Se me hacen estos últimos años como un mal sueño que no termina de acabar. Como esas pesadillas encerradas dentro de otras pesadillas, tal matrioskas, de las cuales uno no termina de despertarse. Un largo túnel que cuando te acercas diez metros a la luz ésta se aleja 10 kilómetros Un “día de la marmota” sin Bill Murray. Una carretera nacional llena de baches que cuando parece que te lleva a la autopista desemboca en un carril sin asfaltar. Días grises con preciosos atardeceres. Los ánimos flaquean. Lo malo no es que la distancia sea larga si no que nadie sabe cuánto nos queda hasta la meta, y eso si la hay.
La multitud es un Dr. Jekyll-Mr. Hyde que un día abarrota las calles, se funde a codazos, se huele el aliento para una vez apagadas las luces del gran centro comercial de esta capital provinciana hacer de su casa un cenobio y desde allí gritar homilías a los paseantes solitarios. Nuestras televisiones emiten miles de colores pero la realidad es en blanco y negro con neblina y no tenemos ni el UHF para cambiar de canal.
Charlatanes del apocalipsis anuncian la debacle desde sus púlpitos, ya ni de madera ni de mármol sino construidos con 280 caracteres o gesticulando cual derviches en tertulias televisivas y los más cafeteros no sólo se enorgullecen de no cumplir la ley sino que anima al resto al motín sin conocer que los motines sabemos cómo empiezan pero nunca como acaban. “La locura” de Erasmo ha retornado para recitar la secuela de su discurso y todo anuncia un “blockbuster”. Nos ahogan las frases concesivas y desiderativas “Ojalá después de Navidad…”, “Si la gente se comporta...”, “Dios lo quiera”.
Sólo el fútbol no se deja solapar en sus espacios lo cual ya no sé si es bueno o malo. La gente imprime en las mascarillas su ideología cuando el hábitat natural de las ideas es el cerebro. Da igual que no saques el tema, que no hables con nadie...la inercia es tan fuerte que el virus ha superado al tiempo atmosférico como tema de conversación banal. Ahora somos como Sísifo, rodamos la roca cuesta arriba por la pendiente para que se nos escape de las manos al otear la cresta y vuelta a empezar en un movimiento perpetuo. La revolución digital y la educación pública española en particular desprecia las humanidades no obstante Omicron es la decimocuarta letra del alfabeto griego, quedan diez hasta Omega...y luego los bises.