Tras la Semana de la Ciencia, ahí va una de letras. Lo primero, un apunte tiquismiquis sobre la nomenclatura, se llama “semana” y ha durado catorce días (del 4 al 17 de noviembre), no sé, no son cifras demasiado exactas. Bromas aparte, creo que deberían dedicarle un mes, incluso 365 días y seis horas, todo el tiempo que se le dedique a cualquier cuestión científica es poco.
Pese a que nuestro país ha ido recuperándose paulatinamente de la postración o atraso de la ciencia en el que nos sumieron tanto la dictadura en su día, como los sistemáticos recortes posteriores con distintos gobiernos, aún queda mucho camino por delante para equipararnos con el resto de Europa y el mundo. Huyamos del estereotípico y manido “que inventen ellos” unamuniano.
Recordemos que, en el primer tercio del siglo XX, se vivió una auténtica Edad de Plata en el ámbito de la ciencia, gracias a la creación de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas o el influjo de la Institución Libre de Enseñanza. Había pocos científicos y pocos medios, aunque se alcanzaron logros de gran trascendencia, por ejemplo, el Premio Nobel en Fisiología o Medicina a Santiago Ramón y Cajal, en 1906, como reconocimiento a su trabajo sobre el sistema nervioso y el papel de la neurona.
En las últimas décadas, tras el afianzamiento de la democracia y superada la crisis de los noventa, estamos viviendo una auténtica Edad de Oro, con muchos científicos y científicas, bastantes de renombre y muchos descubrimientos o avances de mucha importancia, gracias a la labor del CSIC o el CIEMAT, a instituciones como el CNIO, o gracias al amparo de las universidades y fundaciones, que acogen/apadrinan a docentes investigadores con becas o contratuchos de pane lucrando. No está mal, pero es claramente insuficiente porque las condiciones son deficitarias.
Se necesita una ciencia no tan ligada al factor económico, sino más bien centrada en lo humano y universal; una ciencia no tan dependiente del sector privado (porque luego será privativo), sino fundamentada en la inversión pública, sobre todo en I+D+i, para asegurar un crecimiento sostenido y una mayor competitividad. En España, la inversión con respecto al PIB (1,43% en 2023) sigue estando lejos de la media europea (2,15%)y de la media de la OCDE (2,71%). Sin inversión en innovación (que retrocedió en 2023) y sin colaboración público-privada, la ciencia no tiene futuro y sin ciencia no hay futuro.
Todas estas cuestiones son de sobra conocidas, las necesidades han sido ampliamente analizadas por sesudos expertos y debatidas en innumerables foros. Existen cientos de propuestas y peticiones, apoyadas por movimientos reivindicativos de gente con batas que se baten el cobre en laboratorios infradotados de medios, a expensas de mecenas, ayudas o donaciones.
Por todas estas razones se debe celebrar la “semana” de la ciencia, pero sobre todo por la necesidad de divulgación que entronque con la sociedad, más bien con el emprendimiento social, y además con la cultura. Hoy más que nunca es imprescindible una cultura científica o, yo diría, una ciencia más cultural, con un enfoque más interdisciplinar con las humanidades y ciencias sociales, mezclando arte y tecnología, letras y números, notas musicales y símbolos químicos. La ciencia es cultura, la cultura tiene su ciencia.
N.B.: bueno, más que nota bene, nota cultureta: el primer tercio del siglo XX también fue una época argéntea para las letras y el arte, con una pléyade de genios literarios (con y sin sombrero), pintores, músicos o cineastas en torno a la Residencia de Estudiantes. Asimismo, de los noventa hasta hoy, las artes y las letras han vivido una nueva edad dorada, aunque la cultura haya sufrido ciertos intentos de cancelación, al igual que la ciencia; ellas, tan acostumbradas a sortear censuras e inquisiciones…eppur si muove.