Aurea mediocritas

Nacho García

Estadipula, que algo queda

Últimamente, se escucha y se lee uno de esos nuevos vocablos: “estadipular”, aún no registrado por la RAE ni por la Fundéu

Calumnia, que algo queda” es un antiguo refrán algo en desuso pero aún representativo de la paremiología española. La proverbial sabiduría tradicional está dejando paso a nuevos usos de la lengua que se renueva a través de neologismos con bastante grado de aceptación entre los hablantes, aunque en el fondo expresen los mismos conceptos. Últimamente, se escucha y se lee uno de esos nuevos vocablos: “estadipular”, aún no registrado por la RAE ni por la Fundéu, pero utilizado en algunos medios para definir la manipulación de las estadísticas para ofrecer unos resultados predeterminados o ciertas informaciones equívocas, por sesgadas o falaces, atendiendo a intereses o conveniencias espurias.

Ya en su día, Mark Twain criticaba el uso engañoso de las estadísticas afirmando que había “mentiras, grandes mentiras y estadísticas”. Y es que la manipulación de los datos estadísticos para que cualquier realidad o cuestión sometida a estudio parezca mejor, para justificar actuaciones socioeconómicas, imposiciones ideológicas, incluso grandes inversiones o gastos no es algo nuevo. Bien por falta o exceso de información, bien por desinformación o falta de formación, el falseamiento de datos siempre ha existido y sigue existiendo, así como los consecuentes análisis incorrectos o imprecisos tanto por errores metodológicos como por malas prácticas.

El procedimiento es fácil: se inundan los medios de campañas con datos alarmantes y gráficas coloridas y ostentosas,  vertiendo porcentajes escandalosos o irrelevantes que justifican la imperiosa necesidad de algo o su absoluta obsolescencia. Se crea un clima de desasosiego e incertidumbre que genera ansiedad en mucha gente que no sabe a qué atenerse ante el aluvión de cifras controvertidas. Uno no sabe si pretenden concienciar para hacer o dejar de hacer, para consumir más o dejar de consumir puesto que la vaguedad de los muestreos es difusa. Más que ayudar a solucionar problemas, las estadísticas manipuladas generan conflictos y polémicas.



Parece como si en el fondo se estuviese confundiendo “estadipular” con estabular, intentando acotar libertades y así nadie escape del redil. Las estadísticas lo tabulan todo, pero haciendo tábula rasa, arrasando la verdad a su paso. Intentan compartimentar la realidad con ensayos randomizados o estudios de cohorte para dirigir nuestros pasos y aleatorizar nuestros actos, reduciendo nuestra vida a un porcentaje o a una mera probabilidad.

Lo peor no es la voluntad de ocultar, engañar o mentir, sino la desfachatez de achacar a la sociedad su falta de educación matemática para entender conceptos estadísticos simples e “imprescindibles” y desenvolverse en este mundo capitalista y cientifista contemporáneo. Esta idea ya la proponía John Allen Paulos en su libro Innumeracy: Mathematical Illiteracy and its Consequences,  del que Jorge Wagensberg se hacía eco en El hombre anumérico.

La realidad al margen de las estadísticas es otra, hay otros mundos, tantos como personas, esas personas que son objeto y sujetos de dichas estadísticas las cuales nunca reflejarán sus verdaderas inquietudes ni solventarán sus problemas. La sociedad no es anumérica ni iletrada, la gente hace muchas cuentas y lee mucha letra pequeña para llegar a fin de mes. Hay muchas matemáticas en la vida cotidiana y mucha gramática parda. Hay mucha culturilla inmaterial e intangible, alejada de cánones y estándares. La actitud del pueblo llano no es de ignorancia, sino de pura indiferencia e indocilidad ante tanta impostura. Las estadísticas están para romperlas, ya está bien de tanta cuenta y tanto cuento, de tanta cuantificación y cosificación de todo.