Asistimos con gran preocupación al ascenso de la extrema derecha, especialmente entre los jóvenes que consideran que la democracia ya no les resulta atractiva. Muchos de ellos han perdido la confianza en el sistema democrático; algunos incluso afirman preferir modelos dirigidos por un líder fuerte, sin necesidad de elecciones. Este 2025 se cumplen 50 años de la muerte del dictador Francisco Franco y, por ello, se han organizado actos, no para festejar la desaparición de tan funesto personaje, sino para conmemorar el inicio del proceso que nos llevó a construir la democracia en este país. Analizar el origen de esta preocupante tendencia es el objetivo de la Tirilla de esta semana.
La educación ha fallado, y eso es responsabilidad de los demócratas, que no insistimos lo suficiente en incluir en los planes de formación valores como la libertad, la igualdad y el feminismo, además del estudio riguroso de la historia del franquismo. No es adoctrinamiento aprender que Franco fue aliado de Hitler y Mussolini, un general golpista responsable de una cruenta guerra civil y de una represión despiadada. Gobernó bajo una dictadura de 40 años que, hasta dos meses antes de su muerte, seguía llevando a cabo fusilamientos. Durante ese régimen no solo se perseguía a demócratas, independentistas y no católicos; también se explotaba impunemente a los trabajadores. No olvidemos que el golpe de Estado de 1936 fue un movimiento de las clases más pudientes para defender y acrecentar su patrimonio y su moralidad. España tardó 20 años en recuperar el PIB previo a la guerra, lo que desmiente el supuesto “milagro económico” del franquismo. En realidad, el país sufrió enormes penurias debido a la guerra y a una gestión económica autárquica plagada de corrupción.
A las jóvenes que hoy se identifican con los ultras, habría que recordarles lo especificado en el Código Penal de aquella época. Por ejemplo, el artículo 57: “El marido debe proteger a la mujer y esta obedecer al marido”. O el artículo 60: “El marido es el representante de su mujer. Esta no puede, sin su licencia, comparecer en juicio por sí o por medio de procurador”. Imaginemos qué podía denunciar una mujer que ni siquiera tenía derecho a divorciarse ni a acudir a juicio para defenderse. Si una madre soltera y pobre tenía un hijo, podían robarle al bebé en el mismo parto para vendérselo a una familia “de bien”. Si sufría maltrato y abandonaba su hogar, perdía a sus hijos y lo poco que tuviera.
Hoy, la precariedad se ha instalado entre los jóvenes. Los malos salarios y la vivienda inalcanzable son el origen principal de su malestar. Sin embargo, lejos de culpar al verdadero responsable —el capitalismo vestido de neoliberalismo—, muchos dirigen su descontento hacia la democracia, a la que consideran culpable de todos sus problemas. La extrema derecha, en su ascenso, ha desarrollado una estrategia devastadora en las redes sociales, radicalizando a un número cada vez mayor de seguidores, mientras que la izquierda permanece desorientada. Lo más llamativo es que las grandes empresas nunca han ganado tanto dinero como ahora; nunca ha habido más supermillonarios. Con la subida de los precios debido a la guerra en Ucrania, empresas como Mercadona han incrementado sus beneficios en un 40 %, mientras que las energéticas y los bancos baten récords de ganancias. Sin embargo, los memes y el discurso de odio se dirigen hacia las “paguitas” a los migrantes, el coste de proteger a las mujeres agredidas o la celebración del orgullo gay.
Los ultras aprovechan la precariedad de nuestras vidas para captar fieles. La importancia de las redes sociales en esta estrategia es innegable; basta con observar que Elon Musk, el hombre más rico del mundo, adquirió Twitter para moldear la opinión pública. Eso sí es adoctrinamiento, y no el enseñar valores democráticos en las escuelas. Si queremos detener este avance, debemos contar la verdad, resolver el problema de la vivienda, garantizar que los beneficios extraordinarios también lleguen a los trabajadores y luchar por más derechos y justicia social.
Salud.