Estilo olivar

Juan José Almagro

Edanismo y edad provecta

Estando en los setenta, lo que me ocupa y, en alguna medida, preocupa es esta cosa tan de moda llamada edadismo

“A semejanza de muchos viejos grafómanos, en mí lo difícil no es pensar, sino cesar de pensar. Lo que no obsta para que lo pensado carezca de valor cotizable en el mercado literario, filosófico o científico” escribió el Premio Nobel de Medicina, Santiago Ramón y Cajal, en un delicioso libro escrito poco antes de su muerte, en 1934 (El mundo visto a los ochenta años), del que conservo, como oro en paño, una edición de 1941 en la que don Santiago pasa revista “a las decadencias inevitables de los ancianos, singularmente de los octogenarios, agravadas por achaques o enfermedades eventuales.”

Estando en los setenta, lo que me ocupa y, en alguna medida, preocupa es esta cosa tan de moda llamada edadismo que, según el reciente Informe Mundial sobre el asunto -patrocinado por Naciones Unidas y la OMS- se refiere “a los estereotipos (cómo pensamos), los prejuicios (cómo nos sentimos) y la discriminación (cómo actuamos) hacia las personas en función de su edad. Puede ser institucional, interpersonal o autoafligido.” El citado informe recoge que el edadismo institucional se refiere a las leyes, reglas, normas sociales, políticas y prácticas de las instituciones que restringen injustamente las oportunidades y perjudican sistemáticamente a las personas en razón de su edad. El edadismo interpersonal surge en las interacciones entre dos o más personas, mientras que el edadismo autoinfligido se produce cuando se interioriza el edadismo y se vuelve contra uno mismo. A nivel mundial, una de cada dos personas son edadistas contra las personas mayores. En Europa, única región de la que se disponen datos, como dice el repetido informe, una persona de cada tres afirma haber sido objeto de edadismo. Y como estrategias para reducir el edadismo, el texto nos dice que se ha demostrado la eficacia de tres actuaciones: la política y la legislación, las actividades educativas (en todos los niveles) y las actividades de contacto intergeneracional que tengan por objeto fomentar la interacción entre personas de distintas generaciones. En fin, santa palabra.

Gozo (y compartir el gozo nunca es una ofensa) de una provecta edad, pero poco tengo que decir de la vejez porque, estoy con Machado (Juan de Mairena), “no creo haberla alcanzado todavía. Noto, sin embargo que mi cuerpo se va poniendo en ridículo; y esto es la vejez para la mayoría de los hombres. Os confieso que no me hace maldita la gracia.” A mi tampoco, pero el problema de la vejez se inicia para nosotros, como todos los problemas, cuando nos preguntamos si la vejez existe. Entendámonos, dice don Antonio, “si la vejez existe con independencia del reúma, la arterioesclerosis y otros achaques más o menos aparentes, que contribuyen al deterioro progresivo de nuestro organismo.”



“Envejecer no es deteriorarse” recuerda Aminta Ruiz, de 85 años, que imparte clases de pintura, dibujo y bordado en el Programa de personas mayores de la Fundación La Caixa, según explica en El País: “Es la manera de apoderarme del mundo y que el mundo no se apodere de mi.” El mundo, en este caso del trabajo, si parece haberse apoderado, conscientemente, del edadismo más feroz: En España hay unas 850.000 personas en paro de más de cincuenta años. Pareciera que a mayor edad menos competencias y, en la práctica, esto se traduce, según un estudio de la Fundación ISEAK, en que un parado de 49 años tiene que enviar el doble de currículos que otro de 35 para conseguir una entrevista de trabajo, según se recoge en un editorial del periódico de PRISA.

La escritora y periodista Rosa Montero nos contó en un artículo un hermoso sucedido: “En las Navidades de 1928, Marie Curie le mandó una carta a su hija Irene para felcitarle las fiestas. Y escribió: Os deseo un años de salud, de satisfacciones de buen trabajo, un año durante el cual tengáis cada día el gusto de vivir, sin esperar que los días hayan tenido que pasar para encontrar su satisfacción y sin tener necesidad de poner esperanzas de felicidad en los días que hayan de venir. Cuanto más se envejece, más se siente que saber gozar del presente es un don precioso, comparable a un estado de gracia.” Si así lo hacemos se cumplirá, sin edadismo que valga, aquella vieja máxima que Virgilio escribió en la Eneida: “Jam senior, sed cruda deo viridisque senectus”, estaba mayor, pero su vejez era lozana como la de un dios.