Aurea mediocritas

Nacho García

NPC

Si no se controla el abuso actual y no se sujeta a prevención o normalización alguna, en vez de nativos digitales tendremos huérfanos disfuncionales

Ni puedo, ni debo, ni quiero saberlo todo. De hecho, últimamente prefiero no saber más de la cuenta o ignorar deliberadamente porque siempre existe el riesgo de saber demasiado o saber “lo que no sabemos y apenas sospechamos”, como rezaba ese sombrío verso de Rubén Darío en su magnífico poema “Lo fatal”.  Quizás sea mejor conformarse y no preguntar, callar sin otorgar, parecer prudente sin serlo.

Esto podría ser el inicio de una disquisición sobre los límites del conocimiento o una perorata sobre la insignificancia humana, pero no, más bien es una captatio benevolentiae para instar a la reflexión sobre otra cuestión: esa ansiedad enfermiza de las jóvenes generaciones por saber de todo con inmediatez y por opinar sin reflexionar en redes sociales, una necesidad imperiosa de meterse en todos los charcos y pronunciarse a cada instante, sin tregua, exhibiendo ingenio y capacidad de mofa o burla, sin profundizar en absoluto ni analizar concienzudamente nada, vertiendo comentarios insulsos o intrascendentes, o ni eso, simplemente exponiéndose con imágenes o vídeos estúpidos que se viralizan exponencialmente conforme a su grado de estulticia y todo para que no los “dejen en visto”.



No sé si será por el miedo a ser considerados un NPC (“Non Playable Character”), sigla que alude peyorativamente a alguien sin personalidad, sin opiniones ni presencia en redes, o si será producto de esa reciente epidemia, casi pandemia, denominada FOMO, otra sigla que esconde una patología: “Fear Of Missing Out”, es decir, el miedo de perderse algún acontecimiento gratificante del que uno no es partícipe. Esta nueva patología provoca un tipo de ansiedad social debido a la no pertenencia a un grupo o no presencia en ciertas redes sociales digitales, incluso la total dependencia de las mismas. Son muchas las causas, como el ghosting o la “ley de hielo”, y terribles las consecuencias, desde el aislamiento y la depresión hasta el suicidio, pasando por problemas de autoestima, soledad o rechazo. De hecho, coinciden estos problemas con la publicación de noticias alarmantes como el aumento desorbitado del consumo de antidepresivos y ansiolíticos en España.

Y todo por la manía de muchas personas jóvenes (y no tan jóvenes) de no pasar desapercibidas y, sobre todo, de perder el tiempo miserablemente en retos virales, en cadenas de wasaps apocalípticas o en tiktoks convulsivos, y no sólo con sus perfiles, sino creando perfiles falsos con diversas intenciones. Simplemente desplazando un dedito por una pantallita o tecleando de incógnito, muchos cándidos adolescentes (y no tan adolescentes) se convierten en la personificación del sarcasmo y la crueldad, de la agudeza hiriente, insultando o vejando a diestro y siniestro, por encima de sus posibilidades, sin conciencia del daño que pueden provocar. Salvando las distancias, parecen una mala copia de la deidad Momo (Μωμος, en la mitología griega), espíritu de lengua mordaz de la crítica injusta, expulsado de la compañía de los dioses por ser un holgazán y reprender continuamente las obras y acciones ajenas.

            Estos “momos” me recuerdan a los “hombres grises” a los que se enfrentaba otra Momo, el personaje más entrañable de Michael Ende (lo siento Atreyu). Nuestra inolvidable protagonista luchaba contra esos extraños individuos que consumían el tiempo que se ahorraba cuando los humanos dejaban de hacer todo lo relacionado con el arte, la imaginación o incluso dormir. Momo ya auguraba el peligro contemporáneo para muchas personas: el verse seducidas por los intereses ocultos e influjo de gigantes tecnológicos (GAFAM) que cuentan con el suficiente poder como para influir en el estilo de vida de la gente y manipular sus conductas. Al final, se produce un servilismo que supone la renuncia a la propia libertad para someterse a los mandatos de otros.

Para que la historia no sea interminable ni se repita en bucle, sería conveniente tanto cierta regulación (no sé si con restricciones) como un mayor control (no sé si con límites) y, sobre todo, una mayor educación en cultura digital (incluso cultura a secas) y una mejor formación en las tecnologías de información y comunicación que ayuden a los usuarios no sólo a afrontar y solventar problemas sino, sobre todo, a concienciarse sobre un buen uso. Si no se controla el abuso actual y no se sujeta a prevención o normalización alguna, en vez de nativos digitales tendremos huérfanos disfuncionales, zombies del metaverso, adictos a dopaminérgicos virtuales y seres incapaces de soportar cualquier tipo de malestar o sufrimiento en la realidad.