El senderista loco

Miguel Ángel Cañada

El Empedraillo: camino o máquina del tiempo

Si no conoces ni te suena esto de «El empedraillo», te voy a contar una historia

 El Empedraillo: camino o máquina del tiempo

"El empedraillo.

Miranda del Rey es una pequeña localidad de Santa Elena, en la entrada al Parque Natural de Despeñaperros. Existen aquí varias rutas de senderismo, pero hoy toca hablar de una llamada «El empedraillo».

     Si no conoces ni te suena esto de «El empedraillo», te voy a contar una historia. Ten cuidado y no te confundas. Esta puede ser real, ficticia e incluso onírica, pero desde luego este trozo de camino existe como una máquina del tiempo.



     El Senderista Loco deambulaba por un camino de tierra acompañado de grandes amigos como son los alcornoques, desnudos de medio cuerpo hacia abajo, cuya corteza es requerida para el corcho. Otros, como la encina, el pino piñonero y el enebro, también le daban cobijo bajo sus sombras.

     Hay un momento en que sus amigos los árboles le susurran entre sus ramas que se desvíe por un momento; le han preparado un viaje en el tiempo.

     Así fue. Cambió sus pasos hacia aquel lugar y, como en un sueño, se deslizó de un camino terroso y polvoriento a una calzada empedrada con un tramo casi perfecto, tanto en forma como en pavimento.

     De pronto, una densa niebla se dejó caer como un tupido velo. El gris se apoderó del paisaje y entre las sombras pudo ver un carruaje tirado por dos caballos que venían hacia él a toda velocidad. Nuestro Senderista tuvo que dar un salto hacia un lado de esta calzada. No salía de su asombro al ver que, aparte del cochero, dentro había dos personas con trajes de otra época, aunque no pudo discernir cuál. Intentó serenarse, pero al instante escuchó ruido como de cadenas y un murmullo de gente, después gritos. Asustado nuestro loco, quedó quieto y expectante hasta que las sombras ruidosas tomaron forma y pudo ver el siniestro espectáculo. Tres alguaciles a caballo con unas armas que parecían arcabuces del siglo XVI o XVII.

     El ruido de cadenas provenía de quince hombres en fila amarrados a grilletes en pies y manos, unidos todos por una ristra de eslabones de metal.  

     —Pobres hombres —pensó aturdido por esta cruel aparición. ¿O era realidad?

     En ese momento tomó conciencia de que estaba viviendo algo que no era de su época. Parecía que el camino empedrado le sumergió en un viaje, tal vez en otra dimensión.

     Pensó que esos hombres serían galeotes que se dirigirían a la costa para embarcar en algún puerto y cumplir condena, como aquellos que encontró don Quijote y su escudero Sancho Panza allá por los caminos de la Mancha. 

     Solo unos pasos más hacia arriba, tropezó nuestro mochilero y cayó junto a unas jaras pringosas, de flores arrugadas como el papel y con ese olor característico del ládano tan utilizado en perfumería. Entre el olor y lo pegajoso de esta planta, vio con asombro que pasaba una centuria romana, todos a pie, excepto el centurión montado en un caballo alto y esbelto.

     Una visión casi imposible, un retroceso de siglos. Él sabía que en un principio esta vía se creía una calzada romana, aunque los historiadores y arqueólogos demostraron que era medieval.

     Ahora bien. Observaba cómo marchaban con su típica armadura, sandalias, casco y sus armas: bien la lanza o la gladius, su famosa arma corta. Hablaban un latín incomprensible para nuestro senderista, él, que había estudiado sus declinaciones y traducido en su época de estudiante a Julio César y sus crónicas sobre Hispania. Pensó que el deterioro de la lengua, entre otras cosas, sería por el mestizaje de estos legionarios.

     Seguía atolondrado cuando de repente desapareció aquella bruma tétrica y plomiza. La luz se deslizó acoplándose entre las ramas de un bosque típicamente mediterráneo. Confuso, levantó la vista y, ante sus ojos, tenía a cuatro personas mirándole con gestos de preocupación y preguntándole por su estado.

     —Estaba usted en el suelo a un lado del camino —dijo uno de los excursionistas.

     —Parece ser que su mochila le ha apaciguado el golpe —comentó una chica.

     —Yo lo conozco. Este tío es El Senderista Loco —aseguró un tercero.

     Le ayudaron a levantarse y se ofrecieron para acompañarle hasta el coche. Pero, aunque afligido y con la seguridad de haber vuelto a la realidad, prefirió seguir el resto de la ruta con ellos. Incluso les enseñó un par de rincones menos conocidos de la zona; eso tiene encontrase con El Senderista Loco.

     Si alguna vez queréis viajar en el tiempo, «El empedraillo» os espera, siempre que vuestra imaginación tenga encendidas aquellas luces de la niñez.

     Nos vemos por las sendas de Jaén. No te pierdas…O sí.