Agenda constitucional

Gerardo Ruiz-Rico

Republicanos

Llevan demasiado tiempo estigmatizados como una especie en riesgo de extinción, seres de otro planeta o diablos con cuernos ideológicos; incluso...

Llevan demasiado tiempo estigmatizados como una especie en riesgo de extinción, seres de otro planeta o diablos con cuernos ideológicos; incluso se les señala como esa minoría de ensoñadores que imaginan un futuro que amenaza nuestra democracia.
El conservadurismo rancio que preside el discurso político y mediático en torno a nuestra Monarquía, sitúa fuera de los límites de la Constitución a quienes defienden lo que sin duda es una alternativa legítima dentro de aquella. Parece que no se han leído los artículos donde se deduce, sin margen alguno para la duda, que cualquier reforma es posible dentro de los cauces constitucionales establecidos. Por supuesto, entonces, la que nos permite cambiar de un sistema de gobierno monárquico a otro personificado en un Presidente de la República.
No debería ser necesario, pero entre tanta ignorancia constitucional premeditada, quizás convenga recordar que una República es una forma de gobierno donde el Jefe del Estado cuenta con una legitimación democrática; su elección corresponde directamente al pueblo, o a quienes éste ha elegido para que lo representen en el Parlamento. No es nadie designado por los destinos de la historia ni la herencia genética de una familia privilegiada por los dioses del olimpo. La máxima representación del Estado ya no sería una cuestión ligada al ámbito familiar de una dinastía donde, además, la mujer sigue siendo considerada como heredera de segunda clase.
Sin duda, una buena parte de las dictaduras presentes, y también las futuras, se configuran como regímenes republicanos, al igual que la mayoría de las monarquías que existen en el mundo. Esto quiere decir que la libertad y la democracia no son el signo exclusivo de ninguna de estas fórmulas de gobierno. En realidad es ante todo una manera o procedimiento de designar a la más alta Magistratura y representación del Jefe del Estado.
Posiblemente por ello, la sustitución de la Monarquía por una República no garantiza la desaparición de las desigualdades e injusticias que existen en la sociedad. Pero me parece que, hoy en día ese republicanismo que defienden, a veces con vehemencia, jóvenes y no tanto, representa en el fondo un sueño colectivo que merece ser tenido en cuenta, en la medida en que significa el deseo y la esperanza de una sociedad distinta y mejor.
La República fue, y todavía sigue siendo el ideal al que cualquier demócrata debería aspirar. Un gobierno verdaderamente del pueblo y no de los poderosos que conviven con nosotros y no saben de dignidad, tolerancia o libertad. Los republicanos de sentimiento y convicción estarán siempre en la trinchera opuesta de los que, manipuladores de la historia, pretenden excusar el pasado más infame, achacándoles la responsabilidad de las viejas guerras civiles; una burda estrategia para justificar el expolio de la ilusión de un pueblo.
Creo que por todo esto he llegado a la convicción de que soy y me siento republicano.