Cuando me senté a escribir este artículo, busqué una palabra que definiera el topónimo de este lugar, y muchas acudieron a mi mente: idóneo, adecuado, ideal... Pero no bastaban. Entonces recordé unos versos de nuestra poeta Carmen Camacho:
"El amor es siempre sinónimo
De otra cosa
pero
siempre
sinónimo."
Miramundos no necesita más. Se define por sí solo, aunque siempre sea sinónimo de algo más grande, de algo que solo puede vivirse al alcanzarlo.
Estoy en lo alto de una cima que invita a soñar. Su nombre, por sí solo, evoca un paisaje que cualquier alma sensible imaginaría sublime. La vista, infinita, se desborda tratando de abarcar todos los “horizontes” que se despliegan alrededor, como si fueran pinceladas de un cuadro inmenso. Dicen que desde aquí se divisan varias provincias. El aroma a tomillo y romero abraza los sentidos, el tacto helado de la nieve en invierno revive el alma, el sonido del viento y las rapaces que surcan los cielos acaricia los oídos, y el sabor de un simple bocadillo se convierte en un banquete único.
La cumbre del Miramundos, con sus majestuosos 2.077 metros, se alza en el Parque Natural de Sierra Mágina, a un suspiro del techo de la provincia, el pico Mágina (2.167 metros).
Pero no imagines su cima como una arista abrupta e inaccesible. No. Miramundos, como su nombre, acoge. Ofrece una mesetilla donde reposar, un lugar donde el cielo parece haberse inclinado para abrazarte. Allí, un refugio espera, como un guardián silencioso de los sueños de quienes se atreven a llegar.
¡Ah, pasar la noche allí! Poder susurrarle a la luna sin levantar la voz, sentir la cercanía de las estrellas que titilan como promesas de historias aún no contadas. Aquí, el sol madruga más y su despedida se demora, regalando un espectáculo de luces que parecen detener el tiempo. O tal vez es el frío quien lo detiene, o el tiempo quien se rinde ante la inmensidad del frío.
El camino hasta aquí tiene varios nombres, cada uno tan evocador como su paisaje: la Cañada de las Cruces, el Caño del Aguadero y, el más desafiante y hermoso, el Gargantón. En este último, las Chimeneas de las Hadas se alzan como guardianas de piedra, grandes y alargadas, casi mágicas, como si fueran esculturas modeladas por la mano caprichosa de la naturaleza.
En Huelma, un fantástico Club de Montañeros lleva el nombre de Miramundos. Además de preservar el refugio, cuidan un tesoro especial: el libro de firmas. Año tras año, montañeros dejan allí sus pensamientos, emociones y garabatos, escritos con la tinta del asombro y la gratitud.
¿Y si grandes poetas hubieran escrito en su cima? ¿Imagináis a Lorca meciendo la luna con sus nanas? ¿A Machado pintando con palabras estos paisajes eternos? ¿A Miguel Hernández dándole voz a los silencios que se respiran aquí? Luis Cernuda, buscando su reflejo en la soledad del abismo, y Quevedo, con su ironía, contemplando la vida desde esta altura. Rosalía de Castro podría haber cantado a los vientos, y Gloria Fuertes habría desmontado el sinsentido de la tristeza en un lugar tan cercano al paraíso.
He subido muchas veces a esta cima, y cada vez es como la primera. Mi ruta favorita es desde la Cañada de las Cruces, donde el esfuerzo inicial deja paso a un ascenso amable, que invita también a explorar las otras cimas de esta mole majestuosa: el pico Mágina, el techo de Jaén, y la Peña de Jaén, con su imponente perspectiva.
Aquí, en el corazón de la montaña, la cabra montés aparece curiosa, observando a esos locos que desafían su mundo por amor a la aventura. El águila real nos mira con recelo, y el quebrantahuesos, silencioso, juega con el viento, testigos todos de un rincón donde la naturaleza reina soberana.
Miramundos: una cima montañera, un paisaje de ensueño, un refugio del alma, un poema tallado en la piedra y el cielo.
Nos vemos por las sendas de Jaén. No te pierdas... o piérdete, y encuentra lo que no sabías que buscabas.