El pasado 23 de octubre, asistí a la presentación de un libro: “Alcalá Venceslada. Un andaluz presente”. En el acto me obsequiaron con un ejemplar, una cuidada edición a cargo del Instituto de Estudios Giennenses. Además, aprendí una palabra: “Anancástico” (del gr. ἀναγκαστικός, 'obligatorio, apremiante') y degusté una sabia reflexión: “La vida no tiene epígrafes”, que aún saboreo cuando la leo en la amable dedicatoria del autor.
La obra es una biografía sobre la figura de un ilustre giennense, D. Antonio Alcalá Venceslada, elaborada por uno de sus nietos, el ilustre jaenés Antonio José Alcalá Vique, tras varios años de arduas investigaciones y fructíferos desvelos. Este nieto de pro ha dedicado parte de su vida y obra a la vida y obra de su abuelo, el desconocido conocido escritor, poeta, archivero, filósofo, profesor y lexicógrafo español (no, no era médico), y la ha plasmado concienzudamente en un libro que es un auténtico homenaje a la erudición.
“Alcalá Venceslada. Un andaluz presente” es un libro precioso, de un gramaje importante. Ya desde el prólogo, a cargo de Francisco Manuel Carriscondo, Catedrático de la Universidad de Málaga y nieto adoptivo del biografiado, se comprueba la enjundia y la meticulosidad de la obra. Ambos nietos se confiesan anancásticos (el palabro que aprendí), esto es, obsesionados por la perfección y un orden armónico, en este caso, aplicados a la minuciosidad y el grado de exigencia de la investigación. Se puede comprobar fácilmente en el capítulo de agradecimientos, en el cuál aparecen decenas de personas a quienes se ha solicitado documentos e implicado en la búsqueda de información, así como en la amplia bibliografía y las 733 notas a pie de página.
La presentación fue un acto entrañable en un marco incomparable. Sobriedad y conocimiento en las formas, aunque destacara más el cariño de fondo. Fran y Antonio haciendo gala del episteme y del logos, cada uno en su estilo, la filología campando a sus anchas con un guiño a la filosofía, reflejada en el epígrafe de Ortega y Gasset. Fran, más juanramoniano, buscaba la palabra exacta y el verbo preciso que reflejasen la realidad. Antonio, más machadiano, buscaba la verdad y se expresaba con esa sencillez y gracejo sólo al alcance de unos pocos. Uno y otro deleitaron a los allí presentes con un caudal de datos y anécdotas, ambos coincidieron en ensalzar la figura del iliturgitano y no es para menos, pues hablamos de un personaje histórico cuyo influjo en la cultura andaluza y el folclore fue trascendental.
Realmente, este acto era el segundo acontecimiento en este annus mirabilis, pues recordemos que el 21 abril de 2025, se presentaba, en Andújar, la reedición facsímil del Vocabulario Andaluz, reproducción fototípica del original de 1951, la obra magna de Alcalá Venceslada, un tesoro lexicográfico del dialecto andaluz. De sendos eventos me quedo con la reflexión que Antonio José Alcalá realizó casi al final del segundo, cuando afirmó que, pese a intentar domeñar la trayectoria de su abuelo y dividirla en capítulos, “la vida no tiene epígrafes”. Este aserto figura manuscrito al principio de mi ejemplar y pienso que es el leit motiv de la obra. Genio y figura.
P. D. El título del artículo viene de una reivindicación y se transforma en una petición a quien corresponda. Por favor, cambien de una vez por todas la W de Venceslada, que aparece erróneamente en la placa o letrero de la calle con su nombre, antes de que alguna brigada de luz o terrorista cultural la vandalice. Gracias. Tampoco estaría mal ir pensando en proponer el nombramiento de Antonio Alcalá Venceslada como Hijo Predilecto de Jaén y, por qué no, de Andalucía. Gracias de nuevo.