Me suda la Polca

Jesús Calamidad

El día de la independencia

♫ It's not unusual to be loved by anyone♫

Cuando era un pimpollo estaba frito porque estrenaran una peli sobre invasores extraterrestres que auguraban sería la peli del siglo. Vaya que si lo fue, al menos para mí. Era una en la que volaban por los aires a la mismísima Casa Blanca, medio Nueva York y en la que el protagonista era una, por aquel entonces, joven promesa del humor americano en clave de comedia familiar y que al mismo tiempo era estrella del rap. Fritico estaba, frito. ¡Coño, imagínate! La Casa Blanca a lo Carrero Blanco y el Príncipe de Bel Air a lo belicoso. ¡No me jodas! Meses esperando con ferviente obsesión, como un fan resentido de los Beatles a principios de los ochenta en la puerta del edificio Dakota. Lo deseaba con cada neurona post adolescente de mi quijotera y eso que ya conocía a Carl Sagan y a Asimov, pero ellos no era primos de Carlton. ♫ It's not unusual to be loved by anyone♫ Tenía un “hype”, como dicen los millenials, de la hostia.

Estaba tan flipado porque ese tipo, el prota de la peli, me había abierto la mente a la incipiente cultura televisiva y musical íntegramente afroamericana. ¡Claro! Por aquel entonces habíamos tenido ya a los Milli Vanilli (si no has visto la peli biográfica, hazlo), Terence Trent D'Arby (luego Sananda Maitreya) o Seal al alcance de la mano. Aunque eran, confesémoslo, una incursión medida para no espantar a las gallinas en el corral del gallo blanco. Negros totalmente “integrados” con ciertas pinceladas “culturales” que los hacían “aceptablemente” exóticos.



¡Qué sí, pesao, qué sí! Que ya conocía yo a Robert Johnson, Hendrix, Berry, Lynott, Morello... y a todos los negros que han hecho rock, blues... y han estado al alcance de mis pabellones auditivos, coño. Al igual que Poitier, Gossett Jr., Hattie McDaniel, Crothers, Davis Jr., Bellafonte, Dee Williams, Glover, Pryor... y a todos los negros que estaban al alcance de mi mirada. ¡Qué sí! Pero para mi, ese negro en concreto, fue el que me sirvió de Cicerone en la reclamación de la peña afroamericana de su sitio en la cultura popular de Norteamérica. ¡Qué sí pesao, qué sí. Qué siempre existió la “subcultura” afroamericana, no me saques ahora el jazz, la Motown, etc..! ¡Hostia puta, ya! Ya sabemos todos lo guay que eres y los referentes tan poderosos que manejas. El día que consigas traducir todo ese acerbo tan exclusivo en nómina, me llamas y te invitas a unas cañas. Te estoy diciendo que para mi fue Will Smith el que me abrió las puertas a esa maravilla, punto. Evidencia anecdótica, te jodes.

Tienes razón, no he leído a muchos autores afroamericanos o eso creo. No miro nunca las solapas de un libro para ver el aspecto del autor, nunca, y me la trae al pairo la biografía del mismo. “Mein Kampf” es una mierda de libro no porque lo escribiese Hitler, una mierda de persona, es una mierda de libro porque está horrorosamente escrito. De hecho algunas traducciones del mismo pasan por paradigmas de la expresión escrita en comparación con el original en alemán. Joder, otra vuelta. No, el contenido ideológico de un libro no lo define como buena o mala literatura, en absoluto. No pienso explicártelo como tampoco voy a perder el tiempo en aclararte que la obra no es esclava del autor. De hecho te recomiendo a Knut Hamsun, si te interesa leer a algún nazi que escribiese bien.

- Calamidad, te explico yo a ti, no tú a mí. Existen algo llamado seudónimos y muchos autores publican bajo ellos algunos de sus textos. Ya sea por diversión, por vergüenza, por sesgos de las editoriales o por cuestiones de persecución política, ideológica o demás, es muy frecuente. De ahí que requiera de cierta relevancia el conocer la autoría de la obra para poder ubicarla en su contexto histórico, cultural y personal para no caer en juicios equívocos sobre la misma.

- No... ¡Dios mío, eso quiere decir que es posible que haya leído... un momento... nooo... a autoras, a escritoras, incluso a escritoras negras! Maldito sea mi desapego por el aspecto, el sexo, la tendencia sexual y los ideales políticos de los autores de las obras que caen en mis manos, maldito sea. Menos mal que el ego monstruoso de los creadores les obliga a poner sus estúpidas fotos con sus estúpidas poses en todo lo que lleve su nombre. Menos mal. No volverá a pasar. Benditas solapas de los libros. Y contraportadas. Y páginas interiores. La reprografía y la imprenta moderna ha posibilitado engordar más ese ego, gracias a Rock. Si eso era posible. Ahora se puede estampar el careto del autor circunspecto hasta en una marca de agua. Será lo primero que haré, mirar la estúpida foto y, luego si eso, ya leo el libro. Si se tercia, si el autor se circunscribe a mi sesgo estético e ideológico. Gracias, tío. Acabas de encauzar cuarenta y cuatro años de lectura torcida.

- Te estás cachondeando de mí...

