Aurea mediocritas

Nacho García

Sin título

Empieza a haber demasiado negocio en educación, nuevo nicho de mercado donde aumenta la oferta privada, crecen los créditos y los préstamos a estudiantes

Durante estas semanas festivas me he encontrado con algunos antiguos alumnos que han vuelto a Jaén por Navidad. El factor común ha sido el cariño y el milagro que nos acordásemos los unos de los otros. El factor diferencial ha sido las variopintas trayectorias vitales. Unos, esos “renglones torcidos” que aún andan lampando por un lugar en el mundo, vagando por trabajos temporales mal remunerados, arrepintiéndose de no haber terminado sus estudios. Otros, ciudadanos del mundo, esos “cerebros exiliados”, cuyo talento escapó de Jaén, incluso de España. Ambos son la antítesis de este sistema educativo donde exhibe su músculo la palabra de moda: polarización.

Por un lado, títulos y más títulos en la ESO. Títulos a toda costa (con número variable de suspensos, un 23,3% del total), pese a todo (con carencias evidenciadas en PISA) y pese a quien le pese. Pero el título de ESO en sí mismo no sirve para nada si quienes lo obtienen luego ni siguen estudiando ni trabajan (el porcentaje de “ninis” no baja del 10%). Ya puede haberse diversificado la oferta de bachillerato y ya puede haberse incrementado la oferta de formación profesional de grado medio o grado superior, en modalidad dual o no, para incrementar la mano de obra cualificada que facilite la inserción laboral, esto es, fomentar la empleabilidad (ya veremos si no se produce overbooking en las prácticas).  El verdadero problema es que el alumnado sin título (un 13,9%) o con un título ramplón que ha conseguido sin apenas esfuerzo y sin saber (el sistema facilita el aprobado casi gratuito, sin mérito), no tiene la mentalidad de continuar formándose y así complicarse la vida. Vive sin límites ni autolimitación, sumido en la cultura del exceso y la excentricidad.

Por otro lado, más universidades (86) y más grados universitarios (3112), aunque el alumnado de nuevo ingreso esté menos preparado (tasa de abandono de un 33%). Ya puede haber miles de másteres (3735) y doctorados (1185), así como programas Erasmus for everybody et tout le monde. La diversidad de oferta (pública y privada) es incontenible, pero el sobredimensionamiento empieza a ser ya insostenible. Aumentan los problemas de financiación (pese a los generosos fondos de Europa para la next generation) y cobra peso la gran variable de una ecuación irresoluble, una variable que no aporta ningún valor ni es un valor en sí, es más, que está al margen de cualquier valor: la variable económica, difícil de despejar. Títulos, grados, másteres y doctorados a cambio de dinero, pagando cantidades indecentes, incluso con becas y subvenciones (pese a los fondos…).



Empieza a haber demasiado negocio en educación, nuevo nicho de mercado donde aumenta la oferta privada, crecen los créditos y los préstamos a estudiantes, así como los acuerdos de ingresos compartidos, a la americana. Menudo conchabeo institucional-bancario, puro y duro mercantilismo del conocimiento. ¿Y todo para qué? España sigue siendo el segundo país de Europa con mayor tasa de universitarios en paro y líder en exportación de capital humano, la llamada “fuga de cerebros”, que supone también graves pérdidas económicas (bajada de actividad productiva, disminución la renta) y sociales (se agudizan los problemas de pirámide poblacional).

Y lo que es peor, ni tanto título ni tanto grado consiguen formar personas conscientes de la realidad que les rodea y que escapen a su ego, gente que no busque ser la mejor, sino que busque lo mejor para los demás; gente que no sólo satisfaga sus necesidades y pisotee al resto, sino que valore las necesidades de los demás y aporte algo a la sociedad. Al final, tanto título y tanto grado sólo consiguen medio formar a los peores y deformar a los mejores, degradándolos a todos. Ya uno se pregunta, leyendo a S. Hawking, si el mayor enemigo del conocimiento es la ignorancia o la ilusión del conocimiento.

Decía alguien que vivimos en una época de necedad larvada y permanente, una necedad que se va acrecentando de manera inversamente proporcional al deterioro de la educación, cada vez más tecnificada y menos humanística, una ciencia más que un arte. ¿Nos estamos olvidando del alumnado? La educación refleja una realidad paradójica donde lo artificial es cada vez más real en consonancia con una sociedad cada vez más artificiosa. La educación se constriñe, perimetrada por parámetros económicos y sometida a lo cuantitativo, obligada continuamente a justificar la nimia inversión y rendir cuentas, casi pedir perdón por los gastos ocasionados, no acordes con los cálculos previstos y expectativas generadas.

Pero el ser humano siempre encuentra razones para el optimismo y, como diría el verso, “se agita en todas las direcciones, sueña con libertades”. Cada año nuevo parece que empieza un ciclo que interrumpe el círculo vicioso. Parafraseando a Dickens, vivimos en “el mejor de los tiempos y el peor de los tiempos, [...] la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. Conscientes del ocaso, esperemos un nuevo amanecer, aunque la realidad nos indique que las rebajas de junio empiecen ya en enero.