Aurea mediocritas

Nacho García

Quevedos y Rosalías

La coincidencia de nombres bien podría servir para realizar una especie de analogía con la que instar a la reflexión y provocar un debate enriquecedor

Mientras intentamos explicar al alumnado la importancia y trascendencia de la obra literaria de Francisco de Quevedo o Rosalía de Castro, con la vana esperanza de que se lea al menos uno de sus poemas, ellos escuchan, mejor dicho, consumen la música del otro Quevedo y de la otra Rosalía. Y es que la divergencia entre los saberes contenidos en los currículums y los intereses de la adolescencia y juventud de hoy en día es más profunda que la Cueva de Montesinos o la Fosa de las Marianas. Supongo que antiguamente también lo sería, de hecho siempre ha habido quejas de la senectud hacia la juventud en cada época, pero la falsa idealización del pasado es un sesgo narrativo tan potente que soterra u obvia injustamente cualquier debate.

Nuestros intereses son totalmente contrapuestos, somos antípodas culturales. Muchos días pienso que los docentes deberíamos reducir el temario a Reels o simplificarlo en un Tiktok, como mucho a un Draw my life, tres muestras del actual reduccionismo a golpe de vídeo, empobrecedor aunque tremendamente efectivo. El triste objetivo sería motivar más o de otra manera a un alumnado cada vez más alejado de la lectura exhaustiva de los clásicos y pendiente de chominás efímeras e insulsas. Y es que lo facilón se impone. Nada de sesudos ensayos o apuntes prolijos, estamos en plena decadencia de la cultura del trabajo y del estudio, el esfuerzo está demodé. En fin, es el signo de los tiempos, rinnovarsi o perire.



Volviendo a Quevedo y Rosalía, la coincidencia de nombres bien podría servir para realizar una especie de analogía con la que instar a la reflexión y provocar un debate enriquecedor. Me explico. Quevedo, el cantante que triunfó con un endecasílabo ("Quédate, que las noches sin ti duelen”), lo único meritorio de una canción entonada con voz cavernosa, reaparece ahora en las listas musicales con un disco repleto de letras soeces y explícitas, del tipo “no me fío, ya no chingo, sólo me la maman” o “a tu viejo le falto el respeto cada vez que te la meto”. O sea, ha intentado emular chabacanamente la poesía erótico-burlesca de D. Francisco, pero sin rastro de barroquismo o conceptismo alguno, sino con una música pegadiza y unas letras machistas que quizás quieren imitar la misoginia, casi misantropía, del poeta. Otra vez los límites de la libertad de expresión en entredicho por culpa de un gañán, por mucho que se vista de seda. O a lo mejor es un producto de la subcultura “incel”, sin él saberlo.

La Rosalía (autodenominación de origen) triunfó con su “Malamente”, canción que podría servir para explicar los adverbios de modo o la interjección “tra, tra”, más que para comparar su letra, ni lejanamente, con la lírica de Rosalía de Castro. Eso sí, por enganchar con el interés de sus followers, podría establecerse cierta afinidad entre la trascendencia de estas dos mujeres para el feminismo. Si la poetisa gallega, adalid del posromanticismo y precursora del Rexurdimento, fue pionera en criticar el machismo y defender el derecho de las mujeres a expresar libremente sus pensamientos y sentimientos en sus artículos u obras como Cantares gallegos o Follas novas; la cantante catalana se convirtió en icono del feminismo moderno con su reivindicativo disco “El mal querer” y el collage de “Motomami”. Cada una a su manera y en sus respectivas épocas, en dos artes diferentes, se han convertido en referentes.

            Seguiré leyendo la poesía de los Quevedo y Rosalía originales, mientras escucho a Vetusta Morla o Love of Lesbian. O quizás mezcle poesía y música con Sabina y su “Donde habita el olvido”, canción que rememora el título de un poemario de Cernuda que se inspira en el penúltimo verso de la rima LXVI de Bécquer. Quizás vuelva a escuchar el delicioso disco de Serrat dedicado a Machado. A lo mejor la solución está en el fondo de un verso.