Aurea mediocritas

Nacho García

Antípodas

García Montero y Muñoz Molina son antípodas dentro de la cultura. Poesía y prosa. Vehemencia y sobriedad

Últimamente, han coincidido en los medios las apariciones de dos referentes literarios y culturales de este país: Antonio Muñoz Molina y Luis García Montero.  A ambos les profeso una profunda admiración por distintos motivos.

Antonio Muñoz Molina es, para mí, el dios de la narrativa. Puedo decir que quizás gracias a él me hice lector de verdad y descubrí la literatura en todo su esplendor. Fue su novela El jinete polaco la obra que me sacó de la adolescencia y me transportó a la juventud. Maduré con su lectura porque disfruté y aprendí de cada palabra, de cada párrafo, de cada capítulo. Aún hoy es la obra que a cualquiera le gustaría escribir, que todo el mundo debería leer. Gracias a ella, descubrí otras obras suyas anteriores (El invierno en Lisboa o Beltenebros), así como las obras de otros autores contenidas en sus páginas; descubrí cómo se puede dimensionar un territorio, en este caso Mágina, o comprender el mundo ancho y ajeno (que diría Ciro Alegría). Luego vinieron Plenilunio, Sefarad, La noche de los tiempos o Como la sombra que se va. Y siempre sus libros de artículos y sus ensayos, como el excepcional Todo lo que era sólido o su última genialidad: El verano de Cervantes, de este mismo año. En fin, un maestro de la escritura y un “robinson urbano” que siempre invita a reflexionar.



Por todo ello y por su conocida introversión, me sorprendió su intervención en un programa de televisión con una entrevista junto a su mujer, la también novelista Elvira Lindo, en el pueblo donde ahora viven. Me encandiló esa oda a la vida retirada, ese huir o alejarse del mundanal rüido, como parte de la terapia contra la depresión que padeció, de la cuál habló pausadamente, sin estridencias, con la humildad y sencillez que le caracterizan. Explicó con crudeza esa terrible sensación de “acostarte por la noche y no querer despertarte por la mañana”, una impactante afirmación de una enfermedad que se alimenta a sí misma y consume a quien la sufre. Para mí supuso un ejercicio de coherencia extrema, un beatus ille que ya anticipó su novela iniciática, con una vuelta a sus orígenes de hortelano por la necesidad del contacto con la tierra para combatir el sufrimiento y la negrura. Yo estaba viendo esa potente voz narrativa de sus novelas, ese personaje introspectivo y observador implacable de cuanto le rodea, ese paseante anónimo en continuo monólogo con la memoria.

A García Montero lo conocí como profesor en la Universidad de Granada, donde cursé mis estudios de Filología Hispánica. Aunque no estuve matriculado en sus asignaturas, sí asistí a algunas de sus clases, las suficientes para captar “la nueva sentimentalidad” poética en sus palabras. Realmente lo descubrí en los versos de Habitaciones separadas y Además. Luego me hice adepto con Completamente viernes y La intimidad de la serpiente. Posteriormente, pasó a ser, para mí, la sombra de Almudena Grandes, mi escritora favorita tras Muñoz Molina.

El caso es que se despachó a gusto con unas declaraciones controvertidas contra el director de la RAE, más aún ostentando el cargo que ostenta (o quizás por eso mismo), por el foro en el que lo hizo (se lo pasó por el forro) y justo antes del X Congreso Internacional de la Lengua Española (quizás inoportuno). No es la primera vez que arremete contra alguien quijotescamente. Son sonadas sus polémicas con otro profesor de la UGR o la viuda de Rafael Alberti. Luis es así, lo tomas o lo dejas, lo amas o lo odias, no pasa desapercibido, y ahora con las redes sociales, menos aún. Sea como fuere, sus formas distan de las de Muñoz Molina. Son antípodas dentro de la cultura. Poesía y prosa. Vehemencia y sobriedad.

¿Mi posicionamiento? Yo sólo (sí, con tilde, ¿qué pasa?) observo que hace tiempo que nadie limpia a fondo, ni fija ni da esplendor, que los filólogos hemos pasado de una gramática a otra sin pena ni gloria. Yo sólo observo que la materia de Lengua Castellana es ya casi una asignatura maría en la enseñanza, huérfana ante el empuje de un bilingüismo mal entendido y peor aplicado. Sí, menuda paradoja, una lengua cada vez más internacional es denostada en su propio país, donde el alumnado aprende y maneja otras lenguas sin conocer bien la suya vernácula. Y sólo recuerdo que la Historia de la Lengua enseña que muchas lenguas, cuando crecen y se expanden demasiado sin una norma clara, se desfragmentan y se van diseminando, alejándose de la original y constituyendo nuevas variedades que con el tiempo se transforman en otras lenguas. Miren si no el latín. Pues eso. Los datos económicos y las estadísticas de expansión son una cosa y la realidad lingüística es otra. Mientras sí, mientras no, seguiré leyendo al maestro Muñoz Molina.