Régimen Abierto

Antonio Avendaño

¿Para cuándo el entierro del difunto Mazón?

Al igual que en el 11-M, en el Yak-42 o en la catástrofe del metro de Valencia, también ahora la justicia intenta aclarar lo que la política se afana en ocultar

Ha ocurrido muchas veces en política, pero pocas de forma tan inequívoca y dolorosamente escandalosa como en el caso Mazón: el presidente de la Generalitat valenciana está muerto pero no lo sabe y en su partido, aunque todos lo saben, nadie parece dispuesto a decírselo. Pocas veces un muerto se habrá resistido tan tenazmente a admitir que lo era. La DANA, de la que acaba de cumplirse un año, segó la vida de 229 vecinos de Valencia, muchos de ellos por no haber recibido a tiempo el mensaje de alerta de la Generalitat. La incomprensible tardanza en enviarlo, que la juez instructora califica de “negligencia grosera”, puede acabar derivando en una acusación de homicidio involuntario. Como ya ocurriera en los atentados del 11-M, en el accidente del avión militar Yak-42 o en la catástrofe del metro de Valencia, también en esta ocasión la justicia intenta aclarar lo que la política se afana en ocultar.

El pobre president hace lo imposible para convencerse cada día de que sigue vivo, no coleando, ciertamente, pero vivo, seriamente maltrecho pero todavía respirando, aún convaleciente pero animoso, optimista, convencido de tener opciones de recuperación. A la protagonista de la película Los otros le sucedía lo mismo: fue necesaria la intervención de una médium contratada por los vivos que habitaban la casa para convencer a la desventurada Grace de que la muerta era ella, pues tampoco sus compañeros difuntos se habían atrevido a revelarle cuál era su verdadero estado. Como Grace Stewart en el sombrío caserón que en realidad era ya su mausoleo sin ella saberlo, Mazón también desarrolla una actividad frenética, viaja a Alicante, cursa órdenes, se reúne, da entrevistas a la prensa amiga, firma decretos, pronuncia discursos, viaja de nuevo a Alicante… mas todo en vano: imposible revertir su situación.



En el Partido Popular son conscientes, no pueden no serlo, de que Mazón es un cadáver político cuyo hedor acabará, antes que después, llegando a la planta noble de Génova 13, pero su presidente Alberto Núñez Feijóo no se atreve a firmar el acta de defunción y ordenar los oportunos trámites para su entierro. La tesis oficial del partido es que la certificación del deceso y posterior inhumación –aunque mejor incineración, para estar más tranquilos ¿no?– es competencia exclusiva de las Cortes valencianas o incluso de la dirección regional del PP, pero en ningún caso de la dirección nacional.

Obviamente, todo el mundo sabe que eso no es cierto: si Feijóo ordenara enterrar al muerto, ni le faltarían sepultureros ni pasaría mucho tiempo hasta formarse un ejército de plañideras dispuestas a acompañar al difunto hasta el cementerio. ¿Que quienes integrarían la doliente armada? Naturalmente, los mismos 160 altos cargos, autoridades y funcionarios del Govern valenciano que esta semana ovacionaron largamente al finado tras escuchar su discurso institucional con motivo del primer aniversario de la DANA. En los partidos no conviene fiarse de las ovaciones demasiados largas. Ni de las ovaciones ni de los silencios. En política, cuando no dar explicaciones de algo es muy perjudicial para el interesado pero aun así no las da, eso quiere decir que darlas es todavía más nocivo para el pecador, quien con buen sentido calcula que la severidad de la penitencia que le sería impuesta sobrepasaría con mucho la capacidad de aguante de sus ya debilitadas fuerzas.

¿Por qué no hace Feijóo lo que parece obvio que tendría que haber hecho desde hace un año? La respuesta no está clara. ¿Por no perder Valencia? ¡Pero si Valencia ya la está perdiendo! ¿Para salvar al PP valenciano de tener que vérselas con Vox en la investidura del sustituto de Mazón? Probablemente Feijóo tenga buenas razones para equivocarse como lo está haciendo, pero no parece haber considerado que la permanencia de Mazón al frente de la Generalitat remacha y legitima la idea, bastante extendida incluso en la derecha, de que el presidente del PP no reúne en su persona las virtudes y defectos –sobre todo los defectos– sin los cuales un líder no puede serlo.

Mientras tanto, cabe preguntarse: ¿un tipo que aguanta lo que aguantó Mazón en el funeral de de las víctimas está hecho de una pasta moral distinta de la del resto de los mortales, como sugerían los familiares de las víctimas al gritarle “rata, asesino, cobarde”, etc.? No necesariamente: la diferencia de Mazón con otros humanos igualmente poco ejemplares es que el president ha desarrollado un poderoso sistema inmunológico que, a modo de coraza, lo ha venido protegiendo de los incesantes ataques del mundo exterior. Tras ver las imágenes del funeral, mucha gente se pregunta si Mazón será capaz de aguantar las andanadas de su propia conciencia, se pregunta si la áspera y pedregosa piel de paquidermo que le sirve de protección no mostrará signos de desgarro. Muy pronto lo sabremos, pues se publica esta columna en vísperas de que Mazón, según ha informado él mismo este jueves, comparezca solemnemente en pocos días tras la “reflexión” que le habrían suscitado las dolorosas escenas habidas en el funeral de Estado. ¿Comparecerá únicamente para comparecer, como ha hecho hasta ahora, o comparecerá para, al fin, comunicar al mundo su esperada dimisión? ¿Por fin alguien de su partido, de su gobierno, de su familia le habrá susurrado al oído que hace justo un año que dejó de pertenecer al mundo de los vivos y que ha llegado, por tanto, la hora de decir adiós?