Soy empresario. No me siento especial por ello. Es una condición, una actitud, a veces buscada, otras adquirida de forma inesperada. La complejidad de su función no siempre aumenta con el tamaño, muchas veces es al revés. Hay empresarios muy liados y estresados y otros con jornada laboral reducidísima. Los hay que se juegan el cuello o los que van sobrados. Listísimos, ineptos, ágiles o torpes. Tantos tipos como individuos hay. En mi caso no me siento insultado cada lunes por el Gobierno, como tampoco me siento protegido especialmente por ninguna Administración del Estado. Tampoco me siento plenamente representado por ninguna organización patronal o asociativa. Ni siquiera comparto en mi propio sector de actividad, el de los medios de comunicación, las mismas condiciones, objetivos y valores que la mayoría de los empresarios que gestionan también diarios, televisiones, radios o cabeceras digitales. Creo que un número importante de empresarios pequeños, con pocos empleados, con hipoteca y con unos resultados económicos dependientes en exceso de mil variables (aparte de la puñetera cosecha) estarán de acuerdo conmigo en la descripción de estas sensaciones.
No estarán, sin embargo, en la misma sintonía los Roig, Del Pino, Garamendi, gestores de banca, de energéticas y demás próceres de la EMPRESA. Los que cotizan, tienen decenas de miles de empleados o representan papeles más políticos que empresariales. Los que hablan como si fueran depositarios de un conocimiento arcano sólo en manos de unos pocos elegidos. En realidad, son menos de lo que aparentan, como casi todos nosotros. Por ejemplo, el señor Roig, presidente de Mercadona, que según dicen es un frecuente visitante de los locales que tiene en Jaén, es un señor que ha ganado en 2022 casi 100 millones de euros (él personalmente) entre dividendos y sueldo. Lo sabemos porque él mismo lo pregona. Convoca una rueda de prensa todos los años para dar a conocer los resultados de la empresa y su opinión sobre cómo va todo. Todos los medios nacionales y muchos locales lo publican con generosos espacios y tiempos ya que Mercadona paga por ello, aunque nunca verán publicidad de su marca. El señor Roig nos regala su sabiduría y nos dice que ha tenido que subir los precios “para protegernos del desabastecimiento”. Mercadona como muchas empresas, demasiadas, dependen de algo muy sencillo y cruel: quitarle a otro lo suyo. Es el capitalismo, amigos. En su caso el saqueo es a los proveedores. No son pocos los que sirven producto a Mercadona y han sufrido las condiciones leoninas del gigante de la distribución, tanto que llegan a ser vampirizadas por el magnate valenciano. El señor Del Pino (Ferrovial) por su parte prefiere hacer beneficios a costa del erario. Bien porque sus activos más importantes son infraestructuras públicas (aeropuertos, autopistas, etc.) bien porque especula con la mejor residencia fiscal con enlaces a paraísos fiscales como es Países Bajos y sus excolonias caribeñas. Otras grandes empresas, por ejemplo, las famosas Big Four, las grandes firmas de auditoría con sus enormes rascacielos en las capitales más importantes del mundo, pagan a miles de jóvenes unos sueldos que en Jaén darían vergüenza, amparados siempre en una promesa de ascenso que se torna utópica, como el premio de los Juegos del Hambre. Tampoco se salvan las empresas del sector de los medios de comunicación, dirigidas en su gran mayoría por conglomerados industriales, fondos de inversión o empresarios que los usan para ganar en otros negocios el triple de lo que pierden gestionando diarios o televisiones locales. En ese caso el beneficio se consigue a costa del favor político y de la sumisión a los intereses de siglas de partido de forma vergonzante para aquellos que llevamos algunas décadas procurando dignificar un sector vilipendiado con demasiada razón por parte del público. El precio lo pagamos todos con desprestigio. Es fácil para un fondo de inversión o un empresario de cualquier otro sector, desde los seguros a las imprentas, jugar a ser ciudadano kane con la temeridad de un cuñado, de un ignorante, de un indocumentado cuya única capacidad es tener metálico para fundir. Tierra quemada para el que queda, para los que llevamos muchos gobiernos de distintos colores a nuestras espaldas a nivel nacional, regional y local. Y aquí seguimos, sabedores de que no portamos más que información veraz y opinión libre y plural, que no tenemos la llave para poner ni quitar gobiernos, ni la queremos, y que sólo nos alimenta la confianza del público y de los anunciantes.
Soy empresario del sector de los medios de comunicación, un editor de los del siglo pasado. Somos muy pocos ya en un sector apasionante pero cada vez más inundado de arribistas y corruptores de una función necesaria para toda democracia que se precie. No necesito que me protejan porque estoy aquí por elección propia. No necesito del favor político porque aquí estamos tantos años después y no tengo otros intereses. No necesito lecciones de los “mayores” porque no tienen nada digno que enseñarme. No estoy en una fase vital en la que imploro el reconocimiento social. Sólo yo tengo lo que me hace falta, un equipo de cuarenta personas con el que da gusto trabajar y algunas ideas más en la cabeza y balas en la recámara.
A mis colegas empresarios les digo que no se sientan ofendidos tan fácilmente por declaraciones públicas y opiniones en las redes. Que creamos empleo porque necesitamos gente para hacer cosas y nos encanta tener cuanta más gente mejor. Que nadie critica el beneficio legítimo. Que formamos parte de la columna vertebral de las sociedades desarrolladas. Y eso es incontestable. Contra lo que sí hay que rebelarse es contra quienes, arrogándose el papel muy honorable y necesario de empresario, lo mancillan maltratando al personal con condiciones y sueldos indignos, con los beneficios ilegítimos procedentes de prebendas públicas, desregulaciones salvajes y especulación en los precios de servicios esenciales para el ser humano o contra aquellos que irrumpen en sectores económicos para saquearlos y denigrarlos acabando con su utilidad pública y con el sustento de miles de familias. Que empresario no es quien resta, divide o liquida, sino quien crea, suma y multiplica. No son los mantras, los prejuicios rancios y las frases manidas de algún político las razones de nuestros desvelos como empresarios, más bien son los empresarios que sacrifican su propia dignidad los que nos ofenden a todos.