El cebatil, el burrito sabanero, las digestiones de plomo, las nochecitas alegres seguidas de mañanas tristes seguidas de nochecitas alegres “ad infinitum”. Adiós a las calles atestadas, hola al oxígeno. Hasta la próxima señoras y señores con carritos usados como bulldozers para abrirse paso ante el gentío. “Ciao” locales que parecen el metro de Tokio en hora punta, tanta gente que no sabe beber, jetas coloradas, mi reino por un caramelo del rey Melchor. Luces estrambóticas para un espectáculo digno de un Jean Michael Jarre de Aliexpress. Las navidades se han convertido en unas fiestas en honor del pecado capital de la gula. Almendras garrapiñadas, hamburguesas, patatas asadas rellenas de vete tú a saber qué, gofre-nata-gofre, castañas, kebab, bebidas energéticas, una palmera de chocolate como tu cabeza, un saco de gusanitos donde podría meter la testa un mulo. Tú come y el espíritu de la Navidad insuflará venas, arterias y colesterol del malo. Manduco ergo sum. Como luego existo. Ante la duda reserva: una mesa, una barra, un taburete en el bar del tanatorio. Tú reserva que algo queda. Un carnívoro trenecillo de ala dulce y homicida sostiene un vuelo y un brillo alrededor de mi vida. Las multitudes conforman un organismo regido por una mente colmena que sólo sale de sus refugios bajo los estímulos de la luz y los grupos de versiones porque “tú tienes tu banda de rock and roll”. Por fin el frío se asienta pesadamente y los perfiles de los objetos recuperan su contundencia geométrica. Casi se escucha el silencio. El general invierno sólo estaba esperando la vez. Se acabó, aunque sea sólo hasta la próxima.
Carlos Oya
La chapaSe acabó
Las navidades se han convertido en unas fiestas en honor del pecado capital de la gula