Agenda constitucional

Gerardo Ruiz-Rico

Ecologismo urbanita

De verdad son ganas de fragmentar ideológicamente a la sociedad. De practicar constantemente un maniqueísmo simplista que no admite,,,

De verdad son ganas de fragmentar ideológicamente a la sociedad. De practicar constantemente un maniqueísmo simplista que no admite el raciocinio, incompatible con la verdad a secas.

Ahora resulta que, para la derecha obsoleta de este país, aunque probablemente no toda sea así, los españoles nos dividimos entre quienes aman la agricultura y la ganadería, y aquellos otros que, de manera egoísta e insolidaria, defendemos la necesidad de establecer unas reglas básicas para conservar un medio ambiente sano.

No hay matices por supuesto. Todo son fotografías delante de amplios y perfumados establos, de animales que pastan libremente por verdes e inmaculados prados. En la imagen fija e irreal que se quiere proyectar lógicamente no se dice nada del tremendo impacto ambiental que produce la fabricación intensiva de carne, alguna sin demasiada calidad para el consumidor. Nada o muy poco sobre la contaminación de acuíferos que provocan, de la merma de valor económico de las propiedades cercanas por la inmisión de malos olores; en definitiva, de la pérdida efectiva de calidad de vida de quienes tienen que soportar la presencia de una pseudo-granja en las inmediaciones de su vivienda.



La fotografía del oportunista político de turno se encuadra también a veces a unos campos de olivos, cargados de ese oro líquido, que no es todo lo que reluce.
Porque más allá de las geometrías casi perfectas de árboles alineados se oculta, y ocultan conscientemente a la ciudadanía, un realidad ambiental donde se ha roto desde hace tiempo cualquier atisbo de equilibrio ecológico, de sostenibilidad con un medio natural esquilmado por demasiada química como la se sigue utilizando en el cuidado del olivo, con una agricultura que pretende salvar el estado de permanente estrés hidrológico, aceptando paradójicamente la ampliación de los terrenos de regadío, en una región como la nuestra en la que la sequía parece formar parte de nuestra tradición cultural; abonando un verdadero desierto que se observa debajo de millones de árboles, allí donde la biodiversidad es sólo el recuerdo infantil de una época muy lejana.

El paraíso que nos venden no es más que una bonita postal que regalamos a la vista de quienes nos visitan y vienen de lejos, miopes a la triste soledad de campos sin vida animal y vegetal.

Espero que todo esto se pueda decir sin temor a sufrir un atentado, sin que se enciendan los ánimos de algunos homínidos sin civilizar, dispuestos a invadir violentamente la universidad desde donde escribo estas líneas.