Cuando en otoño de 1986 pisé por primera vez el entonces Colegio Universitario de Jaén, llevaba una mochila de ilusiones y esperanzas profesionales. Como reciente doctor, formado académicamente en uno de los Departamentos de la Facultad de Derecho de Granada, había tomado una decisión, incomprendida por mis compañeros granadinos, quienes compartían la sensación de que me disponía a hacer un viaje a lo que representaba para ellos un desierto académico y científico.
Entonces, el Colegio y los demás centros universitarios de la provincia, éramos sólo un apéndice de una Universidad histórica y de referencia, aunque con la vista puesta ya en un futuro en el que se planteaba un crecimiento imprescindible y una consideración institucional, que dieran respuesta a la demanda de un profesorado universitario, curtido en la necesidad y el olvido.
Aquella reclamación fue aceptada por una Junta de Andalucía, consciente de que la creación de la Universidad de Jaén era la respuesta adecuada, no sólo a la legítima ambición de una comunidad universitaria ya consolidada, sino el método más efectivo para impulsar el desarrollo de una provincia en estado de abandono y precariedad.
En aquel proceso fui testigo directo y cercano no obstante de algo contra lo que nos estamos oponiendo hoy. Me refiero al excesivo tutelaje del poder político autonómico, a la hora de marcar el ritmo y el sentido del desarrollo universitario de Jaén.
En todo caso, el resultado conseguido en estos años iba a dar respuesta a la pregunta que todavía –por lo que se ha visto en alguna escena parlamentaria- vuelve a plantearse, como principal amenaza para la supervivencia de la Universidad de Jaén, como entidad de relieve académico y científico a nivel nacional e internacional. El “para qué” de tantas universidades en Andalucía. Si bien, claro está, el interrogante se plantea sobre las universidades públicas; y no sobre las privadas que se han abierto, y se pretende autorizar por el Gobierno actual de la Junta. Respecto de estas últimas no se cuestiona nada; ni su necesidad real, ni su idoneidad en el cumplimiento de las condiciones que aseguren su calidad académica.
En todo caso, las restricciones presupuestarias que se anuncian desde Sevilla parecen ir en esa dirección clara de regresar al pasado, mientras se cierra el futuro universitario de la provincia, y con él también una parte importante de las expectativas de progresos de una sociedad secularmente castigada por sus dirigentes.