Régimen Abierto

Antonio Avendaño

Imanol Arias, lo que necesitas es prisión

El Código Penal antepone la recuperación del dinero a la prisión, sin considerar que la certeza de eludir la cárcel es un incentivo moral para delinquir

 Imanol Arias, lo que necesitas es prisión

Inmanol Arias.

El hecho lo conocemos todos pero no escandaliza a nadie: es más difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos que un defraudador fiscal entre en la cárcel. El último caso se ha conocido esta semana: el actor Imanol Arias ha alcanzado un acuerdo de conformidad con la Fiscalía Anticorrupción que le permite evitar una condena que implicaría la entrada en prisión. La petición inicial de casi 30 años de reclusión por parte del Ministerio Público ha quedado milagrosamente rebajada, como en el milagro de los panes y los peces pero justo al revés: los Evangelios relatan que Jesús multiplicó cinco panes y dos peces con los que alimentó a varios miles de comensales, mientras que las crónicas periodísticas informan de que el fiscal ha reducido de 27 a 2 años su petición de cárcel, evitando así que el actor pueda entrar en prisión por los seis delitos fiscales cometidos entre 2010 y 2015, con los que presuntamente defraudó 2,7 millones de euros a la Hacienda Pública.

Lo del Mesías fue un milagro y lo de la Fiscalía también lo es a su manera. El Mesías tenía de su parte a Dios y el fiscal tiene de la suya el Código Penal. Ni acusador ni acusado hacen trampas: se limitan a beneficiarse de la ley, el uno logrando que el actor se declare culpable de determinados delitos y pague una multa y el otro eludiendo la cárcel. En todo caso, el milagro procesal de Imanol Arias es uno más de los muchos de que tenemos noticia. La casuística es muy diversa pero las pautas por las que se rige apenas varían: los procesados fiscales que eluden la cárcel –actores, empresarios, futbolistas– siempre son ricos, siempre defraudan cantidades millonarias y siempre eluden la cárcel. La única excepción conocida es la del rey emérito, el único Borbón del que erróneamente pensábamos que nos había salido bueno en 300 años.

El Código Penal prioriza la recuperación del dinero defraudado sobre el ingreso en prisión, sin pararse a considerar que la seguridad de no ir a la cárcel es un poderoso incentivo moral para delinquir. El asesor fiscal le explica a su cliente que en el peor de los casos sufrirá la pena de telediario y el pago de una multa dolorosa pero asequible, y nada más. ¿Por qué no delinquir, pues? A quienes nunca hemos tenido dinero nos cuesta entender la conducta de quienes sí lo tienen: ¿por qué arriesgarte a que te pillen solo para ahorrarte unos millones que nunca tendrás tiempo de gastar? Pues porque el dinero es codicioso. Uno no se hace rico porque sea codicioso, sino que es codicioso porque se ha hecho rico. El mucho dinero convierte a sus poseedores en seres fatalmente avariciosos que no pueden soportar que el maldito Gobierno se quede con una parte de lo que es Suyo y Solo Suyo.

No es que los ricos sean unos malvados que venden su alma al diablo del dinero: es que el diablo, por su cuenta, se apropia de ella sin preguntar siquiera. Ser rico significa no solo que tu alma está en venta, sino que el diablo siempre está dispuesto a comprártela. No es que el alma de los pobres no esté en venta, que por supuesto que lo está: la diferencia con los ricos es que a nosotros nadie nos la compra.

Escribía la periodista Julia Otero hace años a propósito del programa televisivo 'Lo que necesitas es amor' que, oídas las truculentas historias de algunos de los hombres que comparecían en él, el espacio que presentaba Jesús Puente debería en realidad haberse llamado 'Lo que necesitas es prisión'. El cuento bien puede aplicarse a nuestros grandes defraudadores: lo que reciben de sus víctimas, que somos nosotros, es amor en vez de prisión. Si hoy se hiciera una encuesta preguntando a la gente si Imanol Arias debe ir a la cárcel, es seguro que el 'No' sería mayoritario. Muy mayoritario incluso. Los ricos han ganado la batalla cultural sobre los impuestos: han conseguido convencer a los pobres de que es mucho mejor para estos que ellos paguen pocos impuestos. Millones de pobres en todo el mundo votan a partidos que abogan por rebajas fiscales cuyos principales beneficiarios son los ricos. A su manera, eso también es un milagro.