El senderista loco

Miguel Ángel Cañada

La Peña del Palo

La Sierra Sur, ajena a los cuatro parques naturales de Jaén, sigue siendo un secreto bien guardado

 La Peña del Palo

La Peña del Palo.

Son muchos los que me han pedido que les muestre alguno de mis rincones favoritos de la Sierra Sur de Jaén. Y cuando quiero sorprenderlos, elijo siempre el mismo destino: la imponente Peña del Palo. No hay fallo, allí siempre triunfo.

Desde niño, cuando mi padre nos llevaba al recién construido pantano del Quiebrajano, nos asomábamos a esas esmeraldas aguas, espejo de un cielo errante, donde las nubes danzaban reflejadas en su superficie. A veces, el viento, travieso pintor, trazaba garabatos en la corriente, y otras, las aguas ondulaban con el lento respiro de la sierra.

Al fondo, a la izquierda, emerge una roca colosal, erguida y separada de la montaña, como una rama desgarrada de la tierra. Es la Peña del Palo, o "Peña Palo", como la llamamos los que hemos hecho del camino y la mochila un estilo de vida.



Un día, ya adolescente, mis amigos y yo decidimos desafiar aquella mole de piedra por primera vez. Aquellas primeras excursiones eran una verdadera odisea montañera, pues, siendo menores de edad y sin carnet de conducir, dependíamos de otros medios para alcanzar nuestro destino.

¡Cuántas veces tomamos aquel autobús al Puente de la Sierra! El que partía desde el barrio de la Alcantarilla y, sobre todo en verano, se llenaba de gente ansiosa por refrescarse en las aguas del río. Desde allí, seguíamos a pie por la carretera del Pantano, que también llevaba a la Cañada de las Hazadillas, donde hacíamos nuestra primera noche. Al amanecer, proseguíamos hasta la Peña Palo, cruzando Campo Bajo y los Cortijuelos.

Recuerdo la sensación de pequeñez al estar subidos en aquellos tajos inmensos, diminutos puntos observadores de un paisaje colosal. Frente a nosotros, la imponente Peña del Palo, separada por un débil istmo, como un puente entre dos mundos de roca. A nuestra izquierda, el Valle del Valdearazo, cuyo río se entrega al pantano para renacer con el nombre de Quiebrajano.

Si miramos hacia abajo, la erosión ha cincelado formas caprichosas en la roca, creando un ajedrez petrificado donde destaca, con inconfundible perfil, un caballo digno de un tablero monumental. Y si volvemos la vista hacia la derecha, podríamos creer que nos encontramos en un fiordo noruego, pues el agua del pantano se abre camino entre colinas, zigzagueando en una lengua de azul profundo que se ensancha hasta alcanzar el dique.

Las anécdotas en este lugar son incontables. Como aquella vez en que guardé con esmero la última lata de cerveza El Alcázar para disfrutarla en la cima, o cuando llevé hasta aquí a un grupo de mochileros mallorquines, curtidos en travesías por todo el mundo, que quedaron boquiabiertos ante semejante belleza.

Podría seguir contando historias, pues son innumerables las veces que he visitado la Peña del Palo. Siempre llevo a nuevos amigos, siempre la misma reacción: asombro y silencio, el tributo natural a tanta grandiosidad.

La Sierra Sur, ajena a los cuatro parques naturales de Jaén, sigue siendo un secreto bien guardado. Tal vez eso la mantenga más salvaje, aunque también la deja expuesta a otros depredadores: los despropósitos humanos y su insaciable afán de transformar lo que debería permanecer intacto.

¿Volver a Peña Palo? Seguro que sí. Cualquier día, con esa gente que, como yo, ama la naturaleza sin prisas, sin ansias de competir, sólo con el paisaje, el viento, el desnivel y el propio sentido común ante lo desconocido.

Si observas la fotografía que acompaña este artículo, verás dos puntitos: uno rojo y otro azul. Son dos de mis acompañantes. Así podrás hacerte una idea de la inmensidad del paisaje.

Nos vemos por las sendas de Jaén. No te pierdas... o piérdete, y encuentra lo que no sabías que buscabas.