Aurea mediocritas

Nacho García

Simplificando

Demasiada gente cacarea vanidosamente las dificultades solventadas ante cualquier nimio problema

Hacer fácil lo difícil es una de las cuestiones más complicadas en esta vida. La difícil sencillez de ciertas propuestas artísticas o científicas ha asombrado al mundo porque eran el resultado de un pensamiento muy profundo o producto de un proceso de análisis y abstracción complejos para  proponer o crear una solución aparentemente elemental y lógica que facilitase la existencia a los demás.

El gran problema es confundir sencillez con simpleza o con ingenuidad. Hoy en día el problema se acentúa en esta sociedad esclava de las falsas apariencias y obsesionada por exhibir el mérito añadido. Demasiada gente cacarea vanidosamente las dificultades solventadas ante cualquier nimio problema, existente o no, para hacer gala de una inteligencia superior o un savoir faire indescriptible. 



Después de muchos años de engordar la administración y diversificarla con un complejo entramado de agencias y empresas públicas, que en muchos casos han embrollado cualquier trámite en una maraña artificiosa de dificultades añadidas para obstaculizar el acceso a lo esencial o básico, la Junta de Andalucía pretende ahora justificar la falta de eficiencia y eficacia de tanta burocratización con respecto a su desmesurado tamaño anunciando el “Plan Andalucía Simplifica” para aligerar y mejorar los sistemas de organización, gestión y digitalización.

Vaya, ahora se dan cuenta de que el sobredimensionamiento de plantilla por y para la progresiva externalización y privatización de ciertos servicios, que encarecen los costes, no sólo no ha resuelto los problemas atávicos de gestión, sino que incluso los han acentuado, revistiendo procesos administrativos sencillos de una complejidad burocrática artificial simplemente para justificar la idoneidad del ente en cuestión. No habría que simplificar si se hubiese optimizado lo existente o se hubiese planificado un crecimiento sostenible, algo razonado y razonable.

Ya en su día, Mariano José de Larra denunciaba las trabas administrativas y la dilación de procedimientos en su famoso artículo “Vuelva usted mañana”. Casi doscientos años más tarde no es la pereza el mal común, que también, sino la artificiosa tecnologización de cualquier gestión. Antiguamente se extraviaban papeles amontonados en carpetas apiladas en archivos. Actualmente, los expedientes se guardan como archivos en carpetas alojadas en memorias, servidores o nubes. Todo y nada a tiro de click, todo y nada en el mundo virtual de GAFAM, tan cerca y tan lejos de la realidad e intereses de la ciudadanía. Antes era un quiero y no puedo, ahora parece un puedo y no quiero.

¿Quieren simplificar? Empiecen sencillamente por considerar a las personas como tales, no como meros usuarios o imbéciles. No se trata de justificar el trabajo con un aluvión de datos inservibles y rentabilizar el gasto enmascarándolo en cifras o porcentajes, sino de prestar un buen servicio y humanizar el trato, ayudando a solventar los problemas e inquietudes de la gente. Tanta complicación y deshumanización me recuerda al despótico y paternalista “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, incluso al gatopardista y paradójico “cambiar todo para que nada cambie”.

Por ejemplo, en Educación (o lo que queda de ella), podrían simplificar el maquiavélico entramado de la evaluación. Como docente pienso que las familias quieren una información clara de la evolución académica de sus hijos con las tradicionales calificaciones numéricas (de 0 a 10, sí, el 0 existe) o alfanuméricas (de insuficiente a sobresaliente) y no ese abstracto maremágnum de la evaluación criterial con respecto a unas competencias clave, con conceptos tan abstrusos para la mayoría como trazabilidad, perfiles de salida, descriptores operativos o situaciones de aprendizaje. No es normal que unos padres reciban de cada actividad evaluable seis calificaciones diferentes asociadas a tres competencias distintas y seis criterios de evaluación ponderados aritméticamente. Al final, no saben qué nota ha obtenido ni cómo o qué se intenta ocultar. No es normal que los padres tengan que conocer las diez o doce competencias de cada materia con los veinte o veinticinco criterios asociados, o sea, unas cien competencias o doscientos criterios en total para desentrañar las notas de sus hijos.

Jorge Guillén, en un maravilloso poema titulado “Al margen de los clásicos” ya avisaba de que el “embrollo diario es más complejo que la verdad, acorde simplicísimo”. Pienso que cualquier simplificación ha de acercarse a la verdad y revestirse de naturalidad. Déjense de ambages y disimulos, algunos aún recordamos aquel vacuo e infausto “Andalucía imparable”.