Aurea mediocritas

Nacho García

¿Tregua?

Todas las guerras son injustas e inmorales, en nombre de un dios u otro o bien por un cacho de tierra

Tres días ya sin escuchar explosiones ni disparos. Siete días ya sin luz ni agua, sin comunicaciones. Aún quedaban algunas provisiones en el improvisado hospital de campaña instalado en aquel centro educativo, que alojaba a pacientes derivados del hace tiempo desbordado hospital central, semidestruido por los bombardeos indiscriminados durante aquel conflicto bélico. La despensa estaba situada en la antigua aula de Tecnología, custodiada por militares y organizada por un profesor de Economía, que llevaba a la praxis con eficiencia y eficacia las teorías que antaño explicaba.

En cada aula se iba alojando a los pacientes menos graves, clasificados según patologías en el punto de triaje situado en la entrada, junto a la conserjería. Allí, el personal sanitario atendía a las derivaciones, dejando a los más graves en la sala de observación, antiguo salón de actos; mandando a los que requiriesen alguna cura a los antiguos laboratorios de Química; "ingresando" al resto de necesitados en las aulas de cada planta del edificio. La biblioteca y las dos aulas contiguas eran la improvisada zona de atención ginecológica y maternidad. Aún en medio del horror, se producían partos, el milagro de la vida y la esperanza abriéndose paso en cada llanto de neonato, cuyas cunas estaban hechas de libros, con colchones y sábanas de papel.

El gimnasio se convirtió en una ludoteca-guardería, donde los niños y niñas podían seguir jugando y riendo gracias a las múltiples actividades organizadas por personas voluntarias que procuraban crear un espacio de paz, al margen de la ira y odio de los adultos. Incluso siguieron cultivando el huerto escolar, una vez limpio de cascotes y metralla. La naturaleza brotaba en los arriates y seguía su curso ininteligible, el misterio insondable del renacer.

Los pasillos estaban atestados, ya no de familiares o enfermos, sino de refugiados que ansiaban dormir bajo techo y sentirse protegidos de tanta desolación y tanta barbarie. Alguien leía en el departamento de Filosofía "homo homini lupus est" y reflexionaba sobre el estado natural del ser humano y las atrocidades que puede llegar a cometer. Muchos se acercaban al aula de Música a escuchar a una pseudo-orquesta, formada por unos chavales que entretenían al personal, tocando los instrumentos aún no destrozados, a los que arrancaban melodías que atenuaban la soledad y animaban el alma.

En el departamento de Lengua y Literatura, dos profesores recitaban los poemas "Tristes guerras", de Miguel Hernández y "Nocturno", de Alberti. Se leían palabras repletas de verdad en versos de poetas que habían sufrido la guerra en sus carnes. También montaron un teatrillo de títeres y marionetas, emulando a las antiguas Misiones Pedagógicas que sólo pretendían enseñar deleitando, así como borrar las lágrimas con un poco de diversión.

El nuevo centro sanitario-educativo conformaba un espacio diferente, una nueva sociedad donde convivían tizas y vendas, medicamentos y partituras, mercromina y típex. Una médica que descansaba tras reducir una fractura y escayolarla, se detuvo ante el aula de Plástica para contemplar una reproducción del Guernica, de Picasso. Ahora también el futuro se veía en blanco y negro, la pátina del "horror a manos llenas". Se acercó a unos botes de pintura, cogió unos pinceles y empezó a darle color a algunas figuras. Unas niñas que correteaban cerca, la vieron y la imitaron pintando con los dedos. De repente, el miedo se transformó en quietud y la belleza se hizo un hueco.

Todas las guerras son injustas e inmorales, en nombre de un dios u otro o bien por un cacho de tierra. Religión y nacionalismo exacerbados, la vieja cantinela de siempre. Víctimas inocentes, terror y desolación. Envidia, afán de poder y orgullo. Odio, rencor y sufrimiento. ¿Solución? No sé, sólo escribo, quizás la palabra…

NO A LAS GUERRAS.