Aurea mediocritas

Nacho García

A diestra y siniestra

Productividad y consumismo a ultranza, dejad de leer, dejad de votar, abdicad de vuestra libertad, someteos a los dictados del mercado...

Del Modernismo a las Vanguardias. De los Novísimos a los Postnovísimos. De la Verdad a la posverdad. De la política a la pospolítica. La diferencia entre lo nuevo y lo original, entre lo imaginativo y lo genial. Siempre lo mismo, aunque siempre diferente, inconformismo y búsqueda, necesidad imperiosa de cambio inaudito, rupturismo.  Obsolescencia e inmediatez. Es la época del todo vale y ya nada vale, con debates cada vez más estériles, un chominá que briegues en toda regla.

 Estos días, mientras se celebraba la PEVAU o EBAU o cualesquiera de los acrónimos eufemísticos utilizados para evitar el popular y coloquial término Selectividad, casi tabú, se anunció a bombo y platillo la nueva PAU, cuya primera gran innovación fue la recuperación de esta antigua sigla, con reminiscencias prepandémicas, la cual anticipaba algunas pretensiones, entre ellas, mayor “dureza”, supongo que querrían decir “exigencia”.



El cambio en el modelo de prueba y en la estructura de la misma parecía necesario (por no decir que era evidente) por varios motivos: desde el obligado ajuste que contemplase el enfoque competencial y los criterios de evaluación de la nueva ley educativa hasta la extinción de la doble opcionalidad tradicional y la múltiple optatividad en ciertas preguntas de la prueba actual que, recordemos, obedecía a la adaptación realizada durante el Covid-19 para paliar la no presencialidad en la enseñanza y sus efectos telemáticos; en su lugar habrá diferentes tipos de preguntas: cerradas, “semiconstruidas” y abiertas (uhh, cuidaíto con el cambio, menudo vuelco). Se pretende además una homogeneización del formato de examen y de unos criterios de corrección y calificación mínimos, comunes en todos los territorios y todo con el objetivo subrepticio de pinchar o desinflar la burbuja inflacionista de calificaciones, conducente a una situación ficticia ya insostenible.

Por medio, un rosario de disputas ideológicas y un sinfín de rumores infundados o bulos maliciosos, propios de esta cultura de cancelación, más bien, atávica incultura de cuchillos cachicuernos. En el trasfondo, un diseño de estudios que obedece a una ingeniería económica y financiera, basada en la rentabilidad de la inversión (de ahí el porcentaje de aprobados, que debía ser alto), en la competitividad a ultranza (de ahí las notas de corte), en la máxima optimización (cuantos más aprobados, más ingresos para la maquinaria universitaria) y en una mentalidad mercantilista (de ahí el crecimiento exponencial de titulaciones y universidades urbi et orbi). Con el mantra «da igual lo que estudies con tal de que estudies algo», la formación se está alejando de parámetros sociales y está perdiendo humanidad (de hecho, se están perdiendo las Humanidades y las Ciencias Sociales).

Ingeniería económica vs ingeniería social. Nos adentramos en la era de la inteligencia artificial, ¡cómo gozaría Isaac Asimov! Ya estamos ultratecnificados, ¡cuánto habría flipado Julio Verne con tanto chisme y con tanto viaje terráqueo o galáctico! Ya estamos hiperconectados, contigo empezó todo Berners-Lee, todos atrapados en la red, ya nadie escapa. ¡Qué lejos quedan el pensamiento y la reflexión, la Filosofía y la Filología! Productividad y consumismo a ultranza, dejad de leer, dejad de votar, abdicad de vuestra libertad, someteos a los dictados del mercado, rendíos a lo fácil, servilismo por cobardía, callad y otorgad.

 ¡Uf, vaya digresión! Estábamos hablando de la nueva Selectividad. Parece que es un modelo consensuado, permítanme que dude con once autonomías con distinto signo político al estatal en esta España cainita. Ojalá sea más sensato y realista, al menos, más cercano al sentido común. Sólo espero que aunque se unifiquen los saberes y los criterios en pos de una mayor igualdad o equidad, también se respete cierta autonomía que contemple sobre todo la diversidad de alumnado y las diferencias socioeconómicas (aún sigue habiendo una diferencia de ocho puntos porcentuales en el presupuesto entre comunidades dedicado a educación y una horquilla de ±600 euros en gasto por habitante). No tengo demasiada confianza, más aún si tenemos en cuenta que la medida propagandística estrella, anunciada a bombo y platillo, es la penalización de hasta el 10% en la nota por ortografía. Hace años que, al menos aquí en Andalucía y según las directrices de la materia de Lengua Castellana y Literatura, se puede penalizar hasta el 20% en la nota tanto por la expresión (valorando la corrección, la coherencia, la cohesión y la adecuación) como por la presentación. Parece que no se endurece tanto el asunto.

Un verso de Neruda decía: “sucede que me canso de ser hombre”. Últimamente sucede que me canso de ser profesor, supongo que será la edad. Es ese “cansancio sin nombre” cernudiano ante el vertiginoso devenir de acontecimientos. Ni una tregua, si acaso “un breve descanso muy cansado” quevedesco que no repone ni siquiera consuela. Y el caso es que “estoy cansado y no quiero estar cansado más” (vaya, Los Ronaldos), me gusta la enseñanza y pienso que los adolescentes y jóvenes no se merecen esta condena a la incertidumbre ni vivir con ese desasosiego paralizante y atormentador.