En la tragedia de Valencia hay dos actos y un reparto para cada uno de ellos.
El primer acto comienza a las 7 de la mañana del martes 29 de octubre, cuando el alcalde de Utiel toma la decisión, sin tener muy claro si era o no competente para ello, de suspender la actividad escolar en su municipio a la vista del cariz dramático que iba tomando la situación. Y termina, este primer acto, cuando habían transcurrido 38 minutos del miércoles 30 de octubre: en ese momento, un Mazón desencajado y ataviado con el chaleco rojo de los servicios de emergencia, declara ante los medios que ya se han descubierto cadáveres.
Está claro que, aunque el reparto de ese primer acto es variado (de la consejera de Interior del gobierno de Valencia al presidente de la Confederación Hidrográfica del Júcar, pasando por la ministra de Transición Ecológica o por cuantas otras autoridades valencianas podamos considerar), el actor protagonista es Carlos Mazón, cuya irresponsabilidad, cuando menos negligente, es clara, indiscutible, manifiesta. En torno a su persona se está tejiendo una unanimidad contraria que, por supuesto, aprieta en filas sin rastro de duda a todos los pseudomedios de la izquierda (de RTVE a la SER pasando por El País, eldiario.es, Público y demás), pero también a un número creciente de pseudomedios de la derecha, de El Mundo a Antena 3, pasando por ABC, Tele 5 u Onda Cero. Al final, Mazón tendrá que irse y asumir desde el frío que provoca estar fuera del cargo las responsabilidades que ha contraído. En esto coincide ya todo el mundo y, salvo la cúpula del Partido Popular, parece que no hay nadie dispuesto a dar la cara por él.
El segundo acto comienza cuando termina el anterior, a las 00:38 horas del miércoles 30 de octubre. Sólo los muy sectarios pueden creer que a esa hora las autoridades autonómicas y las autoridades del Estado, vía delegada del Gobierno en Valencia, no eran ya conscientes de que la tragedia tenía dimensiones bíblicas y de que los datos del desastre se contabilizarían por unidades de millar. Con ese guion, lo esperable es que los actores del segundo acto del drama se hubieran puesto a desarrollar su papel de inmediato, movilizando recursos hasta alcanzar lo que el rey denominó "plenitud del Estado". Era previsible que, al amanecer del miércoles, el paisaje fuese de tragedia sin paliativos; era previsible que hubiera decenas de víctimas a las que rescatar; era previsible que se necesitaran efectivos de todo orden especializados y preparados para atender a una población devastada humana y materialmente. Sin embargo, los actores permanecieron entre bambalinas muchas horas, demasiados días. ¿Calculando? ¿Midiendo? ¿Echando cuentas electorales? ¿Sordos y ciegos a la desesperación que se elevaba desde el barro de Valencia? ¿Estudiando la manera de que la justa rabia sólo salpicase a los “enemigos”?
Parece complicado determinar quiénes eran los actores de este segundo acto. Desde luego, todas las autoridades autonómicas. Y, desde luego también, las autoridades del Estado, porque la tragedia de Valencia encontraba ecos dramáticos en otras provincias de Castilla La Mancha o de Andalucía: el desastre era nacional. Pero todos esos actores permanecieron a la expectativa, atentos a qué decidían los dos actores principales de este segundo acto: el presidente del Gobierno y el presidente de la Comunidad Valenciana.
Correspondía al presidente valenciano haber decretado el nivel 3 de emergencia (¿acaso no era evidente que la dimensión de la tragedia lo pedía?) y haber puesto la gestión de ésta en manos del Estado, cuyos poderosísimos recursos y herramientas eran fundamentales para atender a las víctimas y rescatar a los que aún estuvieran con vida. Pero Mazón no interpretó este papel y se reservó para sí el de la gestión, aunque desde el día antes era evidente su incapacidad humana y política. Interpretando este papel en el segundo acto, lo único que hace (todavía hoy) es acrecentar la urgencia de su dimisión. Y en esto coinciden también casi todos los pseudomedios al servicio de un bando o del otro.
