis Sanz, que lo es gracias a los votos ultras, se había comprometido con ellos a incorporarlos al gobierno local, cediendo así a las exigencias del partido de extrema derecha. La operación estaba prácticamente cerrada, pero San Telmo la frenó en seco.

Aunque el alcalde Sanz y los suyos se apresuraron a negar que hubieran pactado nada con los de Abascal, en los mentideros políticos y periodísticos de la capital se da toda la credibilidad a la versión de Vox según la cual Juan Manuel Moreno ordenó a José Luis Sanz que ni se le ocurriera meter a Vox en su gobierno. Fuentes de Vox que no sabían que lo eran han llegado a contar esta semana que el presidente andaluz advirtió a Sanz de que, si seguía adelante, el grupo municipal del PP podría incluso respaldar una moción de censura promovida por Vox para quitarlo de alcalde y poner en su lugar a otro concejal del PP. Es lo que cuenta por ahí gente de Vox: puede que el relato sea sincero, aunque eso no significa necesariamente que sea la verdad.

Vox hizo alcalde a Sanz tras las municipales de 2023, pero lo cierto es que pronto expresó su deseo entrar en el gobierno local. Ya en octubre pasado se lo hicieron saber al grupo popular: si no entraban en el gobierno, advirtieron, no apoyarían los presupuestos. Y no los han apoyado. Por eso el alcalde entendió finalmente que no le quedaba más remedio que acceder a las bien fundadas exigencias ultras. Bien fundadas porque los dirigentes nacionales y locales de Vox no olvidan la amarga lección aprendida en la primera legislatura autonómica de Juan Manuel Moreno, cuya investidura en enero de 2019 como presidente gracias a los votos de Vox no le impidió torear diestramente durante todo el mandato a los novillos andaluces del hierro de Santiago Abascal. De aquella legislatura Vox aprendió que la única manera de que tus socios no te engañen es estar dentro del gobierno del que disfrutan gracias a tus votos.



Tras las autonómicas y locales de 2023, los ultras se aplicaron el cuento y entraron por la puerta grande en la mayoría de los ejecutivos locales y autonómicos en los que el PP necesitaba a Vox para investir como alcaldes o presidentes a sus candidatos. Todavía no se entiende bien, por cierto, cómo pudo permitir tal cosa Alberto Núñez Feijóo, quien, aun no siendo un Winston Churchill, no podía no ser consciente de que tales alianzas habían de mermar las expectativas electorales del PP en las generales de julio disparando las alarmas entre los votantes de la izquierda hasta el punto de dar no pocos de ellos su papeleta a un Pedro Sánchez que no acababa de convencerles. ¿Por qué permitió Feijóo esos gobiernos locales y territoriales con Vox? Debió ser o bien por torpeza o bien por impotencia: o bien porque no supo calibrar cuánto podían movilizar a la izquierda tales pactos o bien porque temió que sus candidatos no le hicieran caso si les ordenaba estarse quietos y posponer los acuerdos con Vox hasta después de las generales.

En Andalucía, Moreno no es Feijóo. Ya quisiera Feijóo mandar en el PP nacional lo que Moreno manda en el PP de Andalucía; en realidad, el liderazgo de Feijóo nunca acabará de resultar creíble para los suyos hasta que no ocupe el palacio de la Moncloa. En política, los tuyos solo creen en ti y te respetan de verdad cuando alcanzas el poder: hasta entonces el liderazgo que ostentas es meramente provisional, por no decir ilusorio, y así, exactamente así, es como cabe definir el liderazgo actual de Feijóo en el Partido Popular.

Moreno ha frenado a Vox en Sevilla porque podía hacerlo. El presidente andaluz se está labrando un perfil de líder templado, dialogante y transversal, no en las antípodas pero sí alejado del formato asilvestrado que encarna Isabel Díaz Ayuso. No quiere eso decir que Moreno se negara en el futuro a gobernar con Vox; en absoluto: si en las próximas autonómicas perdiera la mayoría absoluta y necesitara a Vox para ser investido bajo la premisa de darles entrada en su gobierno, sin duda alguna que lo haría. ¿Que preferiría no hacerlo? ¡Desde luego! De la misma manera que Pedro Sánchez preferiría no depender de Puigdemont. Moreno trabaja para no depender de Vox. Si ahora hubiera aceptado la entrada de los ultras en el gobierno de la capital de Andalucía, su imagen de líder moderado se habría visto seriamente comprometida y, además, la operación podría haber mermado las expectativas del PP andaluz en las europeas del próximo día 9.

Y una cosa más, quizá no la más importante pero sí la más sabrosa: José Luis Sanz no era la persona que Moreno deseaba para competir con el socialista Antonio Muñoz por la alcaldía de Sevilla. La nominación de Sanz como candidato se produjo en un contexto singular: en el congreso del PP de Sevilla, la casadista Virginia Pérez se impuso al candidato de Moreno para presidir el partido. A Pérez le faltó tiempo para designar candidato a Sanz, y Moreno no tuvo más remedio que ‘comerse’ aquella nominación: en noviembre de 2021 se hacía la foto con Sanz para oficializar una candidatura que al presidente andaluz debió saberle a cuerno quemado. La desautorización actual de Sanz tiene, pues, algo, cuando no mucho, de revancha.

Recuérdese, por otra parte, que la enemistad política de Sanz y Moreno viene de lejos. De bastante lejos. En concreto, de 2014: fue entonces cuando Sanz estuvo a un paso de convertirse en presidente del PP andaluz: contaba para ello con el apoyo de la entonces poderosa secretaria general de Génova, María Dolores de Cospedal, pero la no menos poderosa vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, se interpuso en su camino y convenció a Mariano Rajoy de que ‘ungiera’ presidente al entonces desconocido Juan Manuel Moreno Bonilla.

Para Cospedal, cuyas terminales mediáticas habían anticipado con fruición que Sanz iba a ser el nuevo presidente del PP-A en sustitución de Juan Ignacio Zoido, el golpe de mano de Santamaría fue una humillación en toda regla: hasta entonces se suponía que la vicepresidenta lo era todo en el Gobierno pero poca cosa en el partido; el súbito ascenso de Moreno demostraba lo contrario.

El 1 de marzo de 2014, quien sigilosamente y desde muy joven había ido escalando puestos en el organigrama del partido hasta alcanzar el puesto de secretario de Estado de Asuntos Sociales a las órdenes de Santamaría, era proclamado presidente del PP-A con un respaldo del 98,54 por ciento en el XIV Congreso Regional del partido, aunque muy probablemente una buena parte de los 1.416 compromisarios que lo votaron aquel día debió ser la primera vez que le ponían cara. El Moreno de 2014 presidía el PP andaluz pero no era su líder real, una magistratura que en aquel tiempo todavía ostentaba el incombustible Javier Arenas. Diez años después, Moreno ostenta unos galones que, estos sí, se los ha ganado combatiendo en buena lid en el campo de batalla. Los discretos movimientos del teniente Sanz para dar entrada a Vox en su gobierno no han debido ser del agrado del comandante Moreno, determinado a fusilar al oficial rebelde si éste persistía en sus planes. Sanz habrá tomado buena nota de lo sucedido, pero seguro que Vox también lo ha hecho.