La bisagra

Raúl Beltrán

Jaencianismo

El nacionalismo, venga de donde venga y abarque las uniones que abarque no es más que la expresión última de que un pueblo es mejor que otro

Hace unos días miles de italianos se manifestaban en Roma a raíz de un artículo del periodista Michele Serra en el diario 'La Repubblica', que reivindicaba reafirmar los valores fundacionales de la Unión Europea ante la situación geopolítica como respuesta a un nuevo imperialismo.

A veces la sociedad civil responde a estímulos históricos que suelen preocupar a una parte cada vez más pequeña de la comunidad, pero que todavía tiene la necesidad de no sentirse una marioneta, mueva quien mueva los hilos, y quiere ser libre, aunque sea una ilusión, pero no olvidemos que el deseo nace siempre del descontento para cambiar lo que vivimos.



Decían los italianos en sus protestas: “Nosotros somos nuestros enemigos”. Y es así, no hay proyectil más mortal que el que nos disparamos a bocajarro cada día con el silencio cómplice y cobarde que no es capaz de combatir a quienes quieren amordazar la libertad disfrazándola de cambio y bonanzas futuras que no serán más que miserias pretéritas. Ya lo conocemos.

Pero cuidado, el nacionalismo, venga de donde venga y abarque las uniones que abarque no es más que la expresión última de que un pueblo es mejor que otro. Las naciones murieron en el momento en que las fronteras se llenaron de cadáveres de todo el mundo tratando de sobrevivir, desde que el hambre y la injusticia dibujaron las nuevas rutas de la seda sin especias, solo con almas que buscan una reencarnación mejor en esta vida.

Mientras, aquí, en este agujero local no sé por qué tengo la sensación de que todo cuanto ocurre es desproporcionado.

Si anuncian un bypass que antes se llamaba intercambiador para el tren, medio Jaén se echa las manos a la cabeza y el otro medio hace sonar cornetas y clarines. Si se habla de integrar el trazado del ferrocarril en la capital elevando el paso del tráfico sobre las vías en lugar de soterrarlo, media ciudad coloca crespones negros y la otra se viste de domingo. Si deciden llevar a cabo un proyecto para que el entorno de la catedral no parezca la franja de Gaza, los que lo diseñaron y aprobaron escupen como si Barrabás pasara a su lado y los que lo echan a andar tienen que abrir el paraguas.

Si vienen las megaplantas solares, unos se frotan las manos, otros las lágrimas de los ojos, pero todos callaron cuando al paisaje del olivar como Patrimonio Mundial se lo pasaron por el forro de los cojones.

Me gusta Jaén porque ha nacido y vivido aquí, pero podría haberlo hecho en cualquier otra parte del mundo. Si hubiera sido en un país de la Unión Europea estoy seguro de que también me gustaría mi tierra y si lo hubiera hecho en Nigeria o Somalia estaría muerto en el Mediterráneo.

Por eso me echo a temblar con ese creciente y estúpido nacionalismo jiennense que se esconde tras la demanda de la justicia social para el territorio.