Aurea mediocritas

Nacho García

Ex libris

Emilio Salgari (Sandokán), Daniel Defoe (Robinson Crusoe) o Mark Twain (Las aventuras de Tom Sawyer o Huckleberry Finn) también murieron en abril

Abril es un mes prolífico en la celebración de efemérides culturetas relacionadas con el mundo libresco. Ya desde el día 1 de abril se celebra un hecho fundamental para nuestra lengua: la fundación de la Real Academia Española (RAE), en 1713, una institución que, junto con otras veintitrés academias de la Lengua, se dedica a la regularización lingüística mediante la promulgación de normativas dirigidas a fomentar la unidad idiomática dentro de los diversos territorios que componen el mundo hispanohablante y garantizar una norma común.

Enseguida, el día 2 se celebra el Día Mundial del Libro Infantil y Juvenil. Si hoy, día 23, se conmemora el Día Internacional del Libro porque parece que ese día murieron Cervantes y Shakespeare, el día 2 se podría conmemorar la muerte durante el mes de abril de grandes de este subgénero: Emilio Salgari (Sandokán), Daniel Defoe (Robinson Crusoe) o Mark Twain (Las aventuras de Tom Sawyer o Huckleberry Finn). Pero no se lo pierdan, en abril también morían el eximio poeta Jorge Manrique (cuyo óbito podría añadirse a la parafernalia del 23, pues ocurrió el 24) y otros ilustres como Kavafis, Ernesto Sábato, García Márquez o Buero Vallejo. Y hace más tiempo Lucano y Séneca, el filósofo cordobés que al menos se libró del emporio digital educativo asociado a su nombre, aunque legó a los docentes, eso sí, el estoicismo para soportarlo.



No deja de ser curioso cómo siendo abril el símbolo del advenimiento de la primavera, el renacer de la vida y el esplendor de la naturaleza, los grandes fastos literarios se liguen a la muerte de grandes creadores. Ya lo advertía T. S. Eliot de la forma más poética y bella posible en los primeros versos de su famosa obra La tierra baldía: “Abril es el mes más cruel, engendra / lilas de la tierra muerta”, versos que bebían de otros del “Prólogo general” de Los cuentos de Canterbury, de Chaucer, dónde se lee: “Las suaves lluvias de abril/ han penetrado hasta lo más profundo de la sequía de marzo/ y empapado todos los vasos con la humedad suficiente/ para engendrar la flor. Es la idea de la muerte que da vida, la cual nos recuerda al oxímoron de Fray Luis de León en el cual une dos conceptos que no se excluyen mutuamente, sino que confirman una realidad: la pervivencia de muchos autores/personas a través de sus obras/vidas.

La muerte, la poesía y abril también van de la mano en los versos de Juan Ramón Jiménez: “Abril venía, lleno / todo de flores amarillas”, del poema Primavera amarilla, perteneciente a su libro Poemas májicos y dolientes, en el cuál el Nóbel onubense transmite cómo la llegada de la primavera lo inunda todo del color amarillo, un color que invita a sobreponerse a los recuerdos o situaciones dolorosas como la muerte o el desamor. Amarilla sería la carpeta que Marga Gil Röesset le dejara años más tarde al poeta, confesándole su amor secreto por él, antes de suicidarse por la imposibilidad de dicho amor con un “en la muerte ya nada me separa de ti”.

Antonio Machado con su “Abril florecía frente a mi ventana” reflexionaba, en sus Soledades, sobre el inexorable paso del tiempo, el abandono de la infancia, la llegada de la juventud, los sueños olvidados, pero también sobre el presentimiento de la muerte. Años más tarde, Juan de Mairena reflexionaría sobre el quehacer del poeta con una paradoja: “Cuántas veces, por razón de su oficio, habrá mentado a la muerte, sin creer en ella”. El maestro era así.

Como la literatura, en concreto la lírica, está muy ligada a la música, a las emociones y la belleza, el epílogo será más amable, con dos canciones que habitan en el imaginario colectivo. Una floreció un “20 de abril (del 90)” cuando el grupo Celtas Cortos publicaba un himno para varias generaciones, la canción de una maravillosa carta que nunca se llegó a enviar. En otra, un hombre de traje gris se preguntaba en la Posada del Fracaso (calle Melancolía, n° 7) mirando un sucio calendario de bolsillo: “¿Quién me ha robado el mes de abril?”. Joaquín Sabina guardó esta canción para siempre en el cajón donde guardamos el corazón. Allí he guardado este año el 12 de abril.