Pero, ¿y el otro actor, qué papel interpretó? El presidente del Gobierno no tenía ninguna obligación legal de esperar a que Mazón le solicitara la declaración del Estado de Alarma: tenía habilitación legal sobrada para hacerlo a la vista de la catástrofe. Si esta devastación no requiere la declaración de la previsión constitucional de alarma, de emergencia nacional, ¿cuál lo requerirá? No lo hizo: determinó que se lo tenía que pedir el gobierno autonómico de Valencia. Y el sábado diría que “desde el segundo cero” los medios del Estado estuvieron preparados para intervenir y a la espera de que se solicitara su intervención. ¿Las 00:38 horas del miércoles 30 de octubre son el segundo cero? ¿El segundo cero es cuando el presidente autonómico confirma que ya se han encontrado muertos, en plena oscuridad? ¿Por qué, entonces, de inmediato, no se hizo nada y ambos gobiernos permanecieron inactivos sabiendo que había decenas de personas que necesitaban ser rescatadas? Si el Gobierno de la Nación era ya consciente, esa madrugada, de lo que el país se iba a encontrar en cuanto se hiciera de día, y si comprobó que Mazón estaba incapacitado para llevar a cabo esa tarea, ¿por qué no se aplicó de inmediato la ley para poder movilizar a la Unidad Militar de Emergencias?, ¿por qué no se convocó un Consejo de Ministros extraordinario al rayar el alba para decretar el Estado de Alerta y que las víctimas hubieran recibido apoyo desde el primer día?, ¿qué cálculos hacía el actor Pedro Sánchez, parapetado tras el conflicto de las competencias y centrado en que el Congreso de los Diputados le aprobase la norma que le garantiza el control absoluto de RTVE?
Mientras Mazón permanecía noqueado y tan incapaz e irresponsable como el martes 29, mientras las víctimas manifestaban su desesperación (faltaba agua, faltaba comida, faltaban medicamentos, faltaba ropa seca, faltaban máquinas para intentar rescatar a gente del lodo, faltaba todo…), comenzó a funcionar la maquinaría de los bulos. Comenzaron a funcionar los equipos de intoxicación de los pseudomedios y redes de la extrema derecha, pero también de los pseudomedios afines a la causa de Pedro Sánchez: el bulo de los 1.900 desaparecidos lo vertió eldiario.es el viernes 1 de noviembre, el bulo del parking de Bonaire surgió en los programas de La Sexta el sábado 2 de noviembre. El propio rey tuvo que advertir a las víctimas de que no hicieran caso de los bulos que se propagaban para generar caos, para acrecentar la incertidumbre… y para comenzar a ganar el relato, que es lo único que importa a derecha e izquierda.
Quitando a la guardia pretoriana de Feijoó, es difícil encontrar a alguien que no pida en este instante la dimisión de Mazón. Que la derecha lo haga por convencimiento moral o por interés político, es lo de menos: lo están haciendo. Pero la dimisión de Sánchez sólo la están pidiendo las derechas de todo tipo, mientras que la izquierda se apresta, desde el día 2 de noviembre, a borrar cualquier responsabilidad que pudiera tener en su papel de actor principal el segundo acto de la tragedia. No creo que sea posible recordar una campaña de propaganda como la que estamos viendo ahora mismo para intentar salvar al Gobierno de la Nación: casi de manera unánime, la izquierda, en redes sociales y en sus medios de comunicación, no tiene más tarea que blanquear la actuación de Pedro Sánchez. Para eso no se ha dudado, incluso, en poner en duda a los miles de voluntarios que, ante la desaparición del Estado, están ayudando a los miles de víctimas. Para eso no se ha dudado, en el periódico que ejerce de buque insignia de la armada gubernamental, en decir que el lema “solo el pueblo ayuda al pueblo” es un lema fascista. Para eso no se ha dudado en acusar a la fachosfera de máquina de crear bulos… aun cuando esos bulos hubieran sido creados en el territorio periodístico del Gobierno. Articulistas, escritores que hasta hace dos semanas pasaban por ecuánimes y respetables, cuentas y perfiles anónimos en el antiguo Twitter, miles de ciudadanos arrebatados por la mística de la polarización: un bloque compacto entregado a la tarea del rescate de Pedro Sánchez, un ejército servil y monolítico al que lo único que le interesa es que toda la atención del público se centre en el primer acto de la tragedia, lo único que le interesa es que un tupido telón de olvido se eche sobre el segundo acto. Interrogarse por el contenido y las actuaciones del segundo acto es, a estas alturas, una actividad fascista.
Quienes, siendo de izquierdas, nos sentimos huérfanos políticamente en esta hora de España, sólo podemos sentir una tristeza sin perfiles ni límites, al comprobar la catadura ética que la izquierda oficial, en la política y en el periodismo, está demostrando ante la tragedia del pueblo de Valencia. Que miles de ciudadanos anónimos, de a pie de calle, estén comprando ese relato y lo defiendan con furia, mientras en decenas de pueblos valencianos siguen reinando el caos, la angustia, el abandono, la desesperación y el barro, es un golpe en el hígado de nuestras convicciones más hondas. Qué grandísima desolación.