Un paso tras otro; eso es lo que espera la senda. Observar la flor que, escondida entre dos piedras, anhela ser descubierta, como un suspiro que escapa al silencio. Alzar la mirada hacia el cielo y sentir el saludo de un águila real asaltando fronteras, transitando en levedad sobre nuestras cabezas, con las alas abiertas, mostrando su libertad.
Nuestro punto de partida toca los límites de esas fronteras estúpidas, casi imaginarias, entre administraciones: os hablo de las provincias de Jaén y Albacete. Miller es una aldea con un don. Dicen que, de sus entrañas, preñadas de agua, unos veinte manantiales, entre chorros, fuentes y acequias, danza la vida y este loco del sendero da fe de ello. Fueron listos sus antepasados, pues desde tiempos inmemoriales supieron descubrir y asentarse en ese paraíso.
Llegar hasta el lugar del que hoy os hablo está a mitad de camino del tramo de ruta que aquel día trazamos. Salir de aquella aldea, con castillo árabe incluido, atravesar uno de los valles más hermosos de este relieve, para llegar a otro llamado La Toba. Imaginad de dónde viene su nombre, pues otra vez los manantiales juegan con las rocas, y en un recreo ancestral de alquimia nacen esculturas naturales a su libre albedrío.
El Puntal de los Canteros forma parte de una serie de estribaciones que surgen como grandes miradores en la línea montañosa. Se levanta sobre el valle de un joven río Segura que, tras quebrarse por el gran cañón que lleva su nombre (Cañón del río Segura), se apacigua una vez llegado al valle. Allí se alimenta del río Madera y se detiene de forma artificial, apaciblemente, en el embalse que, por la belleza de sus aguas con un color turquesa intenso, podría denominarse uno de los más bellos de España. Se trata del pantano de Anchuricas.
Eso ocurre en un lugar remoto de la provincia de Jaén, en la llamada Sierra de Segura, en su zona más profunda, allá donde se esconde el reloj oculto de la historia. Un escenario donde el Libro de la Montería de Alfonso XI, en el siglo XIV, decía que era propicio para la caza del oso en verano, por la abundante densidad de ejemplares que habitaban por aquella zona.
Son varios los promontorios que encontraremos en nuestro itinerario: Puntal de la Escalera, de las Pilillas, Puntalón… Cada elevación, un mirador. Pero cuando se llega al de los Canteros, con esa magnífica visión alpina de un paisaje que engaña a los ojos del visitante, nos sitúa en un norte incierto, estando en el sur de la aridez de esta Europa en la que vivimos, en el sureste de España. Todo como un espejismo, os lo aseguro.
Recuerdo, en plena pandemia, que Jesús Calleja, el de la tele, en uno de sus programas, visitó en bicicleta este enclave y, como todos los que accedemos hasta allí, quedó petrificado, casi formando parte del paisaje al admirar aquella gran cicatriz ancestral donde el Segura transita por sus entrañas, y donde descansa en el embalse, dejando en su inmensidad el encanto del color esperanza entre sus aguas. Luego, más adelante, le espera otro caudal, con el anhelo de injertarse en el Segura y hacerlo más grande, llamándose aquel impresionante lugar Las Juntas. Aquí encontramos el Zumeta. Desde
allí despedirá a nuestra provincia y seguirá su camino por Albacete, Murcia y Alicante, hasta morir, o tal vez, por el ciclo al renacer en el mar Mediterráneo.
El Puntal de los Canteros, paraje estrella de mi relato, lo comparo con una montaña pequeña que decidió ser independiente para asomarse al valle con orgullo. Para nosotros, los moradores en tierra, es uno de los mejores miradores naturales donde veremos la belleza plasmada en lo más profundo de la Sierra de Segura.
Otro día os hablaré de otro altozano, otra forma de ver el mismo lugar, pero desde la perspectiva enfrentada al que hoy nos referimos. Se llama el Puntal de la Misa, pero esa será otra historia que, cualquier día de estos, contaré.
Nos vemos por las sendas de Jaén. No te pierdas… o piérdete, y encuentra lo que no sabías que buscabas.