¿En qué momento está un docente amortizado?
No sé si es en el momento en el que ya sólo trabaja por pura y dura dignidad, es decir, por mera profesionalidad, o en el momento que trabaja con total indignación. Últimamente, se leen noticias de docentes que "dimiten", que dejan su trabajo por estrés psicológico o por desesperación ante lo incomprensible por ilógico, resignados a su suerte e impotentes. Son docentes que están hartos de actualizarse y de reinventarse, cansados de remar para capear distintos vendavales legislativos (lomloeano, lomceano, loeano y otros), tocados y casi hundidos. Los biempensantes argüirán que no es para tanto, que quizás sólo sea otro eco del fenómeno de la "Gran dimisión" o consecuencia del síndrome de "burnout", que seguramente sólo afectará a unos cuántos, una minoría a cada rato más inmensa.
Cualquier docente crítico intenta enseñar y generar aprendizaje, no simular que enseña, aparentando no enseñar, obligado a maquillar los resultados para no verse envuelto en una vorágine burocrática acreditativa de su acción pedagógica. Un docente que no dice sí a todo es considerado un negacionista del nuevo paradigma buenista, cuyo mantra consiste en aprobar generando evaluaciones positivas indiscriminadamente, para cuadrar las cuentas y justificar así el gasto, independientemente de que el alumnado haya aprendido o sepa algo.
Muchos docentes siguen enseñando mucho, al máximo nivel, pero con la boca chica, a hurtadillas, casi en la clandestinidad, en los márgenes de la norma, al margen de lo establecido, lejos de soflamas propagandísticas y del proselitismo reinante, apóstatas de la nueva fe. Son docentes purasangre, cuyo hábitat es el aula, cerca de su alumnado, implicándose en su aprendizaje, preocupándose por su crecimiento personal y su formación académica, compartiendo su experiencia y su saber.
Algunos docentes críticos y apóstatas viven estigmatizados y desorientados, víctimas propiciatorias en sus propios centros: unos, perdidos hace tiempo, otros, echándose a perder. Todos ellos minusvalorados e infrautilizados por haberse resistido a la manipulación y al maniqueísmo administrativo del "o conmigo o contra mí". Reniegan de la nueva doctrina de moda, rezuman sensatez y ambicionan un sistema menos cortoplacista y más razonable, producto de leyes consensuadas y estables en el tiempo. Son docentes impenitentes, que no claudican, que se resisten a capitular ante el nuevo dogma o entregarse sin condiciones, que no comulgan por dignidad y respeto a sí mismos.
Un docente apóstata no es un desertor de la tiza, sino un docente sincero y honesto que decide retirarse pacíficamente, motu proprio, para no traicionar a nadie ni traicionarse. Eso sí, aún sigue siendo, en cuerpo y alma, un DOCENTE, con letras mayúsculas, alguien que no transige con la cambiante legislación, enemigo acérrimo de la sinrazón y que no acata ciertas imposiciones. Es un rebelde con causa y más que un apóstata, es un apóstol de la verdad que evangeliza a gritos en nombre de la verdadera Educación en mitad del desierto, con la cruz a cuestas, rodeado de fariseos y meapilas. Su sacrificio no será en vano, pues la verdad le hará libre…y quizás el tiempo le dé la razón y si no, tiempo al tiempo.