Pronto no sabrán si este artículo lo he escrito yo o ChatGPT, yo la llamo, cariñosamente, Chapi. Pronto no sabrán si su diagnóstico lo habrá emitido un médico o ChatGPT Plus. Pronto no sabrán si su cuenta bancaria la gestiona un banco o ChatGPT. Pronto no sabrán si su resolución judicial la ha dictaminado un juez o ChatGPT. Pronto no sabrán si un examen lo ha realizado o lo ha corregido ChatGPT Plus. Pronto, esta aplicación dejará de ser una simple herramienta que ahorre trabajo y facilite la vida, para controlar nuestra existencia. Más pronto que tarde, nos quitará la carga de trabajo mecánico e insidioso, luego todo el trabajo y después el puesto laboral. Sólo espero que no nos quite también el ocio y se divierta o viaje por nosotros.
Como este asunto no se regule ni se limite adecuadamente; como la mayoría siga utilizando esta aplicación sin la formación adecuada y sin control alguno, es decir, sin conocer a fondo sus amenazas invisibles y sus efectos secundarios, se llegará a un estado de vulnerabilidad no sólo cibernética, sino humana. Ya son evidentes la dependencia tecnológica y la falta de privacidad, las situaciones de discriminación y ciberacoso, las ciberestafas y los bulos en las redes antisociales. El debate no es nuevo, pero urge ir sacando conclusiones. Habrá que decidir si la inteligencia artificial está al servicio de la inteligencia humana, o el intelecto humano al servicio de la IA.
Nuestro presente es ya ese futuro distópico que algunos autores describieron, en algunos casos apocalípticamente. De las novelas de ciencia ficción (basadas en supuestos tecnológicos o leyes físicas, o sea, en ficción científica) se pasó a las novelas de fantasía (basadas en la magia o lo sobrenatural). Unas especulaban con un futuro visionario, utópicamente mejor o terriblemente peor, lleno de androides y robots ayudantes o destructivos; otras, fantaseaban con nuevas realidades, escenarios distópicos y hecatombes provocadas por máquinas o ciborgs que dominaban este mundo u otros, sometiendo a la raza humana.
En la primera mitad del s. XX, autores como Asimov, Heinlein, Clarke, Orwell, Huxley o Bradbury, superaron a Shelley, Verne o Wells, representantes de una primigenia literatura de anticipación. Otros autores, como Gibson, Sterling o Stephenson, en los años 80 y 90 del siglo pasado, dentro de los movimientos “cyberpunk” y “postcyberpunk”, dispararon su imaginación sobre los ubicuos ordenadores y poco después con internet (ahora ya está de moda el “biopunk”, centrado en el impacto de la biotecnología). Cientos de novelas y autores han imaginado y explorado más allá de los límites del conocimiento y han advertido de los peligros de artificios creados por el ser humano que escapan a su control.
Invenciones prácticas y útiles para mejorar la existencia siempre ha habido, así como épocas de profundos cambios y progreso extraordinario, recordemos la Revolución Neolítica o la Revolución Industrial. Los humanos pasamos de la “Galaxia Gutenberg” a la “Galaxia Internet” y hoy en día transitamos por procelosos caminos informáticos y cibernéticos, esclavos de pantallas y paneles, con una mezcla de optimismo y euforia o pesimismo y desconfianza. Pienso que ChatGPT y otras aplicaciones no son las primeras (recuerden el impacto de Whatsapp) ni serán las últimas que revolucionen nuestra manera de hacer las cosas, de pensar o relacionarnos. Antes eran recreativas, ahora son generativas. Puede que algún día sean sustitutivas. En manos de la especie humana está limitar su evolución y controlar su uso o abuso. El futuro depende de nosotros. Me quedo con el aserto de W. Gibson: “El futuro no se puede buscar en Google”. O sí, pregunten a Alexa, Siri o Chapi.