¡No hombre, no! Y, ¿cómo que Percival Everett es afroamericano? No me jodas, eso lo cambia todo. Eso hace que su cambio de paradigma en su revisión de “Huckleberry Finn” pase a ser absolutamente necesario y no un desperdicio de tinta y celulosa, melanina obliga. Por cierto, jamás he entendido eso de “afroamericano”, se me escapa. Un americano de origen africano es, sin ir más lejos, Elon Musk. Elon Musk es un afroamericano. Pero bueno, allá cada uno con sus fobias y sus filas. La emoción gana a la razón. El adjetivo descriptivo “negro” es tan inexacto como su opuesto, por convención cromática “blanco”, en lo concerniente al tono de la piel de un ser humano, por no hablar de “amarillo” o “rojo”. En fin, supongo que será la carga ideológica que nos empeñamos en colgar a las palabras. Las pobres, con lo bonicas que son. Menos “ideología” que es fea en todos los sentidos y acepciones.

¿Por dónde iba? Ah, la peli de “Independence Day”. Tenía muchísimas ganas de ir al cine a verla, un follón. Tenía muchas ganas de ir a verla con una persona en concreto, la que por aquel entonces era mi persona favorita en el mundo y, ya que yo vivía en Granada en aquel momento, tenía muchas ganas de verla en Jaén, mi ciudad favorita del mundo, en el cine Cervantes que era de mis lugares favoritos en el mundo. La vi décadas después en Netflix un cuatro de julio por primera vez, cuando mi mundo ya no era tan pequeño pero menos favorito. Me gustó, me gustó mucho y la disfruté de vicio porque es una película muy divertida y que sigue aguantando aún o a pesar de los estándares actuales. La vi en versión original, la vi con otra persona que curiosamente tampoco la había visto aún, en la habitación de un hotel de Lisboa con una botella de Prova Régia y un par de raciones de Pica Pau que, efectivamente, acabaron por pringar las sábanas al punto del recargo en la cuenta de salida. Ya nos lo advirtió la camarera del servicio de habitaciones. Aunque el maridaje de vino y picoteo no fue muy acertado, el maridaje entre la lisboeta y un servidor fue más que satisfactorio. En aquel momento, en aquella habitación, al fin, pude ver “Independence Day” con mi persona favorita del mundo en aquel momento, que también eligió ver “Independence Day” con su persona favorita del mundo en aquel momento, y resultó que éramos nosotros dos y que era un cuatro de julio.

Luego ya la vida.., porque la vida pasa. Pero en ese momento no estábamos para mirar la solapa del libro y ver el aspecto del autor que estaba narrando esa lúbrica escena que transcurría en la habitación de un hotel de Lisboa. Estábamos leyéndonos en esa página tan bien escrita que éramos los dos juntos, en ese capítulo de ortografía y gramática perfecta con un fondo de escenario abrumador, en sincronía localizado y con un coro de naves interestelares y yankis y aliens exaltados chirriando desde el televisor. Un caos de ficción fílmica que solo otorgaba mayor placidez y sustento a la materialidad de lo que era así porque así debía de ser, en aquel momento, perfecto.

De modo que ahora oigo Lisboa y me viene a la cabeza la Casa Blanca saltando por los aires, la Companhia Nacional de Bailado representando “El lago de los cisnes” (porque para mi toda persona en mayas bailando está representando O lago dos cisnes), Will Smith casándose con una madre soltera striepper, una bailarina clásica bellísima con muchas leyes todas justas, sábanas bordadas perdidas de aperitivo y el día de la independencia americano. De modo que ahora oigo “Independence Day” y me sabe todo a Oporto, Chiado y Barrio Alto, Bajo, fado, Alfama, recompensa, humo de Ducal, retribución, a perfume de violetas y vinos y vinos y más fado compitiendo con música electrónica y funky, mientras el resto del mundo lucha por sobrevivir a una invasión extraterrestre.

Así que entre la tristeza del fado, el sudor de la samba y el esperpento de la electrónica aprendí, tarde pero lo hice, mientras la Casa Blanca saltaba por los aires en la pantalla al menos por tercera vez, que las expectativas nos las creamos nosotros y luego la vida ya, si eso. Que enfadarse por las acciones de otros y no ver una película por ello, puede ser una rabieta pueril o una oportunidad para disfrutarla aún más en el futuro, cuando sea mejor momento y alguien te escoja para ello, pero que aún así es estúpido enfadarse. Aprendí a esperar y a no desesperar tanto. Sobre todo aprendí a no atar el arte o el espectáculo a nada personal y mucho menos a nadie. Aprendí que no hay un “nuestra canción” o un “nuestra esquina” o un “nuestro tiempo” porque no podemos poseer nada salvo el segundo que ya se nos está yendo de las manos. Aprendí que capturar una obra artística y someterla a la subjetividad propia es un crimen o como poco un insulto. De hecho aprendí que incluso a las personas que han recibido ese honor personalmente como Elise con Beethoven, Angie con Jagger, etc.., ejem... les importó un carajo y lo consideran algo natural, propio, merecido. ¡Claro qué sí! ¿Por qué no? Lo intangible parece no poseer peso. Lo que no funciona es montar una banda de rock para ligarte a una tía porque con tener una Vespino suele bastar y no requiere de tanto esfuerzo ni entrega. Aprendí que alguien se enamora de ti, la mayoría de las veces, por cuestiones que están muy lejos de ti. Tan lejos como Lisboa, el espacio exterior o la subcultura afroamericana.

P.D.: Mucho tiempo después sufrí la segunda parte de la peli en alemán: “Independence day: Resurgence.” Es lo que ocurre cuando quieres rodar segundas partes sin el protagonista principal, intentando sustituirlo torpemente a base de sucedáneos insustanciales, con el argumento ya sobre manoseado y a base de efectos especiales a modo de remiendos estéticos, que acaba en un chufla. Una chufla que por inercia dará a luz a una tercera chufla y de ahí, directo al relleno de cualquier plataforma de contenido en línea, o a la BBC que es peor, para que los cincuentones duerman la siesta de los justos.