Cuando un presidente del Gobierno destituye a uno de sus ministros no suele ser porque ese ministro haya hecho su trabajo rematadamente mal, sino más bien porque su mala praxis amenazaba el bienestar y hasta la supervivencia política misma del presidente. El presidente andaluz Juan Manuel Moreno Bonilla ha destituido a su consejera de Salud, Rocío Hernández, no por los graves errores cometidos por su departamento en el cribado de cáncer de mama, sino porque el indignado clamor de las mujeres ha saltado, por una parte, la frontera de Despeñaperros hasta convertirse en tema inexcusable de las tertulias y los informativos nacionales y, por otra, ha llegado a las puertas de San Telmo, donde una espesa marea cargada de negra ira amenazaba con rebasar sus muros de contención y alcanzar las altas dependencias de la planta noble que ocupa el presidente.
A la oposición, naturalmente, el cese de la consejera le parece poca cosa, pero lo cierto es que, al menos en un país tan rácano como el nuestro en esta materia, no lo es: su destitución es el primer gran boquete abierto en el bloque gubernamental en una legislatura que hasta ahora venía siendo bastante plácida: tan plácida que hubo de pasar una semana hasta que el presidente y su equipo de colaboradores más estrechos se dieron cuenta de que esta vez no iba a ser suficiente con que Moreno pidiera disculpas, aun siendo como es un hacha pidiéndolas. Protagonizando densas concentraciones en las principales ciudades andaluzas, las mujeres airadas querían sangre y el presidente ha optado, con buen criterio, por dársela decapitando a la consejera Hernández, pediatra de profesión que seguramente entiende de pediatría pero no, desde luego, de política ni, tampoco, de gestión sanitaria. Como médica, debería al menos entender de dolor, del dolor ajeno, pero al parecer tampoco.
El escándalo que ha hecho no volcar pero sí tambalearse el sillón presidencial es sin duda conocido por el lector: el Servicio Andaluz de Salud no informó a más de 2.000 mujeres de que, tras someterse al programa de cribado de cáncer de mama, el diagnóstico provisional que había arrojado su examen radiológico había sido dudoso y, por tanto, había que realizar nuevas pruebas para confirmar si los indicios detectados eran benignos, como parece lo más probable, o malignos; en los casos en que el resultado había sido o bien positivo o bien negativo, las pacientes fueron puntualmente informadas, pero no así en los casos no concluyentes.
Antes de producirse este miércoles 8 de octubre el cese de la consejera, San Telmo procuró durante los primeros días minimizar el problema para ensayar, en los últimos, la peregrina estrategia de echar balones fuera culpando de lo sucedido nada menos que a quien fuera consejera de Salud hace ¡¡¡trece años!!!, María Jesús Montero, la misma que hoy es ministra de Hacienda y secretaria general de los socialistas andaluces, aunque el hecho de ejercer, dicho sea de paso, mucho más el primer cargo que el segundo no es seguramente la mejor manera de tensar, activar, movilizar, zarandear a una federación que no levanta cabeza desde su humillante derrota de junio de 2022.
En el desenvolvimiento de esta crisis juega a favor de Moreno Bonilla su buen talante, su disposición, si no del todo sincera sí razonablemente creíble, a disculparse, rectificar y anunciar, como ha hecho otras veces al verse en apuros, un plan de choque para solucionar el problema o al menos para alejar de San Telmo la marea popular. Es poco probable, sin embargo, que el tal plan de choque consiga del todo desactivar las iras ciudadanas: no mientras cada una de esas 2.000 mujeres no tenga la certeza de un diagnóstico concluyente y esté segura de que su vida no corre peligro, pues como sean muchos los casos en que suceda lo contrario y el diagnóstico sea un tumor maligno, el problema político para el Gobierno andaluz se multiplicará exponencialmente, como lo hará si la justicia opta por la imputación de altos cargos de Salud una vez examinadas las denuncias presentadas.
Aun así, esta severa crisis de las mamografías coge presidente andaluz en un momento políticamente dulce, con margen para neutralizar sus efectos más malignos e impedir la metástasis: ninguna encuesta augura hoy que la izquierda pueda arrebatarle el poder, pero todas conjeturan que la mayoría absoluta de la que disfruta puede verse seriamente comprometida por el fuerte ascenso de Vox a lomos, en buen medida, de la inoperancia estratégica, la veleidad ideológica y el nebuloso liderazgo de Alberto Núñez Feijóo. Según la encuesta de 4DB para El País, publicada el pasado lunes 6, en Andalucía Vox ya aventaja al PP en intención directa de voto: 19,6 frente a 19,1 por ciento; por delante de ambos, el Partido Socialista con un 24,8 por ciento, aunque este liderazgo está fuertemente lastrado por las malas perspectivas de Sumar y Podemos, cuya enconada división el electorado sigue castigando sin contemplaciones. Ciertamente, se trata de datos en bruto y referidos, además, a un sondeo sobre generales y no sobre autonómicas, pero aun así no deja de ser un augurio inquietante.
En términos descarnadamente políticos, y la política siempre es descarnada, incluso a su pesar, la crisis del cáncer de mama abre una ventana de oportunidad a la izquierda porque es un escándalo que viene a confirmar y hacer visible su tesis del deterioro de la sanidad pública durante la etapa de Moreno, con la tasa de gasto por habitante más baja de España, mientras no han cesado de engordar los conciertos con la sanidad privada. El presidente lo sabe. No lo puede no saber: basta con que haga un poco de memoria y recuerde el alto precio que pagó la socialista Susana Díaz por descuidar la sanidad pública, una joya de la corona que tampoco él ha sabido, querido o podido restaurar en todo el esplendor que había lucido hasta bien entrada la primera década de este siglo. Y como lo saben los andaluces, que sitúan la sanidad como el segundo problema que más les preocupa, después del paro, aunque a estos efectos el paro no cuenta demasiado porque lleva décadas ocupando ese primer lugar. En tales términos descarnadamente políticos pues, esta crisis es el primer tumor potencialmente maligno que aparece en el cuerpo -hasta ahora- serrano de la derecha gobernante. De su resolución acertada, creíble y a tiempo depende quizá la mayoría política de que ahora disfruta Moreno, como de su gestión rigurosa e implacable pero ponderada desde la oposición depende que la izquierda recupere, siquiera parcialmente, el crédito perdido en las urnas.