Vamos a decirlo en román paladino y sin paños calientes, en España en general y en Andalucía en particular, los resultados del último informe PISA, sin cortapisas, son lamentables, un fiel reflejo de la podredumbre y las miserias del sistema educativo que es a su vez, digámoslo a las claras, con luz y taquígrafos, un fiel reflejo de la podredumbre y las miserias de esta decadente sociedad, que perdió hace tiempo el norte (y el sur, el este y el oeste).
Desde Torretriana observan si la Torre del Oro o la Torre Pelli se inclinan como la Torre de Pisa, cuya gradiente semeja la pendiente negativa de los resultados PISA, que señalan un nuevo empeoramiento que se enmarca dentro en una debacle nacional y europea. Ya no se puede negar la evidencia del progresivo declive de la enseñanza, aunque se puede negar la mayor para tamizar los resultados aduciendo que hay que contextualizarlos según factores políticos, sociales y económicos del entorno de cada centro educativo y así interpretarlos con una visión global.
Y he ahí el verdadero problema, la cuestión preocupante y el motivo de profunda reflexión. Los resultados de las pruebas PISA no sólo muestran el empeoramiento del logro educativo o los aprendizajes adquiridos, sino que además, y esto es lo verdaderamente grave, ponen de manifiesto la inequidad del sistema educativo en el cuál el impacto del índice social, económico y cultural (ISEC) es mayúsculo. Este marcador muestra una varianza tan acusada que se convierte en un factor determinante para explicar las diferencias de rendimiento regionales, provinciales, intercentros e intracentros. Es decir, la disparidad de los resultados obedece no sólo al proceso pedagógico, sino sobre todo a planteamientos políticos, factores organizativos, aspectos estructurales, así como la composición de la población escolar.
Es cierto que se han adoptado muchas medidas para contrarrestar la desigualdad educativa que era el gran problema en los primeros informes PISA. El sistema educativo ha avanzado mucho en equidad en los últimos años, pese a la insuficiente inversión (caso curioso en Europa donde a mayor inversión, menor inequidad), pero las erráticas políticas educativas por falta de consenso de una mayoría cualificada (ley tras ley, gobierno tras gobierno, campaña tras campaña), no han conseguido revertir ciertos problemas originales que siguen provocando los malos resultados que se perpetúan sine die.
Hablamos de cuestiones como la segregación escolar a través de la distribución desigual de ciertos grupos minoritarios, nunca solventada, sólo atenuada curso tras curso por una cobarde normativa de admisión/escolarización que permite una selección temprana (casi darwiniana o hobbesiana) de estudiantes (evidencia: a menor heterogeneidad/pluralismo y mayor varianza intercentros, resultados generales más bajos).
Hablamos de cuestiones como el mantenimiento de elevadas ratios en todas las enseñanzas (evidencia: cuanto menos alumnado por aula, mejores resultados). Hablamos de la excesiva descentralización educativa y una mal entendida autonomía, que inciden en decisiones como la poca extensión del tronco común del currículum (evidencia: cuanto más años dura éste, menores diferencias provoca). Hablamos de una revisión en profundidad de la aplicación del mal entendido programa bilingüe, que produce más segregación y discriminación que beneficios o aprendizaje (evidencia: la mayor parte del alumnado no es bilingüe ni goza de intercambios).
Hablamos también del alumnado que no progresa (evidencia: tasa de repetición) y no completa niveles (evidencia: tasa de titulación), ese alumnado cuyo origen social sigue influyendo en el fracaso escolar (evidencia: tasa de abandono temprano) y, en consecuencia, limitadas posibilidades laborales y económicas posteriores (evidencia: tasa de paro juvenil y porcentaje salario inicial, igual o menor al SMI).
Podríamos hablar de otros muchos factores que influyen decisivamente, desde las peculiares características y diseño de las pruebas, de su aplicación y corrección, hasta la formación y cualificación del profesorado o su dignificación social, así como del estado de conservación de los centros o la austera inversión en innovación. Podríamos hablar horas y horas del impacto de la pandemia y del índice de resiliencia o bienestar del alumnado, divagar sobre si la excelencia es compatible con la equidad o discutir sobre la baja tasa de estudio de Formación Profesional. Podríamos hablar de la privatización de parte de la enseñanza y del negocio de la teleformación o del software educativo. Y llegaríamos a conclusiones tan válidas como las de las sesudas investigaciones y pormenorizados informes emitidos, como el de la RAE, que denuncia la evidente “penuria expresiva” y la “dificultad para comprender” de varias generaciones, debido a la regresiva merma de contenidos -ahora saberes- acorde a la merma de horas. Pero probablemente no solucionaríamos nada. ¿Por qué?
Porque la Educación, como otros servicios públicos, se ha visto sacudida por el terremoto mercantilista, totalmente deshumanizador, provocado por el choque de dos placas tectónicas: el egoísmo humano -irreversible- y el capitalismo salvaje, que están socavando las raíces de la civilización occidental y arrasándolo todo. Porque la Educación, como otros servicios públicos, sufre los excesos y abusos de una sociedad enferma que, vacía de ciencias y humanidades, no forma ciudadanos críticos, sino “hombres masa” que asumen su condición de consumidores compulsivos de un sistema productivo cuyas dinámicas no cuestionan, transformándose en usuarios pasivos e insatisfechos. Porque la Educación, como otros servicios públicos, no puede resistir a bajo costo ni convertirse en el único contrapeso o ser último parapeto que trate de equilibrar, en pos del bien común (la rēs pūblica), esta peligrosa inercia individualista-materialista de una esfera privada totalmente alienante. Es decir, la Educación, como otros servicios públicos, no puede ser funcionalista y acrítica ni basarse en un modelo de gestión empresarial que sólo pretende suministrar trabajadores flexibles y moldeables, sin conocimientos profundos de nada.
Llegados a este punto, ¿de verdad alguien se extraña de los resultados? Los resultados PISA reflejan fielmente cómo se ha sustituido cualquier indicio de cultura por un culto enfermizo a la imagen y una hipnosis subyugante de las pantallas. Reflejan la esclavitud del egocentrismo hedonista que lo devora todo, trivializando lo importante y banalizando el pensamiento. Reflejan el aturdimiento social ante lo superficial y lo cutre, ante la carnaza del zasca o del meme, todo lo reductible a un espasmo de Tiktok o Reels o lo viralizable en redes sociales que, paradójicamente, conforman seres asociales o antisociales.
Por último, no olvidemos que los objetivos de los informes PISA son aplicar mejoras en aquellos países que estén por debajo de los valores establecidos como adecuados e impulsar la educación, una Educación que… Aquí se aceptan propuestas.
¿La mía? Una Educación que recupere la cultura del esfuerzo (sí, era una cultura) e inste a la responsabilidad individual con conciencia social, una suerte de compromiso colectivo aunque ello implique la asunción de ciertas renuncias con razonable resignación. Una educación que busque la calidad, pero la calidad humana, con personas generosas, gente que se complique la vida ayudando a los demás, o sea, una educación donde haya más givers que takers, donde prime la entrega y la solidaridad.
Espero otras. Abro hilo.