Se puede hacer política de muchas formas. Malas o buenas decisiones (no debería ser así), gestionar bien o no el dinero público (se supone que es de cajón cuidar lo que es de todos), realizar proyectos pensando en el bien común… Pero cuando un político se dedica a utilizar la mentira, los bulos, la manipulación de los datos y la realidad porque ha aprendido a tocar las sensaciones de la gente en lugar de su intelecto, a meter el dedo en los resultados de esas mentiras, todo lo demás da igual.
Hace tiempo que una parte del espectro político se está partiendo la cara para ver quién es más extremista, con la única intención de robarle votos a sus iguales. ¿De verdad estamos en esas? ¿En serio preocupa más a estos partidos la manipulación de datos que la realidad? Pues así mismo es. Nos han vuelto unos contra otros utilizando palabrejas que nos afectan según cómo se digan y dónde. La españolidad, las paguitas, aceptar nuestra cultura, la integración… Esta retahíla de palabras bien escogidas y dichas en determinados sitios, tocan la fibra de quienes creen a pies juntillas lo que se les dice micro en ristre. Hemos descubierto qué piensa parte de nuestro entorno sobre temas sensibles, cómo se expresan en redes y la bajeza moral de miles de conciudadanos gracias a que se han quitado las caretas porque está de moda ser tonto y demostrarlo.
Nos han hecho creer que los extranjeros llegan a España y, sin tener residencia, contratos o vete tú a saber qué, se lo están llevando crudo. FALSO. No es así y lo saben mejor que nadie, pero ya se ha soltado la liebre. No hay comentarista de barra de bar que no repita esto mismo, sin saber (qué lástima) que la realidad es todo lo contrario. Y en esas andamos, viendo y padeciendo el desconocimiento sobre nuestras propias leyes que desvelan los analistas sociales de barrio.
Que si inmigración controlada, que si un carné por puntos, que si tal o que si cual. Estrategia, resultados en las encuestas, nada más. En España, la inmigración nuca ha sido un problema ni ha disparado los datos de delincuencia por mucho que nos machaquen con ello. Lo que ocurre es que han encontrado en nuestras sensaciones un filón para rascar votos, y, evidentemente, les funciona. Ellos mismos crean el problema de la nada, falsean la verdad y listo, nosotros nos lo creemos. Como el ejemplo que puse en mi anterior texto, aquello de que «el monte arde porque la Agenda 2030 no nos deja tocar ni una piña». De nuevo, FALSO, ya que la legislación obliga a los propietarios de montes a su limpieza. ¿Es que a nadie le importa los proyectos que estos partidos tienen para España si ganan las elecciones? Y me refiero a vivienda, empleo, economía, educación, sanidad… Bueno, espera, que de estos temas ya han hablado y, aunque no hayan dicho qué harían, sí que han mostrado que están dispuestos a resucitar a la santa inquisición. Pero eso da igual, porque el ejército no está en las fronteras, a nuestra mujeres las violan extranjeros y, para colmo, son el motivo real de todos los males del país. Es así, ¿no?
¿Qué ocurriría si aceptamos que nos mienten? Pues que nos explotaría la cabeza y no estamos como para pensar, ¿verdad? Polarización lo llaman quienes viven bien de ella y reciben ciertas prebendas para revolver el avispero. Crear una sociedad donde solo quepan ellos, los puros, los españoles de verdad, los de un lado, los que «respetan nuestra cultura», los de la pulsera con la bandera. Pero antes de todo eso, necesitan una sociedad donde nadie se pregunte nada, cómplices necesarios para lograr sus objetivos personales, no sociales. Nuestra conclusión inventada: que quien llega de fuera a buscarse la vida son ladrones de lo nuestro, robacasas, todo gratis para ellos mientras nosotros nos morimos de hambre. Qué penica de conciudadanos, qué penica más grande.
¿Cómo es posible que hayamos criado tan mala sangre? ¿Qué nos ha pasado? ¿En qué nos hemos convertido para que la mitad del país rebose ese odio visceral y con tan poca vergüenza de mostrarlo en público? Vale que siempre ha habido larvas latentes del desprecio al diferente y extranjero (pobre, por supuesto, faltaría más) que perdura en las venas de muchas (demasiadas) personas. Pero nosotros no somos así, o, al menos, eso creía yo. Pero ya veo que no, que somos manipulables, librepensadores de garrafón, zombies que ni piensan, ni sienten ni padecen.
Aunque a algunos les pese, la inmigración ilegal no es un problema para España y tenemos herramientas legales para que, llegado el momento, quienes entran de forma ilegal se enfrenten a la justicia. ¡Oh, sorpresa! ¡Existen leyes de verdad! Entonces, ¿por qué tanto alarmismo y hacernos creer que sufrimos poco menos que una plaga bíblica? Pues porque no tienen ni programa ni un solo plan para mejorar lo que sea mejorable. Es mejor hablar de invasiones bárbaras que de vivienda, de paguitas que de blindar la sanidad pública, de toros y procesiones que del peligro que corre la educación pública frente al auge de la privada, auspiciado con dinero de todos.
Pero hay algo sabido por todos. Llegado el momento, cuando las urnas les otorguen el poder, lo primero que van a hacer es pasar la guillotina por los medios de comunicación públicos. Porque, ¿en qué estado democrático se permite la desfachatez de que la televisión pública esté en máximos históricos de audiencia? ¿Es que estamos locos? Vamos, hombre, hasta aquí podíamos llegar. El control de la información es fundamental. Conocen a sus seguidores y la verdad no está hecha para los necios.