A contracorriente

Alejandro Mas

Micrófonos para la esperanza

Hace tres años empezó a emitirse un programa de televisión en DIEZTV. Fue una experiencia editorial nacida de una situación inédita, el confinamiento

Hace tres años empezó a emitirse un programa de televisión en DIEZTV. Fue una experiencia editorial nacida de una situación inédita para todos como fue el confinamiento nacional para luchar contra la pandemia. La incertidumbre, el temor a lo desconocido, un presente inquietante y un futuro oculto tras el torrente de informaciones y sobre todo de desinformaciones, eran las características de un día a día que hoy recordamos como se recuerda un mal sueño.

“Micrófonos para la Esperanza” fue una idea de Manuel Expósito, director general de Grupo Multimedia. Un espacio de unos 90 minutos diarios en los que el periodista entrevistaba a personajes de nuestra tierra y de otras partes de nuestro país, de todas las ramas del saber, el poder, la cultura o la salud, que era lo más preciado en ese momento. Cada entrega del programa nocturno ponía un broche cargado de tranquilidad, mesura y sosiego a una jornada llena de horas de informativos y programas de análisis abarrotados de histeria, nervios, odio y estupidez absoluta. Las redes sociales rellenaban los huecos entre circo y circo con su acritud ilimitada y su irrefrenable querencia por el delito de injurias y calumnias.

Me sentía muy orgulloso cada noche de ser anfitrión de lo que para mí eran 90 minutos de paz y verdadera esperanza. Como editor me alimentaba ser consciente de que estábamos haciendo algo bueno en todos los sentidos, desde milagros técnicos en un entorno muy limitado y complejo, a un buen trabajo periodístico que nuestros vecinos podían disfrutar, sirviéndose de los datos rigurosos y las opiniones razonadas que allí se vertían. Como telespectador, la dosis de “Micrófonos” era suficiente para regenerar una visión positiva de lo que nos traería el día siguiente y para procurar un sueño más plácido. Ganábamos todos.
Cuando recuerdo lo que aquellos meses aprisionados en casa nos trajeron, tengo algunos momentos entrañables con la familia; la solidaridad, que parecía asomarse al balcón cada tarde, servía para reafirmar un compromiso social y sentirnos un poco útiles a los que no podíamos hacer casi nada por el prójimo en nuestro encierro. Me vienen a la cabeza algunas proezas humanas, gentes que se sacrificaban por los demás, sanitarios, transportistas, los que atendían al público o los que investigaban para crear la vacuna. También recuerdo el respeto que sentía por quienes en ese momento tenían que gestionar lo público en mi ciudad, mi región o mi país. Tanto, que podía entender los fallos que se pudieron cometer durante la pandemia, porque no tenía dudas de que, en esos momentos inéditos para cualquiera, estaban haciendo lo que podían como mejor sabían.



Sin embargo, también recuerdo con la ira más furibunda y el más absoluto desprecio lo que hicieron muchos periodistas y medios de comunicación en aquellos meses. Televisiones, diarios, emisoras y digitales nacionales que sembraron de miedo, odio y estulticia cada segundo, cada fotograma y cada línea que produjeron. Tengo una lista de favoritos: Antena3, La Sexta, Telecinco, Cuatro, OKDiario, todos ellos medios infectos que esparcieron lo mejor que saben hacer: desinformación, bulos, MENTIRAS. En ellos destacaban figurones que se sobrexponían cada día con la única misión de atrapar el clic y provocar la viralización. Se comportaron peor que el Sars-cov-2, el puto bicho, porque al menos éste no infecta por voluntad propia.

Desde entonces, desde aquel ya lejano 2020, los medios de comunicación nacionales, todos, no han hecho más que empeorar. Recuerdo que hasta los años 90 del siglo pasado ningún periodista deportivo se atrevía a hacer pública su afinidad por un equipo de fútbol. Desde la irrupción de José Ramón de la Morena en la SER lo primero que hace un periodista deportivo es aventar su “forofismo”. Hoy ese estilo ha saltado a la información política. El medio comienza su editorial proclamando su afiliación y el periodista remata vertiendo de forma casi siempre chusca y brusca su opinión a cualquier información. Esto lo empezó Pedro J. Ramírez en El Mundo pidiendo directamente el voto para el PP y luego para Ciudadanos, creyendo que en él residía no solo la obligación de informar sino también la de pastorear a la nación; lo mismo que hizo Juan Luis Cebrián en El País poniéndolo al servicio, indigno, de Felipe González, además de arruinar a la familia propietaria. Años después el rotativo más importante de este país era dirigido por un paisano de Martos que confesó sin rubor que intentó revertir la voluntad democrática popular por el bien de la patria. ABC y La Razón ya son sólo panfletos que, a fuerza de portadas ridículas, han dilapidado su trayectoria y la profesionalidad de sus fundadores. No le van a la zaga los nuevos medios digitales, partidos en dos en número, aunque con mayor repercusión los de la derecha. The Objective, Libertad Digital o El Debate son el reverso de una moneda en cuyo anverso están Diario 16 o Última Hora, por decir unos cuantos. No llegan a ser más que inútiles medios de proselitismo sectario.

Igualmente puedo aún recordar presentadores de informativos de hace 30 años que no se atrevían a cambiar de gesto al comunicar una noticia para que nadie pudiera achacarles una querencia hacia uno u otro lado. Hoy Vicente Vallés, Susana Griso, Ana Rosa Quintana, Antonio García Ferreras o Ana Pastor, no pueden evitar demostrar sus fobias patológicas en cada frase que pronuncian. Se erigen en líderes de la oposición o en portavoces de gobiernos sin que nadie los haya elegido. Tan solo su prepotencia y su desprecio por la función que debieran hacer y sin embargo profanan, les guían en su ladrido diario.
El periodismo patrio debería hacerse un chequeo general y extirpar mucha mala hierba. Decía Thomas Jefferson, padre de la nación norteamericana en un lejano 1787 que, si tuviera que elegir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en elegir lo segundo. Si el amigo Jefferson hubiera vivido la pandemia viendo la tele se comería con gusto sus palabras, una a una. Si hay crispación en la sociedad, si hay división en bloques polarizada hasta el extremo es por una razón: el nuevo periodismo, una suerte de función mercenaria al servicio del poder político y sobre todo económico, que no tiene la más mínima vergüenza para mentir, insultar o tapar. Este periodismo acrítico con propios e inmisericorde con contrarios debe rendir cuentas por el daño que ha hecho y está haciendo a este país. A esa forma de ejercer la profesión, la más auto premiada del mundo, la más corporativista, la del “perro no come perro” le digo: no somos de la misma especie, te detesto y, si puedo, te muerdo.

Transcribir el argumentario del partido, ir a tertulias a defender lo indefendible del patrón de turno o vomitar soflamas contra candidatos u organizaciones políticas son quehaceres diarios en la capital nacional y en muchas capitales regionales. Sin embargo, en lo local, aquí en esta provincia, la emisora de radio, el periódico, la pequeña televisión o el modesto digital son los que siguen manteniendo en muchos casos, la bondad de una profesión clave para nuestra convivencia y nuestra democracia. Espero que el público pueda y quiera salvarnos de la quema tan merecida por los vándalos que contaminan un noble trabajo y una vocación apasionante: la que representa el viejo periodismo, el que cada día te da motivos para la Esperanza.