Escribía don Antonio Machado en uno de sus poemas:
“Sol en los montes de Baza,
Mágina y su nube negra.
En el Aznaitín afila
su cuchillo la tormenta.”
Allí, precisamente donde la tormenta afila su cuchillo, es donde deseo situaros en estas líneas. No sé si fue casualidad o lucidez poética que el maestro Machado eligiera aquella montaña cuya toponimia, según algunos, proviene del dios íbero Natín —señor del trueno y del fuego—. Tal vez fue el influjo que ejerció sobre él esa imponente mole que acompañaba sus paseos por Baeza.
Es curioso que, aún hoy, los habitantes de estas sierras llamen a esa cumbre simplemente Natín, dejando atrás el prefijo árabe “az”, equivalente a nuestro “el”, y devolviéndole así su esencia íbera. Desde el principio, ya el lenguaje nos envuelve en su juego de raíces y resonancias.
Abundan los dichos populares sobre esta montaña. Se dice que es “quien manda el arcoíris a recoger agua al río para preñar las nubes de lluvia” o que “arrastrando por el cielo carretones cargados de piedras, provoca tormentas y truenos”. Y se advierte que, “cuando hay tronada, conviene estar alerta: donde cae una centella puede hallarse la Piedra del Rayo, capaz de librar para siempre del fuego del cielo”.
Mágina y sus sierras no solo han sido tocadas por los dioses. Cuentan que, en el Aznaitín, también habitan seres mitológicos, mágicos, ancestrales.
Esta montaña cuenta con tres picos, aunque el más alto —y codiciado por senderistas y montañeros— es aquel donde se alza el punto geodésico, a 1745 metros de altitud. Alcanzar su cima implica ya internarse en las regiones de la media y alta montaña.
Desde lo alto, la mirada se hunde en el horizonte de Jaén. ¿Cómo no sucumbir al hechizo de tan excelsa atalaya? Desde allí, en días claros, se alcanza a divisar el Cerro del Cabezo, santuario de romería donde mora la Reina de Sierra Morena. Se distingue también Jabalcuz, que al igual que Aznaitín, luce la montera antes de la lluvia. Los Cerros de Úbeda, aplanados por la perspectiva, miran frente a frente, enamorados, hacia Baeza.
Este monte es también refugio de historias. Sus cuevas, como la de las Grajas en Jimena, albergan bellos lienzos naturales en piedra llamados arte rupestre: figuras zoomorfas y antropomorfas, testimonio de nuestra expresión más arcaica. Allí donde la piedra habla, resuena el eco de antiguos rituales.
Pero no todo es historia escrita en roca. Habitan también duendes —los llamados minguillos—, enanos traviesos cuyas fechorías aún sobreviven en el imaginario de los lugareños. Y si de leyendas se trata, no falta la del tesoro oculto en la Cueva del Tío Malverano, cuya clave, transmitida de boca en boca, reza: “Frente a la cabeza del toro está el tesoro”.
Quizás en uno de tantos paseos me quedé dormido, o soñé, o tal vez tropecé y el golpe me abrió una puerta insospechada. Al anochecer vi una criatura extraña, tan extraña que dudé si seguía en Mágina o había sido transportado a las montañas de Pelión, en la mitológica Tesalia. La visión era clara: torso, brazos y cabeza de hombre; cuerpo y patas de caballo. Me dijeron después que los llaman Juancaballos.
Recordé entonces El jinete polaco, de nuestro ilustre Antonio Muñoz Molina. No es coincidencia que en su geografía literaria Mágina represente a Úbeda. Allí escribe:
“…En la Sierra vivían unas criaturas mitad hombre y mitad caballo que eran feroces y misántropas, y que en los inviernos de mucha nieve bajaban al valle del Guadalquivir exasperadas por el hambre, y no solo pisaban con sus cascos equinos las coliflores y las lechugas de las huertas, sino que llegaban al extremo de comer carne humana. La prueba de que los juancaballos existían, aparte del relato de algunos hombres aterrados que sobrevivieron a su ataque, estaba labrada en piedra, en la fachada de la iglesia del Salvador…”
No sabría decir si todo esto es verdad o leyenda. Pero os aseguro que Aznaitín no se recorre solo con los pies, sino también con la imaginación.
Mi conclusión es que la montaña no se sube: se descubre. Hacer senderismo no es solo caminar o escalar. Es aprender historia, botánica, geología. Es adentrarse en lo invisible. Es sumergirse en la poesía.
Por eso, me acojo al Aznaitín como símbolo. Y con poesía termino, como empecé, con don Antonio Machado, en su poema “Apuntes”:
“Desde mi ventana
¡Campo de Baeza,
a la luna clara!
¡Montes de Cazorla,
Aznaitín y Mágina!”
Nos vemos por las sendas de Jaén. No te pierdas… o piérdete, y encuentra aquello que no sabías que buscabas: historias, leyendas y poesía.