El recién estrenado Negociado (y negociazo) de Poyaques fue anunciado a bombo y platillo
por aquella administración local, que lo creó para realizar chapucillas de ésas que no se
licitan, amén de colocar a trepas o enchufar inútiles. No pudo comenzar mejor su andadura,
pues fue sonora su tardía actuación en el derrumbe de la techumbre del cochambroso
edificio, cuyas herrumbrosas vigas no pudieron soportar el peso de los años y los rigores de
la intemperie. Tras varios años de profundos y sesudos estudios, múltiples retrasos en la
adjudicación y dilaciones en la ejecución por una burocracia estéril, los procaces chapuceros, cual Pepe Gotera y Otilio, haciendo caso omiso de las directrices establecidas
y de los informes de riesgos laborales, acometieron la obra sin mirar los planos y tocaron un
pilar que sustentaba varias vigas, debido a lo cual colapsó el techo que pretendían reparar,
cayendo sobre los operarios, que resultaron malheridos. Por supuesto, balones fuera,
ninguna responsabilidad, cruce de acusaciones, investigación en marcha y postergación de
la causa.
No menos patéticos fueron los birriosos parches con los que pretendieron arreglar los
socavones de una calle principal, unos socavones (“sobacones” para los incultos,
“socabrones” para los socarrones) que otrora fueran grietas y baches fáciles de remendar y
que ahora parecían simas abisales imposibles de vadear. No sólo no los repararon, sino
que, en el colmo de la ineptitud, al taladrar el asfalto para abrir una zanja, perforaron una
tubería y crearon un géiser artificial de diez metros de altura, el cuál anegó tres solares,
cuatro cocheras y dos bajos comerciales. Dejaron sin agua a todo un barrio y sin luz, pues
el agua alcanzó a un transformador en mal estado y se produjo un cortocircuito. Al final,
además de rellenar los boquetes, los convirtieron en badenes y pasos elevados, de esos
que casi hay que escalar, como si estuviesen patrocinados por alguna marca de
amortiguadores.
Todo fueron congratulaciones jactanciosas de su irresponsable gerente quien había
heredado nepóticamente el sillón, gracias a sus apellidos y deméritos contrastados. ¡Qué
necedad la suya, qué ignorancia tan supina! Sus explicaciones farragosas y sus excusas
infames recibieron el aplauso de sus correligionarios, que hacían gala de un proselitismo
aberrante. No tardó en estar imputado por prevaricación y cohecho, pues no había tardado
en extraviar varios expedientes y malversar fondos públicos. Fue objeto de escarnio y
maldecir por dilapidar dinero público trapicheando con drogas, así como conducir borracho y acabar en una zanja que antes había sido socavón y anteriormente bache.
Valga este burdo divertimento ficcional verosímil o gamberrada de ficción especulativa, que
bien podría haberse basado en hechos reales, para reflexionar sobre ciertas tropelías y
abusos habituales, constituyentes de delito, juzgados o no, así como para criticar el
proceloso camino que comienza con la disipación de responsabilidades, continúa con la
exención de culpas y termina en una amnistía (fiscal antaño, política hogaño). Juzguen
ustedes porque los que juzgan son obviados, totalmente ninguneados. Como diría Pope:
“Errar es de humanos, perdonar es divino, rectificar es de sabios”.