Tengo como regla general no enviar ningún tipo de mensaje por la red después de las doce cuando salgo de espirituosos con los compadres. Suelo ser comedido en mis declaraciones pero mejor prevenir que curar pues existe un riesgo de que lo que tú consideres un ingenioso chascarrillo sea una mofa de mal gusto, la valentía ante tu jefe la antesala de tu despido y la declaración de sentimientos a tu amor platónico por Facebook un discurso digno de un acosador. Cuantos políticos de medio pelo han dicho “sujétame el cubata que éste va a saber quién soy yo” y sueltan una serie de barbaridades que al día siguiente justifican con frases tipo “Mi intención no era ofender” o “Si he ofendido a alguien lo lamento” y encima resaca. Estos envalentonamientos etílicos son más viejos que una lumbre de palos sólo que antes hacías el ridículo ante los últimos parroquianos del bar y ahora en cuanto le das a “enviar” lo haces ante todo el mundo. Así que uno tiene que tener mucho cuidado con el lenguaje cuando va grogui... y también cuando eres presidente de un país. La lengua, esa puta mangoneada, deformada desde arriba por incultos (y orgullosos de ello) que desprecian a los lingüistas con el disco rayado de siempre léase fascista, machista, racista, políticos que sólo armados con su ignorancia quieren imponer una especie de “neolengua”. Ni siquiera en eso son originales: ya lo inventó Orwell en “1984” (sí, el de “El Gran Hermano” que debe estar revolviéndose en su tumba desde que se enteró que usaron el nombre de su creación para bautizar un generador de basura). Si uno es político debe medir sus palabras con escuadra y cartabón (ese día Isabel Ayuso no fue a clase) y nuestro presidente últimamente se está saltando esta regla de oro a la torera. Ya un portavoz se despachó semanas atrás con una frase digna del Oráculo de Delfos sobre las escuchas del C.N.I: “El gobierno ni sabe ni quiere saber nada de las escuchas”. Ahora, ante una cuestión de la oposición, retoma el epíteto despectivo popularizado por los independentistas: “piolines” para las (sus) fuerzas de seguridad cuando estaban atracadas en el Puerto de Barcelona en condiciones lamentables durante el referéndum catalán. Al parecer nuestro presidente tomó conciencia de su salida de pata de banco y llamó al sofista de guardia. Ahora dice que se refería a los barcos no a la policía. Aunque fuera así, que lo dudo, comete otro error garrafal pues es un término equívoco y cada uno va escoger la interpretación que más satisfaga a sus intereses. Vamos, que la ha cagado (otra vez).
Carlos Oya
La chapaEscuadra y cartabón
Tengo como regla general no enviar ningún tipo de mensaje por la red después de las doce cuando salgo de espirituosos con los compadres. Suelo ser comedido en..