Tengo, tenemos la impresión muchos de los que nos dedicamos a analizar la vida empresarial/institucional (la vida en general) y sus circunstancias, y a contarlas por escrito, que desde hace tiempo los temas de Responsabilidad Social y Sostenibilidad (ahora las consultoras han impuesto que se hable también de criterios ESG) y los relacionados con la Agenda 2030 y los ODS parece que han perdido fuelle. Los Objetivos del Desarrollo Sostenible, que llegaron como una epifanía, se han convertido en ‘commodities’, es decir, en productos para los que existe una demanda creciente en el mercado y se comercian/comercializan sin diferenciación cualitativa en operaciones de compra y venta. Ahora se habla -también desde hace pocos años y con criterios anglosajones- de empresas con propósito, que no se sabe que son exactamente, aunque suena bien; como suena bien y brillan las llamadas empresas “B corp”, nacidas en USA, que se presentan como el modelo de empresa sostenible y regenerativa más avanzado del mundo. Todo este entramado es una especia de magma que cada quien interpreta a su modo y manera. Como antes, la constante exhibición en el pecho de los gobernantes del colorido pin de los ODS es solo eso, una exhibición, una apariencia, un trampantojo, una trampa/ilusión óptica con la que se engaña a una persona (o a millones de ellas) haciéndole creer que ve algo distinto a lo que en realidad ve. Alguna vez servidor también luce su pin en la solapa, pero soy consciente de que, casi ocho años después, estamos donde estábamos en 2015. Ya solo nos quedan poco más de siete años para incumplir, con todas sus consecuencias, los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Por muchos gobiernos que elijamos, sea cual fuere su signo político, la cosa no marcha. Y ya veremos que ocurre después de las inesperadas elecciones del 23 de julio. Habrá que esperar sentados, pero uno se ha cansado de decir -con escaso éxito- que las cosas importantes no pueden dejarse solo en manos de los políticos, por mucho que el poder transformador de mejorar nuestras vidas esté, en buena parte, en sus manos. Esto es cosa de todos, y me acuerdo de Saramago…
Hace más de veinte años José Saramago fue invitado a participar en un Congreso sobre Nuevas Tecnologías que se celebró en Granada. Finalmente, como por compromisos anteriores no pudo asistir, el Nobel de Literatura tuvo la deferencia de enviar a la organización un regalo: un breve cuento, con cinco párrafos, hermoso e inacabado, para que los internautas pudieran darle el final que cada uno quisiera. Lo tituló “Un azul para Marte” y en él se relata un sueño en primera persona: un supuesto viaje a Marte (un planeta sin guerras) que Saramago utiliza para hacernos reflexionar sobre nuestra vida en el planeta Tierra.
Sabiendo lo que nos espera a los sufridos ciudadanos hasta que se celebren las elecciones este verano y, después, se constituyan las Cámaras y un gobierno estable y decente (es lo único que siempre pido), creo que el cuento de Saramago nos ofrece la posibilidad de compararnos con nuestros “vecinos” marcianos y, siempre, de practicar la reflexión que, si es sincera, acrecienta las fuerzas de nuestro espíritu y nos hace mejores:
“En Marte, por ejemplo, cada marciano es responsable de todos los marcianos. No estoy seguro de haber entendido bien qué quiere decir esto, pero mientras estuve allí (y fueron diez años, repito) nunca vi que un marciano se encogiera de hombros. He de aclarar que los marcianos no tienen hombros, pero seguro que el lector me entiende…”