Estilo olivar

Juan José Almagro

No por mucho madrugar...

Los argumentos políticos deben empezar con una valoración de nuestra relación no solo con los sueños de un futuro mejor, sino con los logros del pasado

Lo sé, “…amanece más temprano.” El refrán nos enseña que no hay que apresurarse en la toma de decisiones, entre otras cosas, porque es imposible adelantarse al tiempo. Lo he dicho muchas veces: confundimos progreso con velocidad, buscamos atajos y así nos va. Estamos viviendo como si no hubiere un mañana, como si todo debiera solucionarse con un chasquido de dedos, como si nada/nadie pudiera esperar, como si una montaña rusa (la atracción, no el comportamiento del sátrapa Putin) fuera la única carretera por la que debemos transitar. Estamos pecando no de imprudentes sino, digo bien, de prudentes. La prudencia es la capacidad de anticiparnos, prospectivamente, para tomar decisiones despues, en el momento oportuno y adecuado. Y, además, seguimos siendo demasiado orgullosos. La pandemia y las crisis nos han enseñado muchas cosas pero, sabiendo que tenemos necesidad de ser humildes (la naturaleza nos lo recuerda cada día), seguimos siendo muy chulos porque nos creemos los dueños absolutos del Universo y no aprendemos nada.

Tenemos que atemperarnos, templar ánimos y, por ejemplo, leer. Sugiero dos libros que en esta perenne época electoral vienen al caso: Tony Judt, a quien respete siempre y ahora mucho más, escribió “Algo va mal”, su última obra, publicada en España en septiembre de 2010, un mes después de que el escritor falleciese en Nueva York, dando ejemplo de enorme dignidad frente a la enfermedad. Antonio Muñoz Molina publicó en febrero de 2013 “Todo lo que era sólido”, un ensayo que merece ser libro de cabecera. Las dos obras fueron escritas antes de la pandemia y cuando todavía no habíamos superado la gran crisis económica qué se inició en 2007 -de la que aprendimos nada- y son, a mi juicio, sendos y extraordinarios manifiestos cívicos, aldabonazos en nuestra conciencia, declaraciones de principios que vindican lo público -el común- y la necesaria exigencia de compromiso y de responsabilidad que nos compete como ciudadanos libres, y que en justicia deberíamos exigir, inexcusablemente, a nuestros gobernantes.

Pero, mire usted por donde, después de tantos batacazos nos hemos dado cuenta de que los políticos ya no venden ilusiones, entre otras razones porque ellos mismos las han perdido y, precisamente por eso, ante unas elecciones generales, a mi juicio, hay que reivindicar algunos principios. Por ejemplo, como no son tantos, fijar él o los objetivos comunes y, si los hay (aunque solo sea uno), la estrategia para alcanzarlo también debe ser común; al fin y al cabo la estatregia es una respuesta global e inteligente para lograr un objetivo. Si la estrategia no es global, será una táctica y, por tanto, parcial; si no es inteligente, sería una estupidez, y no esté el horno, ni nosotros, para bollos.

Además, todos los argumentos políticos deben empezar con una valoración de nuestra relación no solo con los sueños de un futuro mejor, sino con los logros del pasado: los nuestros y los de quienes nos precedieron. Y la izquierda, escribió Judt, “ha sido insensible a esta necesidad durante demasiado tiempo”. Yo creo que la izquierda, la derecha y hasta el “sursum corda”. Ahora ya no se estila presentar programas que puedan debatirse; los partidos y candidatos no establecen compromisos serios; solo hacen promesas que se incumplen reiteradamente y que no sirven para nada. El engaño, las afirmaciones falsas, las medias verdades no han periclitado; al contrario, están de moda, pero los honrados ciudadanos ya no se creen nada de nada y, eso si, en campaña electoral, antes y después, la polarización nos seguirá corroyendo, nos hartaremos de escuchar insultos, descalificaciones, provocaciones, chulerías y muchas, demasiadas tonterías. Servidor, la verdad, ya está sobrepasado.

Digo yo que habría que trabajar de consuno, hombro con hombro, escuchando, dialogando, consensuando e informando a los ciudadanos y votantes, como adultos que somos, desde la transparencia, el compromiso y la verdad. Todos deben, debemos, participar en una estrategia de reconstrucción porque todos somos responsables y deudores de esa tarea. Más responsable que nadie -quien tiene el poder, tiene la responsabilidad- el Gobierno y todos los partidos, que están obligados a liderar el proceso, y si no lo hacen las urnas se lo demandarán. No estamos para tonterías.