Régimen Abierto

Antonio Avendaño

La increíble y triste historia del tranvía rojo y la derecha desalmada

El tranvía lo inaugurará un alcalde socialista: hay cierta justicia poética, pero no era ese el plan de los cráneos privilegiados de San Telmo

Ya lo habrá constatado el sagaz aunque incierto lector: hoy hemos atracado sin miramientos a Gabriel García Márquez saqueándole el título de su novela corta ‘La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y su abuela desalmada’. Y mejor darle a la increíble y triste historia del tranvía de Jaén el tono ligero, inverosímil y un poco descreído de la literatura, porque si nos tomáramos lo sucedido muy a pecho y al pie de la letra, como reclamaría un relato realista, acabaríamos derramando lágrimas de impotencia y echando pestes de la política, sin la cual, por cierto, Jaén no tendría tranvía, o para ser más exactos y, sobre todo, más precavidos: no estaría a punto de tener tranvía.

Este miércoles el convoy maldito ha hecho por fin su primer recorrido en pruebas, aunque, quizá para hacerse honor a sí mismo, partía con sus buenos cuarenta y tantos minutos de retraso, una demora que, bien mirada, tampoco es tanta si la comparamos con los catorce años largos que las pobres vías llevan esperando a que los fantasmales vagones del tranvía rueden sobre ellas. El fantasma del castillo de Santa Catalina es un aprendiz en el oficio comparado con el tranvía de Jaén. Pero en fin, no vamos a repetir la historia de lo sucedido en esos casi tres lustros, cuyas vicisitudes ha detallado con diligencia y precisión Carolina Cañada en su crónica para este periódico.



Baste decir que, si nada vuelve a torcerse, antes de Navidad el tranvía rojo circulará por las calles de Jaén con la normalidad que los vecinos llevan esperando desde aquella lejana primavera de 2011 en que pocos podían sospechar que la derecha iba a dedicar sus mejores esfuerzos políticos a boicotear la puesta la marcha del tren ligero solo porque la autoría del proyecto llevaba el sello de la izquierda. Los malos maridos maltratan a sus buenas mujeres porque las consideran suyas; los malos políticos hacen lo mismo con los buenos proyectos de otros.

Durante una década y media Jaén no ha tenido tranvía porque el Partido Popular no ha querido que lo tuviera. Si Jaén y Andalucía hubieran estado gobernadas por el mismo partido durante todos esos años, el tranvía llevaría más de una década funcionando con normalidad, si bien este caso nuestro presenta una singularidad pocas veces vista en política: y es la de que en toda esta increíble y triste historia el personaje más ceporro, cerril e inverosímil fue el alcalde Enrique Fernández Moya, que hizo bandera de su rechazo, entre visceral y tontorrón, del tranvía impulsado por su antecesora socialista Carmen Peñalver y la entonces poderosa consejera Mar Moreno. Aunque tampoco ellas, claro, eran del todo inocentes cuando decidieron pisar por su cuenta y riesgo el acelerador presupuestario: creyeron seguramente que los 120 millones invertidos en el tranvía eran una buena palanca para ganar de nuevo la Alcaldía de la ciudad; puede que tuvieran razón, pero las cuentas no salieron: en Jaén, como en tantas otras ciudades, hubo buenos alcaldes socialistas que pagaron con su cargo los platos rotos, y bien rotos, por el presidente Zapatero a cuenta de su esotérica gestión de la crisis económica más brutal sufrida por el país desde los años 30.

El tranvía va a acabar inaugurándolo un alcalde socialista, en lo cual no dejará de haber una cierta justicia poética, pero no era ese el plan de los cráneos privilegiados de San Telmo: en teoría, Jaén debería seguir gobernada por un alcalde del PP, y de hecho fue con un alcalde del PP con quien el Gobierno andaluz del PP cerró los últimos flecos que por fin permitirán que eche a rodar. La maldición del tranvía rojo debería estudiarse en las facultades de Ciencias Políticas como ejemplo paradigmático de lo que nunca, nunca, nunca jamás debería hacer la política.